El sufragio
Una conquista femenina
María Laura Osta
OBSUR
“¿== | Observatorio del Sur
N Centro de documentación,
; ] investigación y promoción social
El sufragio
Una conquista femenina
Cuadernos de OBSUR
Serie La otra mitad del cielo
1
El sufragio
Una conquista feminina
María Laura Osta
NS
O 2008, OBSUR.
OBSUR
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ISBN 978-9974-670-46-4
12 Edición, febrero 2008.
Impreso en U ruguay.
Esta publicación fue posible gracias al
apoyo de
Contenido
Presentación del proyecto
Prólogo
Presentación
Introducción
En torno a una historia social
1 Los movimientos feministas
mundiales por el sufragio
Origen del feminismo
Cronología de los logros políticos y sociales
Repercusión de los movimientos sufragistas extranjeros
La presencia de Belén de Sárraga en Uruguay
2 Lacondición femenina:
de lo privado a lo público
El “bello sexo” en la literatura
La mujer en el trabajo y la educación
Asociaciones de mujeres
En el mundo jurídico
Opiniones sobre el voto de la mujer
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3 Conquistas políticas
de la mujer en Uruguay
Logros cívico-políticos y algunas movilizaciones
4 Influencias ideológicas en
la aprobación del sufragio
El papel de la mujer en la Iglesia Católica
y las huellas de Mariano Soler
Algunas consideraciones sobre el “feminismo batllista”
Los liberales y la polémica sobre el divorcio
5 Proyectos de ley sobre
el sufragio femenino
Proyecto de Héctor Miranda
Discusión en la Convención Nacional Constituyente
Proyecto de Emilio Frugoni y Celestino M ¡belli
Otras iniciativas del Partido Colorado
Aprobación final
Algunas reflexiones finales
Fuentes
Bibliografía
Apéndice documental
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A mi madrina Lucy.
A mis padres y hermanos por estar siempre.
A José por acompañarme en cada momento.
A mis amigos, por el cariño y la reflexión.
A todas las mujeres por ser protagonistas de
esta Historia.
Agradecimientos
Muchas son las personas e instituciones que, de una manera u otra,
me han ayudado para que esta investigación haya podido ser.
En primer lugar agradezco a mi familia, porque con su apoyo
incondicional he podido realizar mis estudios en Montevideo: a
mis padres, mis tías de Treinta y Tres, y a mis hermanos.
En segundo lugar a Bárbara Díaz, que con responsabilidad y
dedicación me ha guiado en esta investigación.
A los funcionarios de la Biblioteca Nacional, del Museo
Romántico, de la Biblioteca del Palacio Legislativo, del Archivo de
la Cámara de Diputados, del Archivo de la Curia, que sin
conocerme me brindaron con amabilidad su ayuda.
A la gente de OBSUR por confiar y apostar a una Historia de la
mujer hecha por mujeres.
Presentación del proyecto
En el correr de estos 20 años de trabajo, OBSUR ha “mirado” el quehacer de las
mujeres uruguayas. Algunas investigaciones e iniciativas dan cuanta de ello. *
Por eso el proyecto Aportes de las Mujeres en la Construcción de la Socie-
dad y la Iglesia U ruguaya, que se inició a fines del 2006, no es primicia sino
producto de las reflexiones e intereses de estos años.
Lo que sí es novedad, es la participación de mujeres jóvenes. Y este es
uno de los principales objetivos del presente proyecto: impulsar un equipo
estable de mujeres, que a la vez de incursionar en la temática, se vayan for-
mando en ese proceso. Algo así como “tomar la posta” de la mano de aquellas
mujeres protagonistas, de aquellas que ya han hecho camino a través de la
acción y la reflexión.
Nueve son las integrantes de este equipo. Provienen de disciplinas como
Derecho, Bibliotecología, Ciencias de la Comunicación, Teología, Historia,
Literatura y Filosofía. Desde estas distintas miradas, se pretende identificar,
recoger y sistematizar la presencia e incidencia de la mujer en la sociedad y la
Iglesia uruguaya a lo largo de los siglos XX y XXI.
Hemos realizado un relevamiento bibliográfico sobre mujeres en Uru-
guay y estamos trabajando en temáticas que tienen que ver con: mujeres y
catequesis, congregaciones femeninas a cargo de parroquias, juventud obrera
femenina católica, mujeres organizadas, mujeres que luchan contra la violen-
cia hacia las mujeres. Con este primer título, escrito por María Laura Osta,
inauguramos una serie de Cuadernos de OBSUR que denominamos “La otra
mitad del Cielo”. Le seguirán otros con las temáticas que venimos trabajando.
La publicación de esta serie de “cuadernos”, posible de ser difundida,
rescatada y discutida por otros actores, es el fruto de este proceso de búsque-
das compartidas, desde adentro y con todas aquellas mujeres que, de un modo
u otro, se han vinculado con el proyecto abriendo puertas, brindando ideas,
materiales e incentivando el proceso.
Carolina Clavero
Coordinadora del proyecto
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Prólogo
Cuando María Laura me ofreció prologar su libro El sufragio: una conquista
femenina, no vacilé en aceptar el honor que me dispensaba, en la presenta-
ción de un tema que nos resulta tan caro e importante para la historiografía
nacional. En efecto, se trata de un aporte al conocimiento de un tema que, en
general, no ha sido muy investigado, pese a que analiza una cuestión tan
trascendente en la vida nacional.
En él, se realiza una interesante “Introducción”, en la cual plantea los
avances registrados en la formación de un marco teórico para la “nueva histo-
ria”, a partir de los progresos realizados en el pasado, en la delimitación del
objeto de estudio de la Historia. Nos recuerda que: “La revolución cultural de
nuestro tiempo también incorporó la articulación entre historia y memoria, y
la historización de temas de aparente intemporalidad (cuerpo, clima, mitos) o
de aparente trivialidad (cocina, higiene, olores)”.
En el análisis de la cuestión van desfilando las principales etapas de los
movimientos feministas, en los países que fueron precursores en el reconoci-
miento de los derechos políticos de la mujer.
Se agregan para la reflexión sobre el proceso, las tesis de los alumnos de
la Facultad de Derecho cuando ¡ban a optar por el título de doctor en jurispru-
dencia a fines del siglo XIX.
Señala lúcidamente la necesidad de profundizar en el estudio del período
del “Novecientos”, en un doble proceso que tuvo lugar en la sociedad urugua-
ya: por un lado, las etapas finales de la secularización del Estado que había
comenzado en 1861 y que culminó en 1917; y por otro lado, losinicios de las
11
luchas en pos de la igualdad de derechos civiles, políticos, sociales y econó-
micos de la mujer. Ambos procesos coincidieron y es evidente que los esfuer-
zos que se realizaron por consolidar el primer proceso dieron lugar a la poster-
gación por casi dos décadas del reconocimiento de la ciudadanía para la mu-
jer.
Si bien por momentos parece darle mucha importancia a la historiografía
tradicional, que asigna a José Batlle y Ordóñez una influencia decisiva en casi
todos los ámbitos de la vida nacional, porlo menos durante las primeras déca-
das del siglo XX, logra superar dicha sobrevaloración y se sitúa en un plano
que reconoce la actuación y la participación de distintos grupos de la socie-
dad uruguaya, no sólo de los diferentes partidos políticos, sino también de las
corrientes religiosas, de los incipientes movimientos sindicales y de grupos
filosóficos que tanta influencia ejercieron en la conformación del Uruguay
moderno, como el liberalismo y la masonería.
En el capítulo ll, realiza una sugestiva travesía por la historia nacional
acompañando a mujeres que tuvieron una significativa gravitación en el mun-
do de la cultura, como destacadas poetisas, su participación creciente en el
mundo del trabajo al que se fueron incorporando gradualmente hasta consti-
tuir como en el presente la mayoría de la población económicamente activa.
Están presentes además, los cambios que se introdujeron con las transforma-
ciones registradas en el mundo de la educación. Asimismo, se analizan las
distintas organizaciones que las mujeres crearon en defensa de sus intereses,
ya sea desde la óptica de las sufragistas y civilistas, como de la de las trabaja-
doras que se organizaron en las sociedades de “resistencia” de origen anar-
quista. Finalmente, se introduce al mundo del derecho o jurídico y desfilan
algunas de las principales acciones en las que tomaron parte.
En ese capítulo y en otros, procura presentar las vicisitudes de los dirigen-
tes y conductores políticos de los partidos frente a la cuestión de la igualdad
de los derechos políticos y el acceso de la mujer a la ciudadanía, en las prime-
ras décadas del siglo XX. Son singulares las actitudes de José Batlle y Ordóñez
y Luis Alberto de Herrera, que tempranamente sostuvieron en la prensa posi-
ciones en pos de la igualdad de derechos de la mujer, pero que en los hechos
dilataron su consagración. Cuando pudieron tener la ocasión en 1917 de re-
formar la Constitución e introducir el derecho a la ciudadanía de la mujer, se
terminó dilatando por tres lustros esa solución. Quizá para uno, José Batlle y
Ordóñez, era el momento de culminar el proceso de secularización y no per-
mitir que se adoptaran medidas que facilitasen que el catolicismo pudiera
tratar de utilizarlas para interrumpir dicho proceso. En el caso de Luis Alberto
de Herrera, la ocasión era significativamente importante para incorporar las
12
garantías del sufragio que su partido venía reclamando desde 1870, que se
había conseguido acordar con el tradicional adversario.
De igual modo, analiza perspicazmente la cuestión relativa al “feminismo
de compensación” y los peligros que entraña hasta el presente. En efecto, las
normas que tienden a compensar a algún segmento de población (ya sea a
mujeres, menores de edad, indígenas, discapacitados, analfabetos y otros) pue-
den y generalmente generan una reacción adversa de algunos segmentos de la
población y pueden llegar a ser perjudiciales justamente para aquellos a quie-
nes se pretende amparar y proteger.
Es novedoso el aporte que realiza M aría Laura, intentando señalar algunas
de las principales corrientes de ideas que influyeron en el período de las lu-
chas por las principales reivindicaciones feministas. Encontró dificultades en
determinar con precisión posiciones claras e inequívocas, no sólo en la prensa
sino concretadas en leyes, sobre el papel que debería jugar la mujer en una
sociedad que estaba en transformación, no sólo en el país, sino en todo el
mundo.
Quizá las más destacadas contribuciones de este capítulo 111, son los estu-
dios que realizó sobre el papel que tuvo monseñor Mariano Soler sobre el
papel de la mujer en la sociedad de comienzos del siglo Xx. Cabe señalar que,
en general, la contribución del primer arzobispo que tuvo Uruguay, monseñor
Soler, hasta el presente no ha sido suficientemente estudiada y destacada. De
¡igual forma, tampoco ha sido sistemáticamente indagada y estudiada la posi-
ción que sostuvo la Iglesia Católica en Uruguay a comienzos del siglo Xx,
sobre temas tan importantes como la situación de la mujer.
Otro aporte en este capítulo es que la autora estima haber encontrado
coincidencias numerosas entre los católicos y los batllistas, sobre todo en el
modelo de familia que ambos impulsaron.
Luego ingresa a un análisis acerca de los principales proyectos de ley que
se presentaron desde 1914 y que tendieron a consagrar la igualdad de dere-
chos políticos a la mujer, hasta el año 1932 en el que fue aprobada la ley que
le reconoció la ciudadanía en igualdad de condiciones con los hombres.
En las “Reflexiones finales” establece que la obtención de la ciudadanía
para la mujer y consecuentemente los derechos políticos, tanto activos como
pasivos, fue debida a las luchas y los esfuerzos de las mujeres, como “sujetos”
de la historia que contribuyeron a forjar con el apoyo más o menos entusiasta
y convencido de los partidos políticos.
Por otra parte, este libro es de ágil y amena lectura, en ningún momento
decae el interés, pese a que puede haber cuestiones más áridas de abordar que
otras, pero de las que siempre logra salir airosa, tornándose así, en un libro
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incitante, que aporta nuevas visiones en un proceso siempre dinámico de co-
nocer cómo fueron los esfuerzos y las luchas de las mujeres que asumieron
corajudamente la reivindicación de sus derechos.
El libro aporta una bibliografía amplia y generosa, y son numerosísimas
las citas en las que fundamenta su opinión y las conclusiones a las que arribó
después de sesudas lecturas.
En síntesis, estamos en presencia de un volumen que nos deleita y nos
lleva a nuevos conocimientos sobre un proceso que tendió a democratizar
sensiblemente la vida del país, desde el punto de vista jurídico, y que en los
últimos tres cuartos de siglo, se ha intentado llevar a la realidad mediante
nuevas luchas y esfuerzos de otras mujeres, que a su turno, han empuñado
firmemente la bandera del ejercicio real y pleno de sus derechos ciudadanos.
Rodolfo González Rissotto
Ministro de la Corte Electoral
14
Presentación
“El voto, y sólo el voto, da poder suficiente para
pedir y ser oído, para proponer y ser considerado;
para reclamar y ser atendido.”
“¿No os parece que nuestro quietismo es culpa-
ble? [...] ¡despertemos las dormidas conciencias
anestesiadas por la culpable resignación!”
Paulina Luisi
Los movimientos femeninos por el sufragio, junto a la lucha por la educación
y los movimientos de las trabajadoras, son tal vez los máximos exponentes de
ese papel preponderante de la mujer. Estas tres instancias, que se dieron más o
menos en el mismo lapso, fueron acompañadas de revistas y periódicos, escri-
tos y dirigidos por ellas, que proporcionaban así un espacio de libre expresión.
Sin embargo, las mujeres no tuvieron la visión de unir sus fuerzas y cada
grupo trabajó y luchó por sus propios intereses, incluso en detrimento de los
otros sectores. No supieron ver el poder que lograrían si se unían. De todas
formas alcanzaron muchas y muy valiosas metas, como el ingreso de la mujer
a la universidad, las leyes sociales para las trabajadoras y, aunque con un
poco de retraso en relación a las movilizaciones que hubo, la posibilidad de
expresar su opinión en la esfera política.
Este trabajo se centrará en sus logros políticos, que culminaron con el
sufragio. No nos detendremos en los avances en la educación, ni en el aspecto
laboral, más que como antecedentes de una mentalidad ¡gualitaria entre hom-
bres y mujeres. Haremos una breve introducción de los movimientos feminis-
tas por el sufragio a nivel mundial, también nos referiremos a las movilizaciones
en nuestro país y estudiaremos especialmente los antecedentes sociales, cultu-
rales, jurídicos y políticos.
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Dentro de las fuentes estudiadas se destacan seis tesis realizadas por alum-
nos de derecho, entre finales del siglo XIX y principios del Xx, que trataron el
tema del voto femenino. Ellas reflejan que era un tema de debate latente en el
derecho uruguayo; su valor esencial está en la temática de estudio: el voto de
la mujer en una sociedad regida por una constitución que las dejaba fuera del
sistema político. Los juicios iniciados por mujeres también nos parecieron de
peso, pues se presentan defendiendo sus derechos, acudiendo ante la justicia,
en un momento en el que ese espacio era lugar exclusivo de los hombres.
Otras fuentes destacadas fueron los proyectos presentados en el Parlamento,
sobre todo el de Héctor Miranda, que en 1914 planteaba un cambio sustancial
en la mentalidad de los uruguayos, que quizá aún no estaba preparada para
otorgar tales derechos. Más allá de que no tuvo éxito en su momento, abrió
camino en el Parlamento, provocando que, en el ámbito político, se comenza-
ra a discutir sobre los derechos femeninos. Otros documentos importantes
fueron algunas obras de Mariano Soler referidas a la mujer. Estos libros, junto
con el periódico El Demócrata, muestran otra visión de la relación entre la
Iglesia Católica y la sociedad, aún poco incursionada en nuestra historiografía.
El obispo Soler es el reflejo de una Iglesia más cercana a las transformaciones
sociales, innovadora y agente de cambio.
Los obstáculos en nuestra investigación fueron muchos, pero ninguno
tan fuerte como para impedirnos culminar el trabajo. De todas formas, al gu-
nos aspectos quedaron inconclusos. Tal es el caso del proceso que tuvo el
proyecto de ley de Héctor Miranda en 1914, o el estudio de las actas del
partido de la Unión Cívica de 1914 y de 1917. Los materiales del proceso
del proyecto de Miranda no fueron hallados: la carpeta en la que decía en-
contrarse se halla casi vacía; las actas de la Unión Cívica no existen en la
sede del partido, ni en la del Partido Demócrata Cristiano. Surgieron incon-
venientes desde la falta de orden en los archivos, extravío de folletos y li-
bros, hasta fallas técnicas que impidieron hacer una búsqueda completa de
los periódicos de la época y, por último, podemos mencionar la falta de
información dentro de las mismas instituciones, que muchas veces nosimpi-
dió rastrear las fuentes con facilidad.
El impulso inicial del trabajo se origina a partir de la lectura crítica de la
obra El voto femenino en el Uruguay: ¿conquista o concesión?, de las historia-
doras Graciela Sapriza y Silvia Rodríguez Villamil. En ella se establece, como
tesis general, la siguiente afirmación:
“... nosinclinamos a pensar que la mujer ha sido escasamente “sujeto” y
sí más bien “objeto” de todo este proceso. Si bien el movimiento feminis-
ta alcanzó en su momento cierta relevancia en la movilización político-
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social, no es posible asumir que su acción haya sido decisiva [...] la
presentación de los sucesivos proyectos legislativos y su aprobación fi-
nal (1932) parece haber estado más relacionada con las cambiantes ne-
cesidades políticas y electorales de los partidos que ser el resultado de
una presión femenina”. *
Nuestra intención es brindar otra mirada al papel que jugó la mujer en el
sufragio. El planteo principal es entonces que la mujer, en la lucha por el
derecho al sufragio, ha sido más sujeto que objeto. O sea, que ha tenido un
rol, si bien no único, pero sí determinante en esta batalla. Por otro lado, no
negamos el papel fundamental que jugó el batllismo en el reconocimiento del
derecho femenino al sufragio, pero tampoco afirmamos su protagonismo ex-
clusivo. Planteamos que existieron varios agentes históricos que influyeron
para que se produjera el reconocimiento de tal derecho.
El objeto de estudio de esta obra puede traer implícitos algunos supuestos
que en este caso vale la pena aclarar. A pesar de ser la mujer el eje central de
este trabajo, no la miraremos desde el punto de vista de la historia de género,
sino desde la historia social. Por eso me excuso de toda interpretación, de
todo simbolismo y lenguaje que pueda ser interpretado en esta línea. Veo a la
mujer como un objeto de estudio dentro de la historia social y me posiciono
frente a ella desde una perspectiva distinta al género. Las fuentes y la metodo-
logía utilizadas son las de la historia social.
Trataremos de analizar también cómo en Uruguay desde del siglo XIX
hasta el momento en el cual se le otorgó el sufragio a la mujer (1932), se
fue gestando en forma subyacente -tanto en hombres como en mujeres de
todas las clases sociales- la idea de igualdad de derechos y dignidad entre
ambos sexos.
Por último, presentamos la existencia de un paralelismo ideológico en la
imagen de familia y, específicamente, de mujer, que tienen los católicos y los
batllistas.
El papel de la mujer uruguaya de fines del siglo XIX y principios del XX,
vista desde esta perspectiva de la historia social es lo que intentamos trabajar
en esta obra.
Según dicen, todo tema que un historiador elige para trabajar está relacio-
nado con la propia realidad personal. Se buscaron señales de expresiones fe-
meninas en un mundo dominado por hombres, quizá porque aún persistan en
nuestra vida cotidiana marcas de ese dominio masculinizante.
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Nota
1. Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, El voto femenino en el Uruguay: ¿con-
quista o concesión?, p. 4.
18
Introducción
El papel de la mujer en la historia empezó a ser estudiado a comienzos del
siglo XX. En nuestro país, recién comenzó a ser objeto de análisis hacia fines
del mismo siglo. Si bien son escasos los documentos que fundamentan su
presencia como agente histórico, es posible constatar -leyendo entre líneas-
que las mujeres a lo largo de nuestra breve historia han desarrollado paulatina-
mente un papel importante y, a veces, hasta protagónico. Es en el ámbito de la
historia de la mujer, donde deseamos enmarcar nuestro aporte que a su vez se
encuentra en lo que llamamos genéricamente historia social.
En torno a una historia social
Fue difícil construir un marco teórico para esta “nueva historia”, ya que
abundan las confusiones y casi no existe una epistemología clara al respecto,
por la dificultad en la delimitación del objeto de estudio: historia de las rela-
ciones sociales, historia de los desoídos de la Historia, historia de las costum-
bres, de las mentalidades, de los amores, de los odios, historia de los hombres
y las mujeres y no de los grandes héroes ni de las estructuras.
Se pasó de una historia de héroes, esencialmente política, a una historia
estructural, de procesos, donde se perdía la individualidad de los actores. La
historia social -como la entendemos nosotros- apunta esencialmente a una
historia de hombres, mujeres y niños viviendo en sociedad, una micro historia
dentro de la Historia, donde cada persona es un potencial agente de cambio.
La historia social no se limita al campo de la política o la economía, intenta
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estudiartodos los factores que inciden en la sociedad: la cultura, la economía,
la política, la geografía, las coyunturas internacionales, desde la perspectiva
personal. Por eso la historia social está en continuo diálogo con las demás
ciencias y disciplinas sociales, porque sus fuentes y metodologías ahora son
utilizadas por ella también. Es así que la letra de una música, una gráfica, un
mapa, un poema, un cuadro o una escultura son también fuentes para la histo-
ria social además de las tradicionales. Este cambio dado en la segunda mitad
del siglo XX quizá sea fruto de la posmodernidad que invadió todas las esferas
de la sociedad, y la Historia no fue una excepción.
El único objeto de la historia es el hombre, pero no un hombre abstracto,
sino los hombres viviendo en una sociedad y una época determinada. Para
Febvre la función social de la historia es organizar el pasado en función del
presente.
Recorriendo la historiografía social, podemos encontrar su origen en Fran-
cia, con la fundación de la Revue de Synthese Historique. Su director, Henri
Berr, estaba convencido de que si los historiadores utilizaban en sus investiga-
ciones los resultados aportados por otros campos científicos del conocimien-
to, serían capaces de mostrar el modelo de evolución de los humanos desde el
comienzo de la civilización. Esto significaba que la historia política debía
sucumbir ante la embestida de una nueva clase de historia apoyada por las
nuevas ciencias sociales: geografía, economía y sociología.
Pero se considera como verdaderos padres de la historia social a Marc
Bloch y Lucien Febvre, quienes en 1929 fundaron la revista Annales d'Histoire
Économique et Sociale. Para ellos la historia política, la historia narrativa o la
historia episódica era una seudohistoria, o historia superficial. Lo que había
que poner en su lugar era la historia en profundidad, una historia económica,
social y mental que estudiara la interrelación del individuo y la sociedad.
Proponían que la historia debía ser una ciencia, pero distinta al cientificismo
comtiano (interesado en las leyes universales de evolución), y opuesta a la
historia historizante que presenta como única exigencia la narración de los
acontecimientos.
Lucien Febvre y Marc Bloch iniciaron un reencuentro de la historia con
las ciencias sociales plasmado en la fundación de Annales, faro seguro para
todos aquellos que querían huir de las concepciones estrechas del historicismo.
Fue, por tanto, una reacción de historiadores contra historiadores la que posi-
bilitó el abrazo de la historia con la sociología, pero en un momento en el cual
el “horno sociológico” no estaba para cocer bollos históricos. Recién a finales
de los años sesenta y comienzo de los setenta superaron los límites fronterizos
en dirección a ese terreno de la historia. Esta nueva historia en contacto con
20
las ciencias sociales, preconizada por algunos historiadores desde principios
del siglo XX y consolidada especialmente en Francia en los años cincuenta y
sesenta, acabó bautizada como historia social. La sociología ofrecía a la histo-
ria lo que ella no tenía: una serie de teorías sobre el cambio social elaboradas
en el curso de la investigación empírica de datos históricos y contemporáneos.
Pero en realidad, una historia social requiere más que conceptos o métodos,
ya que el principal problema está en introducir el elemento propiamente his-
tórico: el cambio. Es decir ¿cómo se pasa de un sistema o estructura a otros, de
una época a otra?, ¿cómo y por qué nació tal estructura? Le debemos a los
Amnales entonces, el haber alineado a la historia entre las ciencias sociales, en
hacer de ella una sociología del pasado.
Por lo general se ha identificado a la historia social con tres significados:
con la historia de los pobres o de las clases bajas, con la historia de las costum-
bres y la vida cotidiana y, por último, con la historia social y económica; en
este ámbito encontramos a Carlos Marx y a Max W eber entre otros. Pero luego
de la Segunda Guerra Mundial, hubo una crisis en el campo de la historiografía
social y estas tres concepciones dejaron de producir historia para nuevamente
dar lugar a la historia política. “La nueva forma de hacer historia [historia
social] demostró su incapacidad para comprender los complejos procesos que
estaban transformando las estructuras sociales y económicas mundiales”. ?
Ya en los años sesenta y setenta vuelve a florecer la historia social; se pasó
de una historia “historizante” a una historia sociológico-estructural. Dos gue-
rras mundiales y una revolución, que extendió después su poder a otros paí-
ses, habían destruido el monopolio político y social de las elites tradicionales.
La historiografía tradicional, anclada en una concepción elitista de las socie-
dades humanas, no podía comprender esos complejos procesos sociales y
económicos vinculados a menudo a fuerzas ajenas al control y la conciencia
de los humanos. Había otras disciplinas, en especial la economía, la sociolo-
gía y la psicología, que podían también contribuir a su comprensión y que
lograron, en consecuencia, un notable apoyo en la vida académica. La escue-
la de los Annales no escapó a las transformaciones y, a partir de los años
sesenta, con Fernand Braudel se comenzó a hablar de otros lenguajes: el de la
historia demográfica, el de las mentalidades, el de la nueva historia económi-
ca, el del psicoanálisis y el del estructuralismo. A partir de la cuarta genera-
ción de Annales (años 70) “... la erosión progresiva de las posiciones intelec-
tuales del marxismo y el retroceso del estructuralismo, favorecieron un retorno
al sujeto pensante y actuante. Lo cultural -que había sido relegado por secun-
dario y periférico- obtuvo entonces peso y autonomía”. Comienza así un
retorno al sujeto, revalorizando lo singular, lo privado, lo concreto. Gerardo
21
Caetano afirma que “hoy la Historia ha renunciado a su sentido unitario y se
ha disgregado en una pluralidad de historias que ya no remiten a un único hilo
conductor ni organizan sus explicaciones en torno a un tema central o a un
actor supuestamente privilegiado”. *
Desde los años sesenta hasta los noventa, aproximadamente, se invocó a
las ciencias sociales para que solucionaran los grandes problemas pendientes
de la historia. El resultado fue la adopción indiscriminada de métodos y teo-
rías, descuidando la reflexión histórica de los problemas.
A partir de los años noventa, la historia estructural comenzó a perder
sustento dando lugar a una historia narrativa, que versa sobre lo particular y lo
específico, y no sobre lo colectivo y estadístico. Este cansancio del modelo
sociológico-estructural (cuyas raíces están en el marxismo) se atribuye a tres
factores: la desilusión por el determinismo económico-demográfico del mo-
delo: los vínculos entre cultura y sociedad son indiscutibles pero varían según
tiempos y lugares, y cualquier intento de reducirlos a un esquema único o de
subordinar lo cultural a las fuerzas impersonales de la producción material ha
fracasado en sus aplicaciones prácticas. El segundo factor que provocó este
golpe a la historia sociológica es que se ha tenido que admitir que los factores
políticos y militares, si bien no son el centro del relato histórico, son parte
importante a tener en cuenta. Y, por último, la ambigua valoración que se da
a las técnicas cualitativas. Aunque han sido un aporte importante para la histo-
ria, sus procedimientos son discutibles ya que no han podido responder a
ninguna de las grandes cuestiones históricas.
Todos estos problemas entre sociología e historia han llevado a los histo-
riadores a interesarse por los factores culturales y políticos, o por la historia de
las ideas. Y para enfrentar estas cuestiones algunos historiadores encuentran
más adecuada la narración que el análisis.
Hundido el determinismo económico y demográfico, heridos de muerte
el estructuralismo y el funcionalismo, hay signos de cambio en la historia.
Cambios en lostemas estudiados, en las disciplinas que influyen, en los mode-
los explicativos del cambio social, en las técnicas de investigación y en el
entendimiento de la función del historiador, que pasa a ser más literaria que
científica. “... los historiadores [...] han ampliado el instrumento utilizado y
optan ahora por el microscopio pero sin rechazar el telescopio”.* Lossilencios
y la vida de los marginados, olvidados por la historia “teleológica” (marxista),
es lo que la historia social está obligada a iluminar.
Lo que se ha llamado la Nueva Historia, con aportes de la economía, la
sociología, el concepto de mentalidad de la psicología, llevará a la historia de
la cultura hasta los límites de lo biológico y lo social. Para los hombres de la
22
“Nueva Historia”, la historia social se presenta como la forma de historia total,
globalizadora. Que comprende lo propiamente social, pero también lo cultu-
ral: todo lo humano.
Michel Foucault creía que la sociedad tradicional excluía a los locos y los
pobres, que eran por estas razones marginados. Pero en realidad la sociedad
también se forma con las exclusiones.
“Exclusiones que sirven para afirmar la cohesión de los grupos y que por
eso son y han sido con frecuencia exclusiones de grupos: la exclusión del
extranjero refuerza la cohesión de la nación; la evolución de los vagabun-
dos y los desocupados en los países protestantes tiene que ver con lo
mismo; en ellos el trabajo era considerado como una obligación también
religiosa”. *
La revolución cultural de nuestro tiempo también incorporó la articula-
ción entre historia y memoria, así como la historización de temas de aparente
intemporalidad (cuerpo, clima, mitos) o de aparente trivialidad (cocina, higie-
ne, olores). Se incorporaron entonces a la agenda académica de la historia,
temas hasta entonces ignorados o considerados “raros” como la muerte, la
familia, la sexualidad, la delincuencia, la fiesta, la locura, etcétera. La “histo-
ria cultural” no sólo apuesta a la restitución de lo singular y lo diverso sino
que, desde una categórica revalorización de lo cualitativo, desecha el segui-
miento de la serie numérica o el estrato social, para recuperar al individuo y
devolver a escena el acontecimiento. El desafío más crucial de la historia cul-
tural es mostrar los quiebres, las contradicciones, las incoherencias.
El microscopio del historiador agranda objetos que tradicionalmente no
habían sido observados, habilitando una mirada más intensa que descubre
movimientos y tensiones. Esta visión permite estudiar sistemas de grandes di-
mensiones, sin perder de vista la situación concreta de la gente real; al mismo
tiempo, permite describir las acciones de un individuo sin olvidar la realidad
global que las limita. ”
En la historia de la vida cotidiana, el historiador asume un rol más modes-
to pero también más admirable: el de un relator que explicita sus recursos y
sus alternativas y entabla un diálogo permanente con su objeto de estudio, el
cual, lejos de quedar “agotado” o “aclarado”, permanece abierto a otras múl-
tiples lecturas. La historia de la vida cotidiana es el observatorio privilegiado
para indagar acerca de las maneras en las que una comunidad vive y constru-
ye su relación con el mundo. En esta historia se restituye lo invisible a escala
macro, los lenguajes y universos mentales anónimos o periféricos. Tradicio-
nalmente, lo cotidiano ha sido considerado como un territorio de escaso ¡nte-
rés para el conocimiento histórico y, por el contrario, se resaltaba el papel del
23
acontecimiento como momento clave. Sin embargo, la perspectiva debe ser
menos lineal, de mayor complejidad y capacidad explicativa, teniendo en
cuenta y resaltando el juego dialéctico que se entabla en el continuo de la
vida social entre rutina y acontecimiento. Un prisma que descompone sus
elementos constitutivos.
La historia de la vida cotidiana intenta recordar aquello que la historia
tradicional desecha y la memoria personal rescata. Lo cotidiano no constituye
un territorio aislado; se expresan en él las mentalidades y las costumbres, las
normas y los valores vigentes, las formas de dominación y las rebeldías, las
relaciones entre las distintas clases y grupos sociales, las opiniones, actitudes,
imágenes y vivencias. Lo cotidiano comprende aspectos de la vida privada y
la vida en sociedad, las relaciones interpersonales, el mundo del trabajo, las
formas de esparcimiento, la educación formal e informal, la salud y la enfer-
medad. Las fuentes utilizadas en este tipo de historia van desde las más obje-
tivas, como censos o anuarios estadísticos, pasando por los informes ministe-
riales o municipales, hasta la propaganda comercial, la información aportada
por diarios y revistas, las crónicas sociales, la literatura costumbrista o testimo-
nial producida en la época, los relatos de viajeros y observadores extranjeros,
la correspondencia o los diarios íntimos. Siempre se trata de discursos o rela-
tos marcados por la subjetividad, a veces inadvertida para quien escribe. Pero
estos testimonios no pueden tomarse como “la realidad”, sino que en todo
caso no dejan de ser la visión que sus autores tenían de ella. De ahí el cuidado
que se debe tener buscando siempre su confrontación con otras fuentes.
Notas
N
Julián Casanova, La historia social y los historiadores, p. 64.
3. Silvia Rodríguez Villamil, Escenas de la vida cotidiana: la antesala del siglo XX (1890-
1910), p. 9.
4. Ibíd.
5. Ibíd., p. 148.
6. José Andrés Gallego, New history, nouvelle histoire, hacia una nueva historia, p. 89.
7. Cfr. en Silvia Rodríguez Villamil, ob. cit., p. 12.
24
Los movimientos feministas
mundiales por el sufragio
En el Antiguo Régimen, la desigualdad jurídica de los miembros de la socie-
dad era la norma. Nobles y clérigos gozaban de privilegios -exención fiscal,
monopolio de los altos cargos públicos, leyes y tribunales especiales- vedados
a la gran mayoría de la población. La ausencia de derechos políticos y liberta-
des -expresión, reunión, religión- era otra característica clave del Antiguo
Régimen. Para el caso de las mujeres -la mitad de la población- a todo lo
anterior se debe unir su función social circunscrita a lo doméstico, a las labo-
res de la casa, relacionadas con la procreación y el cuidado de los hijos, y su
subordinación legal al hombre: padre o esposo.
La Revolución Francesa (1789) y las demás revoluciones liberales-burgue-
sas plantearon como objetivo central la consecución de la igualdad jurídica y el
reconocimiento de las libertades y derechos políticos. Pronto surgió la gran con-
tradicción que marcó la lucha del primer feminismo: las libertades, los derechos
y la igualdad jurídica que habían sido las grandes conquistas de las revoluciones
liberales no afectaron a la mujer. Los Derechos del hombre y del ciudadano que
proclamaba la Revolución Francesa se referían en exclusiva al “hombre” y ni
siquiera a todos, y no al conjunto de los seres humanos. Fue entonces que en
1791 Olympia de Gouges propuso una Declaración de los derechos de la mujer
y de la ciudadana. Dos años después la autora murió guillotinada.
Origen del feminismo
A partir de aquel momento, comienza a gestarse en Europa O ccidental y
Estados Unidos el movimiento feminista, que luchó por la igualdad de las
Los movimientos feministas mundiales por el sufragio 25
mujeres y su liberación. El “desafío feminista” fue formulado por un puñado
de mujeres lúcidas, especialmente Mary W ollstoncraft en Inglaterra con sus
acciones y sus escritos, y Abigail Adams en Estados U nidos, esposa del consti-
tuyente John Adams, que intenta en ese momento -sin éxito- la consagración
de ciertos derechos constitucionales para la mujer. El movimiento femenino
de masas más fuerte de Europa fue el de la socialdemocracia alemana organi-
zado por Clara Zetkin, que llegó a contar con más de 200.000 adherentes en
vísperas de la Primera Guerra Mundial.
El principal objetivo del movimiento de las mujeres fue la consecución
del derecho de voto, como paso angular para el resto de las conquistas. N acía
así el movimiento sufragista. En Inglaterra, Alemania e Italia, el derecho al
voto femenino recién se alcanzó en 1918. España lo consiguió en 1931; Portu-
gal en 1945; Francia en 1946. El primer país de América que concedió el
sufragio a la mujer fue Estados U nidos, en 1920, aunque muchos años antes el
voto había sido otorgado en algunos de sus estados. Luego, Uruguay y Brasil,
en 1932. Argentina en 1947, y Paraguay en 1961.*
Cronología de los logros políticos y sociales
Detallaremos cronológicamente los principales logros políticos de la mu-
jer a escala mundial. Por supuesto, quedaron otros tantos en el tintero, sólo
seleccionamos los que consideramos de mayor relevancia.
1791 La Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, redac-
tada y presentada a la Asamblea Nacional francesa por la activista
Olympia de Gouges, postulaba la dignidad de las mujeres y, por con-
siguiente, el reconocimiento de sus derechos y libertades fundamen-
tales. Su defensa le costó a la autora perder la vida en la guillotina,
convirtiéndose así en una de las primeras mártires de la causa y los
movimientos feministas. Sus compañeras fueron recluidas en hospi-
cios para enfermos mentales.
1832 Mary Smith de Stannore, una dama de la sociedad burguesa, presentó a
la Cámara de los Comunes de Inglaterra una petición reclamando los
derechos políticos de las mujeres.
1866 Primer Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, que
aprobó una resolución relativa al trabajo profesional de la mujer, docu-
mento que desafió abiertamente la tradición de que el lugar de las mu-
jeres era el hogar.
26 Marla Laura Osta
1889 El 19 de julio la dirigente alemana Clara Zetkin pronunció su primer
discurso sobre los problemas de la mujer, durante el Congreso fundador
de la Segunda Internacional Socialista celebrada en París. Allí defendió
el derecho de la mujer al trabajo, la protección de las madres y los
niños y también la participación amplia de la mujer en el desarrollo de
los acontecimientos nacionales e internacionales.
1908 El 8 de marzo, se incendió una fábrica textil en Nueva York, donde
murieron 130 mujeres que se habían encerrado para reclamar iguales
derechos laborales que los hombres. En conmemoración de este hecho,
se celebra el día internacional de la mujer.
1910 El 8 de marzo, en la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres
Socialistas celebrada en Copenhague, Dinamarca, Clara Zetkin propu-
so que todos los años se celebrara un Día de la Mujer; una manifesta-
ción internacional unificada, en honor del movimiento en pro de los
derechos y la libertad de la mujer. Esta propuesta fue aprobada en reso-
lución firmada por más de cien delegados/as de 17 países. *
Repercusión de los movimientos sufragistas extranjeros
La peculiaridad de nuestro país, conformado por habitantes de diversas
nacionalidades, hizo que su población poseyera una cultura cosmopolita, co-
nocedora de la realidad mundial y partícipe de los acontecimientos globales.
Las novedades feministas no escaparon a su interés. Testimonio de ello son los
periódicos uruguayos que desde muy temprano dieron a conocer los aconteci-
mientos que se ¡ban suscitando en la vieja Europa.
Tal es el caso del diario El Universal que, en 1835, criticó en un artículo a
una feminista de Francia:
“... Una señora de talento, pero de imaginación viva y desarreglada, en
cierta obra que acaba de publicar, ha entrado en el empeño de sostener
que la muger [sic] es libre; y a este fin no sólo ataca por un lado la actual
condición de la muger [sic], sino [...] a todos los vínculos que establece
para ella el estado de familia; niega las relaciones de amante y amada, de
hermano y de hermana, de esposa y de esposo, de madre y de hija”. +
Este artículo expresaba la opinión de un sector de la sociedad, que se vio
impactado por el surgimiento del feminismo. La importancia de esta referen-
cia periodística radica en que nos ilustra que las ideas feministas eran, de una
manera u otra, conocidas en nuestro país. Ya en 1835 había uruguayos que
Los movimientos feministas mundiales por el sufragio 27
conocían el movimiento feminista de Europa, y es posible que más de uno
haya estado de acuerdo con él.
En el semanario La Mosca, aparecieron noticias relacionadas con movi-
mientos femeninos de distintas partes de Europa: “En Milán, más de mil seño-
ras y señoritas toman parte de un meeting para obtener el derecho al voto”. **
O, por ejemplo, una noticia que ocupó más de cuarta página del semanario y
además se publicó con un dibujo sobre el acontecimiento relatado:
“La lucha femenina por el sufragio universal va tomando en Inglaterra
proporciones alarmantes y al mismo tiempo cómicas. La más violenta de
todas las manifestaciones hechas por las señoras tuvo lugar en un teatro á
N orth Saetón, contra el ministro Asquiih, que ellas aborrecen ferozmente
[...] tres mujeres se pusieron a gritar, ondeando en el aire una bandera
que llevaba escrito ¡El voto para las mujeres! Una de las más exaltadas
[...] sacó un látigo y empezó a suministrar latigazos a todos los que la
rodeaban”. *?
Noticias inglesas también nos llegaron en 1912. Un artículo informa que
se formó un comité de conciliación de sesenta diputados para crear un pro-
yecto de ley para promulgar el voto de la mujer. Relata que esto hizo que el
gabinete ministerial se dividiera, oponiéndose a dicho proyecto el sector en-
cabezado por mister Asquiih. Reflexiona el articulista: “Y puede [... ] tenerse
por cierto que no ha de pasar mucho tiempo sin que las inglesas, que ya tienen
participación en la elección de varias corporaciones de carácter público, ob-
tengan [... ] el derecho de votar en las elecciones legislativas”. **
En la revista Acción Femenina, también se publicaron muchas noticias
sobre los acontecimientos feministas mundiales. Un artículo trata sobre el su-
fragio femenino en Estados Unidos de Norteamérica. Informa sobre los Esta-
dos que han concedido el sufragio: “En total son ya 16 los Estados U nidos que
tienen ciudadanas”. ** En el mismo número de la revista, aparece un artículo
sobre Rusia y otro sobre Inglaterra. El que habla de Rusia relata que luego de
haber prometido a las mujeres que votarían en la Asamblea Constituyente al
¡igual que los hombres, se resolvió que no lo harían, dando como excusa que
el sufragio femenino traería complicaciones. Entonces una gran multitud de
mujeres acudió al Palacio de la Duma a reclamar la igualdad de derechos. El
de Inglaterra expresa lo siguiente:
“Dentro de pocas semanas el voto de la mujer será un hecho [... ] Es harto
conocida la resistencia desdeñosa que Mister Asquiih opuso desde 1906
hasta 1914 a la tenaz y violenta campaña de las feministas [...] El 18 de
marzo, al entregar en la Cámara de los Comunes la resolución a favor de
28 Marla Laura Osta
la revisión de la ley electoral [... ] Mister Asquiih declaró que ha modifica-
do completamente su opinión”. %5
Mister Asquiih argumentó su cambio de opinión, reconociendo que la
mujer, durante la Primera Guerra Mundial, había trabajado a la par del hom-
bre, demostrando así que era merecedora de los mismos derechos.
Es llamativo ver cierta continuidad en las noticias que llegaban al país, ya
sea siguiendo un mismo periódico, o varios. Podemos constatar, por ejemplo,
el giro que dio el ministro Asquiih, que pasó de ser un opositor -tal como
aparece publicado en los artículos de La Mosca en 1906 y de El Bien Público
en 1912- a un simpatizante del voto femenino -Acción Femenina, 1917.
En el N2 6 de la misma revista, hay un artículo sobre el sufragio femenino
en Italia, y dice que ante la solicitud del sufragio que hicieron las mujeres, el
presidente del Consejo afirmó que el voto administrativo debía ser concedido
inmediatamente y en igualdad absoluta con el voto masculino. Y en cuanto al
voto político, se cuestionó si dárselo junto con el administrativo o después de
este. También contiene una noticia sobre Rusia: “La elección de la Constitu-
yente se hará sin distinción de sexos y por voto directo, igual y secreto”. *
Ya en el N21 de 1918 habían publicado “... Inglaterra ha sancionado, al
fin, el bill que otorga a la mujer el derecho al sufragio. Seis millones de muje-
res quedan incorporadas a la vida ciudadana del gran país [... desde] el 6 de
febrero próximo pasado”. *”
En 1919 se supo en nuestro país que “el diputado doctor Telémaco Silveira
presentó al Parlamento paraguayo un proyecto de ley a favor del voto de la
mujer”, 18
En el mismo año también, la ciudadanía uruguaya se enteró de que en el
Parlamento español se presentó un proyecto de ley sobre algunos derechos
políticos de la mujer, que fue rechazado por las feministas, ya que les conce-
día el derecho con restricciones. *?* Y que en Italia “después de 56 años, duran-
te los cuales se ha debatido la cuestión, las mujeres italianas logran tener el
derecho al voto”. ?0
En los números 40-42 de la revista portavoz de las mujeres, aparece una
noticia acerca del Partido Nacional de Mujeres en Estados Unidos (creado en
1913), señalando que en el partido “... se practica la idea de actuar como un
grupo independiente, cuyo peso haría inclinar la balanza a su lado, obtenien-
do así que el partido dominante se interese por su causa”, ?!
En el diario El Pueblo, también aparecen notas referidas a los avances
femeninos en otras partes del mundo. Un ejemplo son las entrevistas que rea-
lizan a tres diputadas españolas: Victoria Kent, Margarita Nelken y Clara
Campoamor. *0tro ejemplo es la publicación, en la página principal, de un
Los movimientos feministas mundiales por el sufragio 29
titular que dice: “¿Votará en Argentina la mujer?”, ? luego prosigue la noticia
anunciando que la Cámara de Diputados argentina aprobó los derechos polí-
ticos de la mujer. El miércoles 21 de setiembre del mismo año, anunciaban
que en Francia, transcurridos 10 años desde la última vez que el Senado re-
chazara una proposición favorable a la concesión del voto femenino (1922),
la proposición había sido reproducida y rechazada nuevamente. ?*
Estos son algunos ejemplos de publicaciones de noticias extranjeras sobre
los movimientos femeninos por el sufragio. Se seleccionó una muestra, reflejo
de que los uruguayos, ya desde 1835, tenían conocimiento de los logros feme-
ninos a escala mundial. Estas novedades prendieron rápidamente en unas
mentes ávidas de progreso porque, como veremos más adelante, existía en
gran parte de nuestros antecesores el caldo de cultivo necesario para que las
ideas del sufragio universal se expandieran. Se podría decir entonces, que un
sector de los uruguayos de fines del siglo XIX y principios del XX estaba infor-
mado sobre los movimientos feministas, favoreciendo así -junto a otros facto-
res- que entre los ciudadanos se desarrollaran distintas opiniones sobre el
voto femenino.
La presencia de Belén de Sárraga en Uruguay
El impulso del feminismo también llegó por la presencia de figuras clave
del movimiento feminista mundial. Tal es el caso de la española Belén de
Sárraga, * que vivió en Montevideo desde 1900 hasta 1912, año que comenzó
su gira por América. En Montevideo fue directora del periódico El Liberal,
desde 1908 hasta setiembre de 1910; en él escribió diariamente en su colum-
na combatiendo contra la Iglesia Católica, contra las leyes que sometían a la
mujer bajo el dominio del hombre, en defensa de la paz mundial y del
medioambiente. Belén viajó por el interior de Uruguay promulgando las ideas
de emancipación de la mujer, en medios agrarios donde el patriarcado estaba
totalmente institucionalizado.
Escribió también en El Liberal, casi todos los días, en su columna editorial
publicando poemas y cuentos. En una de sus columnas plantea cómo la reli-
gión determina a las mujeres y los hombres a ver con naturalidad su papel de
siervos, y propone que este mal social debe ser combatido por medio de la
rebeldía: “... La rebeldía guarda en sí tesoros de felicidad para mañana. Es
preciso que el hombre y la mujer aprendan a rebelarse contra el destino”. ?f En
dicho diario publicó una convocatoria invitando a participar en el Congreso
Internacional Feminista que tuvo lugar en mayo de 1910 en la ciudad de Bue-
30 Marla Laura Osta
nos Aires. Allí, Belén participó como vicepresidenta del Congreso, represen-
tando a la feministas uruguayas. En 1912 inició su gira por varios países de
América, propagando sus ideas de librepensamiento, anticlericalismo y femi-
nismo. Fruto de esta gira fue su obra El clericalismo en América, a través de un
continente, publicado en Lisboa en 1915.
Notas
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
Cfr. Luis Marcelo Pérez, Mujeres, sociedad y política, pp. 47-49.
Cfr. Mariblanca Staff Wilson, Influencia del feminismo en la reivindicación de los
derechos humanos de las mujeres, en www.derechos.org, febrero, 2004.
El Universal, 23 de julio de 1835.
La Mosca, 6 de mayo de 1906.
Ibíd., 12 de agosto de 1906.
El Bien Público, 12 de abril de 1912.
Revista Acción Femenina, Montevideo, N22, 1917, p. 71.
Ibíd., pp. 70-71.
Ibíd., p. 214.
Ibíd., N21, 1918, p. 1.
Ibíd., N*s 25-26, 1919, p. 193.
Ibíd., N222, 1919, p. 132.
Ibíd., p. 152.
Revista Acción Femenina, N* 40-42, 1922, p. 59-60.
El Pueblo, 5 de setiembre de 1932.
Ibíd., 17 de setiembre de 1932.
Ibíd., 21 de setiembre de 1932.
Sobre la presencia de Belén de Sárraga en U ruguay, no existen registros de una inves-
tigación, sólo tenemos referencias realizadas por Luis Vitale y Julia Antivilo en su obra
Belén de Sárraga: precursora del feminismo hispanoamericano, y por Rafael Gumacio
Rivas en su artículo “Belén de Sárraga”. La historiadora Graciela Sapriza está realizan-
do una investigación al respecto, pero aún no la ha culminado.
Cit. en: Luis Vitale y Julia Antivilo, Belén de Sárraga: precursora del feminismo hispa-
noamericano, p. 40.
Los movimientos feministas mundiales por el sufragio 31
La condición femenina:
de lo privado a lo público
Este capítulo nos muestra a la mujer desplegándose en todos los ámbitos de la
vida cotidiana: en la poesía, la educación, la justicia, el trabajo, como materia
de estudio. Los documentos analizados no siempre se expresan a favor de la
¡igualdad entre los hombres y las mujeres, pero sí manifiestan que ya en épocas
anteriores al sufragio el tema era polemizado. Estas fuentes dialogan en una
transición, que se dio durante del siglo XIX, del mundo femenino privado al
público.
El “bello sexo” en la literatura
En la antología poética realizada por Luciano Lira en El Parnaso Oriental
en 1835, generalmente se presenta a la mujer como un referente sin voz, se la
denomina como “madre”, “virgen”, “esposa”, “ninfa”, “hermosa”, “delicada
amante”. En la mayoría de los casos ocupa un rol sufriente a causa de la au-
sencia o la muerte de un varón querido en la guerra, y sólo el regreso de esos
hombres consolidará su felicidad. La mujer espera al hombre, este es el que
forja la patria y encabeza su defensa; la mujer tiene un papel secundario,
totalmente pasivo.
Sin embargo, en esta misma recopilación, hay una poetisa que se atrevió
a escribir en un escenario poblado de hombres. Ella es Petrona Rosende, ? una
esposa-madre que supo darle tiempo al cultivo del espíritu, una mujer que
desafió a los hombres de su época. Acuña de Figueroa la calificó como la
“Safo Oriental” y la “Décima Musa”, Magariños Cervantes como la “Eva del
32 Marla Laura Osta
arte”, la seductora de maléfica influencia, que tienta al hombre con la manza-
na del talento. 22 Petrona Rosende escribió un poema representativo de las
confrontaciones que existían entre los hombres y las mujeres intelectuales. Se
titula “La cotorra y los patos” y en él satiriza la concepción que los hombres
tenían de la mujer: “... no ves que eres mujer y nadie te ha de creer eso. Habla
sólo de las cosas que son propias de tu sexo”. 2
Vemos cómo Rosende se da cuenta del lugar que esa sociedad le adjudi-
ca, pero de todas formas sabe cómo explotarlo al máximo: “... metida en mi
jaula como y digo lo que quiero”. 3 Sabe que la verdadera libertad puede
expresarse de diferentes formas; ella eligió la mejor forma, la más sutil y pode-
rosa: la literatura.
En uno de sus poemas publicado también en dicha antología, ridiculiza y
se ríe de aquellos hombres de su época que hacen poesía acerca de todo lo
que los rodea. *! Rosende no sólo se siente en el mismo plano que los poetas,
sino que ve que gran parte de la poesía escrita por ellos no tiene gran valor, y
por eso la critica. La poetisa, además de atreverse a escribir en El Parnaso
Oriental de una forma libre y revolucionaria, utiliza este medio para burlarse
de algunos hombres.
La mujer que se deduce de sus poemas es ella misma, una persona a
quien las opiniones masculinas no le afectan demasiado. U na mujer que sabe
expresar lo que piensa más allá de los obstáculos.
En una novela uruguaya publicada en 1859, que fue muy conocida en su
momento, encontramos un diálogo que nos puede dar una visión bastante real
del papel que la mujer podía ocupar en la sociedad, a juzgar por la opinión
del autor. Veamos un fragmento:
“—... Las mujeres no tienen ni una letra de política.
— ¡Ay! Y qué equivocado vives, querido Lucas. Pues debes saber tú, que
las mujeres son las que mueven toda esa máquina que se llama sociedad
[...] los maridos adquieren puestos públicos [... ] Ellas son las que dan los
consejos y hasta dirigen la política.
—Calla mujer, no digas disparates: conozco yo señoras, muy señoras de
su casa, que sólo cuidan de sus hijos y de su hacienda [...] Eso deberías
hacer tú, y no mezclarte en política.” ?2
Y más adelante vemos la contestación:
“—Bien Lucas, ¿de dónde sacas tú que las señoras no pueden tomar parte
de las discusiones de interés público? [...] Una señora es un miembro de
la sociedad, y un miembro muy importante. Le conviene estar al corriente
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 33
de todo, y pues, como se la considera parte integrante, se le debe recono-
cer su derecho”. 3*
La protagonista del diálogo hace un planteo lógico, justificando por qué
las opiniones políticas de las mujeres deben ser oídas: si son parte de la socie-
dad, como tal, tienen derecho a opinar. Si bien no se habla de sufragio direc-
tamente, reivindica la participación de la mujer en el ámbito político.
ea Elteatro
Una obra de teatro que representa, en forma burlesca e hiperbólica, los
conflictos que puede ocasionar la injerencia de la mujer en el ámbito político
es Una mujer con pantalones de O rosmán M oratorio, de 1883. Desde su título
nos muestra la opinión de un sector de la sociedad que relaciona al mundo
político exclusivamente con el mundo masculino. Es la historia de una mujer
que desea fervientemente actuar en política, pero para ello “abandona” su
hogar, deja de limpiar, de cocinar, no atiende a su hijo ni a su marido. En
definitiva, intenta generar temor a la participación de la mujer en la política,
mostrando lo que ocurriría en los hogares si la mujer votara. Ridiculiza a las
feministas y muestra cuál ha de ser el verdadero papel de la mujer en el mun-
do: ser madre y ama de casa. Culmina la obra cuando la mujer descubre que
su felicidad está en cumplir esos roles. Es una obra escrita por un hombre,
dirigida a un público dubitativo respecto a estos cambios que comienzan a
asechar a la sociedad uruguaya. De ella podemos deducir la identificación del
feminismo político con un rol masculinizante. Esto se ve cuando el personaje
le recrimina a su esposa diciendo: “... si usted fuera lo que se llama una mujer
de su casa y no un marimacho, no sucedería esto”. 34 Finalmente muestra el
temor que se tenía -especial mente por parte de los hombres- ante la emanci-
pación política de la mujer, que los induce a pensar que todo sería un caos si
la mujer se apasionara por otra actividad que no fuera la del hogar. M oratorio
quiso dejar al público una enseñanza: una mujer jamás debe descuidar su
verdadera misión en la vida, y el hecho de que tenga otra actividad, necesaria-
mente, implica descuidar sus responsabilidades de madre y esposa. A través
de esta obra se visualiza que la participación política de la mujer era un tema
presente en los distintos sectores de la sociedad.
a Laliteratura gauchesca
En 1892, Eduardo Acevedo Díaz en El Combate de la Tapera describe a
una mujer valiente, guerrera, que llega hasta lo último por un ideal sublime
como es el amor a un hombre o a la patria. Catalina se arrastra malherida por
el campo de batalla, para matar al enemigo con sus propias manos. Luego
34 Marla Laura Osta
busca a su amado y llega jadeante hasta él para morir a su lado. Catalina es
descrita por el autor como una heroína femenina y sensual: “... una mujer
fornida y hermosa, color de cobre, ojos muy negros velados por espesas
pestañas, labios hinchados y rojos, abundosa cabellera, cuerpo de un vigor
extraordinario”.** Acevedo Díaz presenta a Catalina como un personaje que
desencadena la acción del cuento movida por sentimientos profundos y en-
contrados: amor-odio. Mujeres como ella, forjadoras de destinos, no dejan
que la vida les pase por encima, sino que son capaces de cambiar su curso.
Sin embargo, aún se advierte en esta prosa la resistencia a romper el círculo
de predominio masculino: Catalina es un personaje que actúa en función de
su amado.
a Lageneración del 900
Llegamos luego en literatura a la llamada “generación del 900”. Según
Alberto Paganini, la sociedad de 1900 tiene como signo de vida el materialis-
mo, la satisfacción de las necesidades másinmediatas. Cuando se alcanza una
cierta posición, el conformismo paraliza todo afán de superación. La cultura
en este ambiente es “innecesaria”. Los poetas y artistas son considerados “ra-
ros”, excéntricos, serán siempre extravagantes, aun sin proponérselo. El ideal
del artista y del poeta, no es comunicarse sino aislarse y defenderse. José Enri-
que Rodó describe gráficamente a los hombres del 900:
“¿Quién escribe? ¿Quién lee? [... ] Vegetamos entre la chismografía políti-
ca, las pequeñas angustias de la lucha por la vida [... ] Por aquí todo da lo
mismo: guerra y miseria, caudillos y fanáticos”. 3
De esta generación de intelectuales destacamos a dos mujeres: Delmira
Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira.
e Delmira Agustini
Delmira Agustini (1886-1914) en una de sus obras, Los cálices vacíos,
publicada en 1913, expresa: “me seduce el declarar que si mis anteriores li-
bros han sido sinceros y poco meditados, estos Cálices vacíos, surgidos en un
bello momento hiperestésico, constituyen el más sincero, el menos medita-
do... Y el más querido”. *” Con esta obra Delmira “se pone a la vanguardia de
la lírica de todo un continente; abre el camino que recorrerán luego la chilena
Gabriela Mistral, la argentina Alfonsina Storni y la uruguaya Juana de
Ibarbourou”. 38
La obra está dedicada a Eros, pero también Thanatos se reserva una buena
parte. Delmira escribe versos en los que el Amor aparece definitivamente
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 35
muerto, negado. “En la hora de la verdad, al ir a abrazar a Eros, Delmira sólo
encuentra la máscara de Thanatos”. * Según Rodríguez Monegal, la autora se
siente mancillada por su deseo, se ve como un cáliz vacío que el amado col-
mará. Contra la voluntad de su hogar, de su clase y de su ambiente burgués,
Delmira se atreve a profundizar dentro de sí misma, con poemas que narran
sus aventuras imaginarias. * En su interior se agolpan las fuerzas oscuras de
una mujer. Ante la gran carga sensual de sus poemas, la sociedad de M ontevi-
deo en 1913 se escandaliza y levanta una muralla de silencio.
Rubén Darío -el padre del modernismo- se refiere a Agustini:
“Detodas cuantas mujeres hoy escriben en verso ninguna ha impresiona-
do mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón
de flor. [...] Y es la primera vez en que en lengua castellana aparece un
alma femenina en el orgullo de la verdad de su inocencia y de su amor
[...] Sinceridad, encanto y fantasía, he allí las cualidades de esta deliciosa
musa. Cambiando la frase de Shakespeare, podría decirse “thatis a woman”,
pues por ser mujer, dice cosas exquisitas que nunca se han dicho”. *
a María Eugenia Vaz Ferreira
Otra representante femenina de la generación del 900 es María Eugenia
Vaz Ferreira. Su único libro, La isla de los cánticos (1924) fue publicado des-
pués de su muerte y se reeditó recién en 1956. *? En sus poemas el amor está
presentado como inalcanzable; la imagen que de él se tiene es tan sublime y
trascendental, que dista mucho de lo humano. * El lenguaje utilizado es suma-
mente explícito y atrevido. El hombre debe ser “un vencedor de toda cosa,
invulnerable, universal, sapiente, inaccesible y único”, que sepa domar fieras
salvajes, que sea fecundo y, además, que sepa ser león. Paganini expresa: “El
ciclo amatorio de la vida de María Eugenia terminará en frustración, pero por
voluntad, vocación y decisión propias. No era persona de allanarse ante el
simple amor humano”. **
e Juana de lbarbourou
No muy lejos de M aría Eugenia, se encuentra Juana de Ibarbourou, ubica-
da -según Zum Felde- en la llamada “generación del 20”. El antecedente más
inmediato de la poesía amatoria de esta es Delmira Agustini. No obstante, si
bien el erotismo de Los cálices vacíos es dramático, el dramatismo de Juana
surge justamente “cuando el erotismo termina a causa de la desaparición del
cuerpo y de los sentidos”. * Jorge Arbeleche afirma que en Juana de Ibarbourou
el amor es tomado como un absoluto, y que es visto bajo el signo de lo ex-
36 Marla Laura Osta
traordinario. El amor “toma un tono casi sagrado y se convierte en el centro
del universo”, *
Veamos algunos fragmentos:
“Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.
Mientras las otras sombras recen, giman o lloren,
El
Yo iré como una alondra cantando por el río
y llevaré a tu barca mi perfume salvaje,
[a]
Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros
que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros,
Caronte, yo en tu barca seré como un escándalo. *”
Juana de Ibarbourou sabe que no se resignará el día de su muerte a partir
llorando o rezando, sino que cantará como una “alondra” melodías salvajes,
partirá de esta vida de la misma forma en que vivió.
Ella se destacó no sólo por ser una mujer poeta, sino por expresar con
libertad sus más hondos sentimientos. En palabras de Miguel de Unamuno
“Una mujer, una novia aquí [se refiere a España], no escribiría versos como los
de usted aunque se le vinieran a las mientes y si los escribiera no los publicaría
y menos después de haberse casado con el que se los inspiró [...] me ha
sorprendido gratísimamente la castísima desnudez espiritual de las poesías de
usted, tan frescas y tan ardorosas a la vez”, *
Lastres poetisas a las que hacemos referencia lograron en su poesía eman-
ciparse de la mentalidad conservadora de la sociedad del 900, sin embargo,
nunca participaron en los movimientos feministas. Ni M aría Eugenia ni Delmira
asistieron nunca a un instituto de enseñanza, ni siquiera primario, y Juana de
Ibarbourou se oponía al sufragio femenino. Las letras fueron la manera singu-
lar y paradójica de liberación personal, que no tenía ninguna vinculación di-
recta con la prédica feminista, pero que no pudo escapar a ella.
a JoséBellán
José Bellán es un escritor uruguayo que propone explorar detenidamente
al sexo femenino a través de diversos tipos de mujeres. Sus personajes femeni-
nos son el resultado de una determinada configuración de la sociedad en la
cual se manifiestan. Tal es el caso de la obra El pecado de Alejandra Leonard,
que relata la vida de una joven intelectual que cometió el “pecado” de no
haberse sometido a los cánones de los estereotipos sociales. Esta obra presenta
el pleito entre las mentalidades tradicionalistas y las transformadoras que reve-
La condiciÚn femenina: de lo privado a lo p'blico 37
rencian las novedades. Alejandra es portadora de una mentalidad
transformadora para su época. El autor describe su propia sociedad “machista
y Clasista”, pero por medio de esta obra busca redimir al más débil: la mujer.
Por eso, los críticos consideran que esta obra “constituye una reivindicación
feminista”. * Alejandra resalta en todos los aspectos de su vida el valor de su
inteligencia. La sociedad le pide que la inteligencia sea un adorno, pero ella es
incapaz de esa hipocresía. Para Bellán, esto es difícil que lo entiendan aque-
llos hombres cuya conducta está impregnada de una doble moral. El autor
busca inmolar a las mujeres inteligentes poniéndolas en un plano superior a
los hombres: el novio de Alejandra cuando la conoce se siente impotente,
nervioso, cuestionado, torpe. Bellán deja planteados algunos temas polémicos:
la maternidad y el matrimonio, ¿constituyen la plenitud de la felicidad de las
mujeres? ¿Sólo la mujer sumisa e ignorante es quien logra casarse? Cuestio-
nando así las costumbres de la sociedad patriarcal y proponiendo una nueva
visión de la mujer propia del siglo XX.
La literatura descubre la mentalidad del siglo xIX y de principios del Xx, si
bien no muestra a una mujer totalmente liberada de las formalidades sociales,
es posible levantar el velo de un ambiente exclusivamente patriarcal y recono-
cer otros matices cercanos a los que se consolidarán ya entrado el siglo XX. La
mujer que estaba despertando de su letargo, poco a poco fue ganando espa-
cio, y comenzó a hacer valer sus ideas y opiniones.
La mujer en el trabajo y la educación
Para comprender la lucha por los derechos políticos de las mujeres, es
necesario conocer sus avances en el campo laboral y educativo. Ambos son
antecedentes fundamentales para el posterior logro de la igualdad política.
Estos avances de la mujer en el ámbito público facilitaron su posterior lucha
por la participación política.
El mundo laboral
Consideremos algunos datos acerca del desempeño de la mujer en el
mundo del trabajo:
Personal femenino ocupado en industria y comercio en Montevideo
Censo de Montevideo de 1889 15,8%
Censo Nacional de 1908 12,8%
Censo industrial en Montevideo de 1913 11,9%
38 Marla Laura Osta
Personal femenino en escuelas públicas
1876 47,6%
1915 90,3%
En 1913 el 10% de las trabajadoras eran menores de 15 años, 44% te-
nían entre 16 y 21 años, un 33% entre 22 y 30 años, y sólo un 12% tenía más
de 31 años. *
En la búsqueda laboral, la mujer encontró muchos obstáculos, entre ellos
la saturación de mano de obra. Esto facilitó que los empresarios bajaran a la
mitad los sueldos del sexo “débil”. Los bajos sueldos de las mujeres ocasiona-
ron la oposición de los trabajadores masculinos, ya que eran una competencia
injusta para ellos: el mismo trabajo por menos dinero. Fue así como en 1918 el
gremio de linotipistas declaró el boicot a toda imprenta que admitiese mujeres
en el aprendizaje de este oficio.
Como contrapartida las mujeres se resistieron a integrar sindicatos po-
blados de hombres y se dieron, en varios sectores, los sindicatos divididos
por sexos. De todas formas las mujeres fueron ganando su lugar, y gracias a
la legislación “protectora” defendida por varios grupos políticos (socialistas,
batllistas, nacionalistas) su condición mejoró cualitativamente. Un ejemplo
es el caso del correo: en 1899 su director pidió autorización al Poder Ejecu-
tivo para proveer con mujeres varias sucursales. El presidente Cuestas se
negó, pero en 1901 cedió, e ingresó una mujer al correo. Bajo la presidencia
de José Batlle y Ordóñez, el número de mujeres pasó a 50.
En defensa de la situación laboral de la mujer, Luis Alberto de Herrera, **
como primer secretario de la Legación de U ruguay en Washington, en corres-
pondencia para el diario El Día durante los años 1902-1903, expresaba:
“... por qué la mujer latina continúa siendo una entidad consciente a
medias, por qué la inutilizamos, la aplastamos, bajo una lápida de
rutinarismos? [...] no nos causa extrañeza la situación deprimida de la
mujer entre nosotros y nos parece muy natural que para ella, fuera de las
costuras, pagadas a precio inicuo, se cierren todas las puertas de la inicia-
tiva”, 52
Vemos que la situación laboral de la mujer era un tema que preocupaba
no sólo a las trabajadoras, sino que también comenzaba a preocupar a los
hombres que estaban en el gobierno.
Poco a poco fueron logrando algunos beneficios, como la licencia por
maternidad de dos meses con sus sueldos íntegros, que se aprobó en 1911, o
la llamada “ley de la silla”, en 1918, que disponía que en los establecimientos
donde trabajaban mujeres debían tener un número suficiente de sillas para
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 39
que las empleadas y obreras pudieran tomar asiento, siempre que sus tareas se
lo permitieran.
Otroslogros-no sólo para las mujeres sino para los obreros en general - se
fueron dando en el período batllista, es así que aprobaron la ley de prevención
de accidentes, el descanso semanal, la ley de la jornada de ocho horas. Pero
las obreras nada lograron para mejorar sus salarios, y la desigualdad y la dis-
criminación eran evidentes. La Oficina Nacional de Trabajo notaba esta injus-
ticia en 1925:
“... Ella, ya sea en el taller, en la fábrica, en el comercio, trabaja y rinde
¡igual que un hombre y a veces más. ¿Es justo que su salario sea menor y
sus condiciones de trabajo sean ¡iguales que las del hombre?”. *3
La gran mayoría de los salarios femeninos no alcanzaban ni siquiera a la
mitad del salario masculino para la misma tarea.
Otro elemento que no fue atendido por la legislación es el trabajo a domi-
cilio, que sufrió un gran incremento como consecuencia de la aprobación de la
ley de la jornada de ocho horas. Los patrones buscaban contrarrestar los efectos
de esta ley recurriendo al trabajo domiciliario posterior a la jornada laboral.
Por su parte el Estado alentó el ingreso de mujeres a cargos públicos. En
1911 el Poder Ejecutivo emitió un decreto por el cual los jefes de oficinas
debían proponer, con preferencia, a mujeres en aquellos cargos que se
adecuaran a ellas.
Durante el período de Terra, se ratificaron varios convenios internaciona-
lesfavorables a los derechos laborales de la mujer, como por ejemplo aquellos
referidos a la prohibición del trabajo nocturno femenino, y de la prohibición
del trabajo para la mujer embarazada. Este gobierno, en general, apuntó por
medio de la legislación a “proteger” al sexo “débil” pero nunca la vio como
¡igual al hombre. Es por esto que las feministas ven en el gobierno de Terra una
visión discriminatoria que atentaba contra las oportunidades de empleo de la
mujer: todos los beneficios que se les otorgaba, desalentaban a los empleadores
a contratarlas. Paulina Luisi afirmaba al respecto que las leyes protectoras “le-
jos de servirle de protección, sirven de instrumento a una mayor desvaloriza-
ción de la mano de obra femenina”. **
Detodasformas, la sobreprotección legal fue el primer lenguaje que nues-
tros gobiernos aprendieron a utilizar para dialogar con la mujer. Fue el primer
paso que dieron hacia su igualación y por eso es loable y digno de estudio.
Desde el batllismo de principio de siglo, hasta el día de hoy, nuestra legisla-
ción laboral y civil no ha hecho más que beneficiar a la mujer. Muchas veces
estos beneficios perjudicaron su condición de igualdad, pero en el momento
histórico que fueron dictadas eran necesarias para el despegue femenino.
40 Marla Laura Osta
La educación
La educación formal femenina tiene su más lejano antecedente en la es-
cuela para niñas fundada en 1795, por iniciativa de Eusebio Vidal y su esposa
María Clara Zabala, con el fin de “perfeccionar” la crianza que les daban sus
padres en la lectura y escritura, en los deberes cristianos y en los ejercicios
mujeriles.
El doctor Palomeque en 1855 señalaba:
“Las ideas dominantes del siglo se oponen, lógicamente, a que se dé ins-
trucción al hombre y no a la mujer [...] La mujer que ha de llegar a ser
madre, como la que por vocación se dedique a la noble profesión de la
enseñanza, debe llevar consigo los más abundantes gérmenes de instruc-
ción y suficiencia al seno doméstico [...] La inteligencia de la mujer debe
desarrollarse por medio de estudios científicos, puesto que ella, por una
ley divina [... ] está llamada a ser la compañera del hombre”. 5
En 1875, Una articulista de la Revista U ruguaya expresaba: “Espero que la
ilustración de la mujer de mi país sea la antorcha que disipará la oscuridad del
presente”. 5 Anhelaba para la mujer un destino de ilustración, pero no estaba
de acuerdo con su participación en política. “La mujer que por sentarse en los
bancos de la Representación por contribuir con su voto al sufragio público
[...] abandonase su hogar: esa mujer sería culpable”. *”
José Pedro Varela, en su obra La legislación escolar, da un lugar de
privilegio a la mujer en su papel de educadora. Establece que separarla de
los hombres en la formación de la Escuela Normal, le atribuiría un sitial de
preferencia. Si bien él afirma que poseen la misma capacidad para el desem-
peño de las funciones pedagógicas, reconoce que los conocimientos que
adquiere el hombre en la Escuela Normal lo capacitan para aspirar a posi-
ciones más provechosas que la de maestro; mientras que las maestras, en la
sociedad en la que viven, no encuentran otras ocupaciones con mayores
ventajas. Y afirma, a raíz de lo señalado, que el maestro recibe mayor retri-
bución económica que la maestra: “la enseñanza dada por la mujer es me-
nos costosa que la dada por el hombre”. 5
La reforma vareliana, a partir de 1877, abrió horizontes nuevos para la
educación de la mujer, al sostener la conveniencia de que fuera educada en
igualdad de condiciones con el hombre. El reformador expresa en 1874:
“... nadie desconocerá que la mujer [...] como madre de familia, desem-
peña funciones educacionistas de la mayor importancia”. ** Y continúa:
“Cuando la ley suprema de la sociedad modera es el trabajo, privándola
La condiciÚn femenina: de lo privado a lo p'blico 41
de la educación necesaria, se hace a la mujer un instrumento inútil, un ser
incapaz de trabajar”. % Varela combate la enseñanza “frívola” que recibe
la clase alta, y ve que estas mujeres podrían ejercer, de modo altruista,
una benéfica acción educativa: “... supóngase por un momento la inteli-
gencia, la voluntad y el natural prestigio de las mujeres de nuestra clase
pudiente, puestas al servicio de la educación del pueblo”.*! De su planteo
no escapan las clases medias: “¿Q ué es la mujer de la clase media? Costu-
rera y nada más [...] ¿Por qué no educar a la mujer para que pueda ocu-
parse de otro modo que en coser?”. * Y reflexiona:
“... ¿no se abre en la enseñanza una carrera brillante para la mujer? [...]
La mujer ha monopolizado la enseñanza. Es natural que así sea, puesto
que el hombre tiene muchas otras carreras que ejercitar su actividad y
ganar su vida [...] La razón es sencilla: las mujeres, si obtuvieran como
maestras un sueldo de 70 pesos mensuales se sentirían más que satisfe-
chas, mientras que a los hombres no le sucedería tal cosa, porque podrían
obtener mejores resultados en otras ocupaciones”, $3
Según la historiadora María Julia Ardao, la reforma escolar de Varela de
1877 “abrió nuevas perspectivas para la educación y la actividad de la mujer
llamada a colaborar intensamente en el desarrollo de la enseñanza primaria”. *
Pero Varela fue mucho más lejos con respecto a la mujer, no sólo confió
en su igualdad educativa, sino que también la visualizó en igualdad de dere-
chos políticos. Son innumerables las cartas que durante su viaje por Estados
Unidos -durante todo el año 1868- escribió expresando estas ideas. Conmo-
vido por la libertad social y laboral de las mujeres norteamericanas señalaba:
“... convenciéndome de que el sentimiento y la inteligencia no se excluyen;
de que la gracia y el estudio pueden caminar juntos en medio de las tribula-
ciones de la vida [... ] la mujer, con la misma voz con que acaba de pronun-
ciar un discurso político o una disertación científica, puede, algunos instantes
después, entonar el arrorró junto a la cuna de un niño que dormita”. 65
Sus deseos de igualdad política entre el hombre y la mujer se reflejan en
su obra La legislación escolar, en la cual, cuando relata la elección de las
Comisiones de Distrito (institución fundamental para descentralizar la educa-
ción en el interior del país), eleva a la mujer a la categoría de ciudadana,
expresando en los artículos 33 y 34:
“Es elegible para el cargo de miembros de la Comisión de Distrito cual-
quier persona, sea hombre o mujer que tenga 21 años cumplidos [... ]
tendrán igualmente voto las mujeres, sean naturales o extranjeras”. 6
Marla Laura Osta
Es notable la coherencia que vivió Varela, no sólo está a favor de la igual -
dad política sino que además lleva sus ideas a la práctica, la mujer puede
elegir y ser elegida como miembro de la Comisión de Distrito.
Su pensamiento político con respecto a la mujer tuvo su punto álgido en el
discurso que pronunció en el Club Universitario a pocos días de llegar de su viaje,
el 13 de enero de 1869. El título de su discurso es “De los derechos de la mujer”,
y en él desarrolla su argumentación, basándose en el pensamiento inglés sobre
todo, a favor de la participación política de la mujer. Entre otras cosas expresó:
“... el uso del primordial de los derechos políticos, el voto, supone sim-
plemente la posibilidad de pensar. El voto representa una opinión y las
opiniones no tienen sexo [...] Las mujeres pagan impuesto ¿por qué en-
tonces, no tendrán el derecho de votar para llevar sus representantes a la
Cámara? [...] Educad a la mujer, ponedla a la altura intelectual del hom-
bre y dobláis el capital inteligente de la sociedad. En lugar de tener que
escoger un hombre entre cincuenta, tendréis que escoger una persona
entre cien, la diferencia vale la pena de considerarse”. $”
Varela llega hasta las últimas consecuencias con este tema, y en un artícu-
lo publicado en El Siglo en enero de 1869 expresa: “Yo creo que la mujer tiene
los derechos políticos, y lo que anhelo es que se le deje hacer uso de ellos, aun
cuando ella no quiera”, *$
Cabe preguntarnos por qué se ha silenciado durante tantos años este as-
pecto feminista de Varela. Aspecto que sin duda es revolucionario para su
época; la respuesta decanta en su propia lógica: la historia estaba hecha por
hombres sobre hombres. Debemos a Nieves A. de Larrobla, y a otros historia-
dores, el rescatar esta visión de la mujer en nuestro reformador.
En cuanto al acceso de la mujer a la educación superior, en 1882 se creó
el Internado Nacional de Señoritas, transformado en 1898 en el Instituto N or-
mal, destinado a formar futuras maestras. En 1891 se creó el Instituto Normal
de Varones. Fue una de las pocas veces en la que una institución femenina
precedió a una similar de hombres. La dirección del Instituto N ormal fue con-
fiada por Jacobo Varela a María Stagnero de Munar, ** principal portavoz de la
reforma vareliana. Esta mujer fue quien puso en práctica la reforma que tanto
José Pedro Varela como su hermano Jacobo impulsaron desde la teoría.
Con María Stagnero también se formaron otras maestras que fueron prota-
gonistas en el impulso educativo de esa época, entre ellas: Enriqueta Compte
y Riqué, que durante 1886 a 1889 dictó Gramática y Composición en el Insti-
tuto Normal y posteriormente fue la primera maestra de jardinera de nuestro
país. María A. Suárez que durante 1889 a 1899 dictó Historia Natural en el
Instituto N ormal; Paulina Luisi profesora de Gramática y Composición; Amalia
La condiciÚn femenina: de lo privado a lo p'blico 43
B. De Ferrari profesora de Francés; Dolores Turriz profesora de Canto; María
Mercedes Domínguez profesora de Corte y confección; Cecilia Guelf recibida
en 1872, trabajó con Varela y María Stagnero, luego de ejercer cinco años en
la Escuela Pública renunció (a pesar de que Varela le ofreció aumentar su
sueldo para que se quede) para fundar la Escuela M etodista.
El acceso de la mujer a los estudios universitarios data de 1879. Ese año,
el Consejo Universitario permitió rendir exámenes libres de filosofía y mate-
máticas a Luisa Domínguez, a solicitud de la interesada. 7
En 1911 el Poder Ejecutivo envió al Parlamento el proyecto de creación
del instituto que habría de ser la Sección Femenina de Enseñanza Secundaria
-conocida popularmente como Universidad para M ujeres-, aprobada en 1912.
En palabras de la historiadora María Julia Ardao “La creación de la Universi-
dad para mujeres en 1912, constituye uno de los aspectos de ese proceso
histórico operado en el Uruguay en armonía con la corriente universal a favor
del reconocimiento de la igualdad de derechos y de la liberación de la mujer”.
71 Entre 1929 y 1959 la evolución del alumnado femenino sufrió un incremen-
to muy acelerado. Creció a razón de 7,5% acumulativo anual, contra un 5,9%
masculino. La creación de esta sección también tuvo su oposición en el Parla-
mento, Luis Melián Lafinur en 1911 expresaba: “¿la mujer no tiene suficiente
con la educación que recibe ahora? [...] La inferioridad de la mujer no tiene
por qué ser demostrada, porque ella es visible”. 7? Es llamativo que en 1911
hayan seguido dudando de la capacidad intelectual de la mujer; los últimos
bastiones de la mentalidad patriarcal seguían haciendo mella en los recintos
parlamentarios.
La presencia de la Sección Femenina de Enseñanza Secundaria incidió en
el número de mujeres que accedían a la Universidad. Las primeras universita-
rias graduadas fueron las hermanas Luisi, Paulina como médica en 1908 y
Clotilde como abogada en 1911. Las primeras profesionales mujeres fueron:
Adela Paretti, obstetra en 1881; Alina Armand Ugón, químico-farmacéutica
en 1906; Ángela Chao Pietra, odontóloga en 1907. En 1910, se creó la Escuela
de Nurses y, en 1914, la de Parteras.
La enseñanza técnica o industrial también abrió sus puertas a las mujeres,
que incorporó en sus planes de estudios cursos femeninos como corte, confec-
ción, bordados, encajes, lencería, alfombras; permitiendo además, su partici-
pación en los cursos tradicionales de carpintería, y mecánica, entre otros.
La discriminación mayor que, según las historiadoras Silvia Rodríguez y
Graciela Sapriza, se seguía dando “... no surgía pues de las restricciones lega-
les sino de la propia sociedad, debido a las mentalidades y costumbres domi-
nantes”. 73
44 Marla Laura Osta
María Julia Ardao agrega al respecto:
“En esta época la ¡idea de la ilustración de la mujer, de su acceso a todos
los grados de la enseñanza y de la carrera universitaria se había arraigado
en la opinión general del país, aun cuando para ejercitar ese derecho
tuviera que hacer frente a los inconvenientes que le oponían no pocos
prejuicios”. ”*
La sociedad de fines de 1800 y principios de 1900 comenzó a acostum-
brarse poco a poco a los argumentos utilizados para justificar la educación de
la mujer. De igual modo, siempre hubo quienes permanecieron reticentes, ya
que no podían dejar de relacionar educación con derechos políticos, y esto
todavía seguía generando desconfianza.
El papel de la maestra en nuestra sociedad marcó un gran salto y sus
principales responsables fueron José Pedro y Jacobo Varela y María Stagnero
de Munar con la creación del Instituto Normal de Señoritas, del que fue
directora desde 1898 a 1911. José Pedro Varela advierte el beneficio econó-
mico que le proporciona a la mujer el ejercicio del magisterio, como una
forma de incursión en el medio laboral pero, ante todo, mediante la profe-
sión de maestra la mujer sale de su círculo privado para ser la educadora de
la sociedad, formadora de ciudadanos. Podría decirse también que el queha-
cer educativo en la mujer es una forma de extender la maternidad en la
sociedad, pero con la reforma educativa esta “maternalización” se profesio-
naliza hacia el mundo público.
Asociaciones de mujeres
La gran cantidad de heridos por el comienzo de la Guerra Grande provo-
có que algunas mujeres se vieran llamadas a adoptar un papel casi protagónico
en su patria. Es así que se formó la Sociedad Filantrópica de Damas Orientales,
en 1843, que bien podría ser el origen de las asociaciones femeninas en nues-
tro país. En su reglamentación expresaban: “En circunstancias como las pre-
sentes, hemos creído que nos corresponde tomar parte en los sacrificios, que
de todos, exige la salvación de la Patria”. ”* Son mujeres que se sienten llama-
das a luchar por la patria, a tener un papel activo en la guerra, curando heridos
y asistiendo a los soldados. Ellas no eligieron quedarse en casa cocinando o
cuidando a sus hijos, sino que decidieron apoyar y subsidiar a sus hombres
fuera del hogar. Una figura destacable de estas mujeres fue la presidenta de
dicha sociedad: Bernardina Fragoso de Rivera. Acerca de ella nos relata M aría
del Carmen Ortiz: “En la agitada vida de Rivera, ella no fue una espectadora,
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 45
[...] o la compañera resignada de un gran hombre, sino una protagonista con
perfil y actuación propios, incansable en la diversidad de actividades que des-
empeñó en el plano público o en el privado”. ?*
Más adelante, en 1884 se fundó el Ateneo de la Mujer cuyo lema era
“educar es redimir”. En el artículo tercero de su reglamento establece: “Su
objeto es desarrollar las facultades morales e intelectuales en la mujer, educar-
la e instruirla para que pueda cultivar las Ciencias, Artes y Letras”. ”” El cultivo
intelectual de la mujer en esta institución se presentaba como un objetivo
primordial. Veían en la educación un medio para la emancipación. La prepa-
ración intelectual esla herramienta necesaria para poder participar en un mundo
dominado por hombres.
En el mismo año se creó la Asociación de Mujeres Católicas, cuyo objeti-
vo primario era crear una fuerza de acción que contrarrestase los casamientos
puramente civiles.
En 1903, la maestra uruguaya María Abella de Ramírez fundó en Buenos
Aires el Primer Centro Feminista del Río de la Plata, que promovía la igualación
de los derechos civiles y políticos de la mujer respecto al hombre. En 1906
presentó al Congreso Internacional de Libre Pensamiento, realizado en Buenos
Aires, su Programa Mínimo de Reivindicaciones Femeninas. 7? Fue la primera
vez en América que las mujeres solicitaron sus derechos civiles y políticos; en el
artículo 17 dice: “Derechos políticos a la mujer argentina o ciudadana”. ??
En 1906, se creó la Liga de Damas Católicas del U ruguay, con el objetivo
principal de luchar contra el retiro de crucifijos de los hospitales públicos y
contra el divorcio.
En 1911, por propuesta de Abella de Ramírez, se creó en el Ateneo de
Montevideo la Sección U ruguaya de la Federación Femenina Pan Americana,
para luchar por los derechos civiles y políticos de la mujer. El primer artículo
del reglamento de la federación establece que “La Sección Uruguaya quedó
establecida en Montevideo [...] respondiendo a los fines de la Federación
Femenina Pan Americana fundada en Buenos Aires el 21 de mayo de 1910”, *0
El artículo tercero plantea que las ideas que persiguen son la protección del
trabajo de la mujer, dándole las direcciones y los medios para su desarrollo
intelectual y moral, y para su sostén. Luego, en el artículo cuarto, aclaran que
esta sección no se organiza con el fin de hacer propaganda religiosa o política
de ninguna clase. En su programa de trabajo establecen: “Trabajar por los
intereses de la mujer, la prosperidad del hogar, la moralidad de las costumbres
y la paz universal”. *! Propone trabajar por la reforma de las leyes civiles de la
mujer, protegerla en los juicios, en la soledad y en la pobreza, crear una bi-
blioteca y fomentar la educación secundaria para las mujeres. La fundación de
46 Marla Laura Osta
esta federación es relevante porque tiene como objetivos principales luchar
por la igualdad civil y política de la mujer. El momento de su fundación es
sumamente precoz en relación a los proyectos de leyes presentados en el Par-
lamento -tres años antes del primer proyecto de ley de derechos políticos y
civiles de la mujer de Héctor Miranda- lo cual nos indica que las mujeres
tuvieron la iniciativa en esta materia y que no se movilizaron incentivadas por
los proyectos batllistas o socialistas, sino antes.
También en 1911 se creó la Sociedad Emancipación, destinada a mejorar la
condición laboral de la mujer por medio del acceso a la educación. En esta
sociedad no existía una preocupación por la igualdad política entre ambos sexos.
Fue creada por anarquistas y masones anticlericales y antisufragistas, que nega-
ron su incorporación a la Federación Femenina Pan Americana, ya que sentían
que la conquista de los derechos políticos y civiles limitaba sus objetivos.
El 30 de setiembre de 1916, por iniciativa de Paulina Luisi, *2 surge el
Consejo Nacional de Mujeres del Uruguay * que representó una instancia
superior en cuanto a organización. El segundo artículo establece como objeti-
vo principal: “establecer lazos de solidaridad entre las diversas asociaciones
femeninas que se ocupan del adelanto moral, intelectual, social y humanitario
de la mujer”. ** En este año Luisi también fundó la revista Acción Femenina
destinada entre otras cosas a promover y concientizar sobre la importancia de
la igualdad política de la mujer.
Dicho Consejo tenía diferentes comisiones para una mejor distribución
de las tareas y mayor efectividad. Dentro de las comisiones estaba la Comisión
de Sufragio, cuya presidenta era Carmen Cuestas de N ery. Las atribuciones de
esta comisión eran esencialmente dos: “mover los altos poderes del país, con
objeto de conseguir el derecho de sufragio absoluto, en igualdad completa
con los derechos del otro sexo”, $ y combatir “en la prensa diaria [... ] para que
se infiltre poco a poco en los espíritus esta aspiración”, $$ y por medio de la
propaganda continua, a través de la palabra, “en conversaciones familiares,
[...] atreverse a dar conferencias o conversaciones públicas”. 37 Es fundamen-
tal destacar la importancia que para estas mujeres tenía el hecho de hacerse
conocer públicamente. Dar conferencias, hablar en reuniones o en la familia
sobre política, eran actividades hasta entonces vedadas para la mujer. Impul-
sarla a que comenzara a hacerlo, era una forma de que se sintiera libre y
segura consigo misma. Comprobar por sí mismas el poder de la palabra, las
haría sentir capacitadas para la lucha. Era necesario que las damas supieran lo
que significaba sentirse escuchadas y respetadas, ahora en el ámbito político,
transgrediendo de alguna forma la esfera privada para dar un paso hacia la
cosa pública.
La condiciÚn femenina: de lo privado a lo p'blico 47
El Consejo Nacional de Mujeres tuvo varios logros, entre ellos obtuvo que
las grandes tiendas permitieran que sus empleadas pudieran usar los ascenso-
res durante las horas de trabajo. * En abril de 1917, durante las reuniones de la
Convención Constituyente, presentaron una carta reafirmando su deseo de
poseer derechos políticos y civiles, “porque considera que sólo en su libre
ejercicio podrá la mujer demostrar el grado de sus fuerzas y desarrollar sin
trabas sus actividades”. ** En 1918, el Consejo Nacional de Mujeres logró que
se hicieran gabinetes higiénicos para damas en las facultades universitarias.
Desarrolló también una campaña sobre educación sexual y educación cívica
en las escuelas, y apoyó la “ley de la silla”. En 1920 el Consejo Nacional de
Mujeres se dirigió a la Cámara de Representantes solicitando la sanción de un
proyecto de ley que aprobara el derecho al voto de la mujer. Este mismo pro-
yecto será presentado por el diputado César Miranda el 13 de octubre de
dicho año.
En 1919, la Comisión de Sufragio del Consejo Nacional de Mujeres se
transformó en la Alianza Uruguaya por el Sufragio Femenino, para tener más
independencia y efectividad en la obtención de los derechos políticos de la
mujer. Los primeros artículos de su estatuto establecen:
“... El objeto fundamental de la Alianza [... ] es obtener para las mujeres el
derecho al sufragio [... ] la Alianza es independiente de todo partido polí-
tico y de toda opinión religiosa”. %
Quedaban así instaladas en Uruguay las filiales de las dos principales
asociaciones feministas internacionales de la época: el Consejo Internacional
de Mujeres, fundado en Washington en 1888, y la Alianza Internacional para
el Sufragio Femenino, creada en Inglaterra y en Estados Unidos en 1904,
En nuestro país se perciben tempranamente dos vertientes distintas de
acción femenina. Por un lado están las movilizaciones de las trabajadoras
(que luchan por salarios y horarios de trabajo más justos), y por otro lado
surgen grupos feministas, formados por mujeres con educación superior que
luchaban por la igualdad civil, política y cultural. Por lo general, ambas co-
rrientes actuaron con independencia, ya que no pudieron dejar de lado sus
diferencias a la hora de movilizarse.
Estas primeras asociaciones femeninas reflejan el deseo de la mujer por
participar activamente en su mundo; demuestran la capacidad de reflexionar y
de hacer. Todas ellas buscaron hacerse oír de distintas formas, dejaron atrás la
actitud pasiva de esperar que las cosas vinieran de afuera, porque ya se sentían
agentes de su devenir y dispuestas a cambiarlo si era necesario.
48 Marla Laura Osta
En el mundo jurídico
Pleitos y reclamaciones
Durante el siglo XIX se produjeron en nuestro país varios juicios, iniciados
por mujeres, que constatan la participación que tuvieron nuestras antecesoras
ante la justicia, a pesar de las restricciones del derecho civil de la época.
Un documento, del 5 de agosto de 1798, nos relata que María del Carmen
Valle, esposa legítima de M anuel Prendes, caminaba por la calle, cuando desde
la vereda de enfrente, Marcelina Castilla, esposa legítima de un individuo de
apellido Barela, comenzó a insultarla por el “solo hecho de haberla mirado”. **
Pero el conflicto no terminó aquí, y Marcelina, no contenta con los insultos,
tomó un puñado de piedras y cruzó la calle. María del Carmen se refugió en una
pulpería, seguida por Marcelina quien, con una de las piedras, le golpeó en la
sien. María del Carmen fue hasta la casa del gobernador a hacer la denuncia
verbalmente y luego por escrito. Marcelina no se quedó atrás y elevó al gober-
nador una contraquerella a María de Carmen. Lo fundamental a resaltar en todo
este juicio esla independencia de las dos mujeres para restituir su honor manci-
llado. Una de ellas inició el juicio y la otra contraquerelló, ambas sin recurrir a
sus respectivos maridos, padres o hermanos.
En 1802, la esclava Petrona Palacio se presentó ante el gobernador
Bustamante y Guerra para reclamar contra María Andrea Palacios, el ama de
su pequeña hija Incolaza de siete años. Según Petrona, Andrea la sometía a
bárbaros castigos, y su deseo era lograr que sea vendida a otro amo. Finalmen-
te Andrea debió terminar aceptando que Incolaza fuera vendida a otro dueño
que gozara de la confianza de Petrona. El historiador Carlos Demasi destaca:
“Es interesante señalar algunas características de este expediente. En él se
manifiesta el papel protagónico que tienen las mujeres: es Petrona quien
denuncia los malos tratos que su pequeña hija [... ] recibe de Andrea Pala-
cios [...] Correlativamente, hay sugestivas ausencias: los personajes mas-
culinos que aparecen involucrados en el expediente lo hacen de manera
marginal y funcionan como instrumentos para el logro de los objetivos de
cada una de las mujeres”. ”2
Bustamante dio su fallo siguiendo la voluntad de la madre, con total justi-
cia falló a favor del más débil, sin importarle que fuera esclava. A su vez,
Petrona Palacios no se amoldó a aquella imagen clásica de la esclava domés-
tica sumisa. Se presentó ante el gobernador para defender a su hijita que esta-
ba siendo maltratada.
La condición femenina: de lo privado a lo p' blico 49
En los primeros días de 1805, Teresa Arteaga se presentó ante el goberna-
dor de Montevideo para denunciar que en la noche del 31 de diciembre de
1804, los señores Bernardo Victorica y Manuel Alberti fueron a su casa para
importunarla con insultos. La denuncia solicitaba que a dichos señores les
fuese prohibida la entrada a su casa. El gobernador Ruiz Huidobro pidió a
Teresa que le especificara cuáles habían sido los agravios de estos hombres.
Ella le expresó, en forma escrita, que eran “injurias de hecho y de palabra”, ”
que le habían dicho que “si no abría la puerta era porque seguramente tenía
algún paisano dentro”, * afirmación totalmente agraviante, ya que el marido
de Teresa se encontraba en Buenos Aires trabajando. Teresa solicitaba que se
les restituyese el honor a ella, a sus hijos y asu marido ausente. Debe destacar-
se en esta denuncia que Teresa Arteaga defendió su honor ofendido, teniendo
en claro que la injuria la afectaba directamente como mujer, pero que además
recaía sobre toda la familia. En ningún momento aparecen hombres en los
trámites de denuncia, lo que significa que una mujer libremente podía recla-
mar la restitución de su honor, si este había sido ultrajado.
En un documento de 1837 la señora María de los Ángeles Cervantes de
Magariños se presenta ante la Cámara de Representantes para reivindicar la
devolución del empleo de su marido. Este había pedido licencia indefinida por
enfermedad y la había obtenido. Pero estando ausente del país se lo destituyó
del cargo, otorgándoselo a otra persona. Ella solicitó justicia y cumplimiento de
lo prometido por el Poder Ejecutivo (licencia y no despido). Vemos aquí a una
mujer activa, que se presenta ante los organismos políticos a reclamar justicia.
Aunque pertenece a la elite dirigente, no refleja la mentalidad conservadora de
principio del siglo xIX. María de los Ángeles expresa en este documento: “Can-
sada de esperar y de desengañarme [... ] he resuelto a hacerlos resonar en este
recinto augusto donde la voz del pueblo es la ley suprema; y donde por lo
mismo debo esperar que la mía será escuchada; y la justicia de mi representa-
ción reconocida y amparada”. * Estas pocas palabras dicen mucho, María de
los Ángeles se sentía “voz del pueblo”, y como tal, con los mismos derechos de
un hombre a reivindicar justicia. Este documento es un ejemplo de la capaci-
dad intelectual que las mujeres podían tener en la época. Es notoria la seriedad
que tiene tal reclamación, con documentos adjuntos y argumentaciones lógi-
cas. Hay que ver con qué vehemencia y valentía se expresa, reflejando a una
mujer culta, conocedora de las leyes y del sistema jurídico.
Estas mujeres pueden ser los antecedentes de las futuras feministas que
reclamarán igualdad política, civil, y económica.
Leyendo un documento de 1870 referido a un pleito promovido por Ma-
ría Dentone contra su padre, vemos nuevamente a una mujer presentándose
50 Marla Laura Osta
ante la justicia. Ella se adjudica participación y reclama sus derechos. María
Dentone se había separado de su marido, por tal razón, se fue a vivir por un
año a la casa paterna. Durante ese tiempo trabajó en el almacén de sus padres,
pero aparentemente no recibió salario alguno. Luego convivió con Felipe
Canale, con quien tuvo un hijo. Para su bautismo, solicitó a su padre el permi-
so para que una de sus hermanas fuera la madrina, este se lo negó. Según el
padre, Lázaro Sivori, este fue el motivo por el cual su hija como venganza,
reclamó, mediante un juicio, que le pagase los sueldos no gozados. En la
introducción de dicho documento Lázaro Sivori expresa:
“... el que suscribe se ha visto obligado a defenderse en un pleito ruinoso,
promovido por su propia hija que aconsejada por individuos de instinto el
más perverso no sólo faltó a los deberes de hija sumisa en un principio,
sino que más tarde quebrantó la fe del matrimonio olvidando sus deberes
de esposa fiel, vivía unida al malvado Felipe Canale”, %
María Dentone no fue una mujer sumisa, sino todo lo contrario: su con-
ducta escandalizaría a cualquier persona de la época. Lo que intentamos re-
saltar con dicho documento, no es la anécdota en sí, sino que a pesar de todas
las prohibiciones legales, la mujer podía pasar por encima de todos los prejui-
cios y actuar libremente. El campo de acción del “sexo débil” no era tan rígi-
do. Como deja bien claro esta fuente, una mujer de 1870 podía iniciar un
pleito a su propio padre. Cosa curiosa, ya que en el Código Civil de 1868, la
mujer era considerada jurídicamente como una incapaz, no podía administrar
sus propios bienes, no podía atestiguar en juicios y era inepta para tutelar a sus
hijos. Es extraño que sí pudiera iniciar juicios, y de esta índole. Creemos que
es un tema a estudiar en profundidad.
Nos interesa destacar la flexibilidad de movimientos que tenía la mujer:
en los hechos no era tan sumisa y, cuando sus derechos eran atacados, se
defendía pidiendo justicia. En este caso algunas cosas quedaron pendientes:
por ejemplo, el apellido del padre no es el mismo que el de M aría Dentone, no
sabemos si era el verdadero padre; no obstante es interesante observar que
una mujer inició un juicio a quien dice ser su padre. No encontramos más
documentación sobre tal juicio, no sabemos qué sucedió después. Sin embar-
go, lo que encontramos nos basta para demostrar que en el siglo XIX la mujer
ejercía una capacidad jurídica que aún no estaba avalada por las leyes.
La actividad de las mujeres ante la justicia contribuye a descartar la idea
de la pasividad femenina en el marco de una sociedad eminentemente patriar-
cal. Mujeres de cualquier condición social o racial actuaron como auténticas
protagonistas, ante hombres, otras mujeres y autoridades.
La condiciÚn femenina: de lo privado a lo p'blico 51
Debates jurídicos y tesis doctorales
Las ideas avanzadas con respecto a la condición de la mujer no venían
sólo del lado de las mujeres: hemos encontrado numerosas tesis de doctorado
en derecho, realizadas por estudiantes, referentes al sufragio de la mujer. Tam-
bién debates jurídicos realizados por doctores en derecho. Algunos argumen-
tan a favor del sufragio femenino, otros en contra, lo importante es que el tema
estaba latente, también en el ámbito académico.
En 1874, se produjo un debate jurídico para optar a una cátedra de
Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho, el tema central fue el su-
fragio femenino, hecho significativo ya que refleja que estaba entre las pre-
ocupaciones de la elite universitaria. Los debatientes eran: Francisco A. Berra
(a favor) y Justino Jiménez de Aréchaga * (en contra).
Jiménez de Aréchaga argumenta su posición expresando:
“... que aun cuando reconocía en la mujer las mismas facultades y los
mismos derechos del hombre, no le acordaba derechos políticos porque
creía que la mujer tiene su misión especial en el hogar [...] y además
porque los derechos políticos que no son otra cosa que la garantía de los
derechos individuales sólo deben concederse a quienes no pueden dañar
con su ejercicio a la colectividad; que dado el estado actual de las socie-
dades es indudable que la mujer, cuya educación social no ya política ha
sido completamente descuidada, no ofrece garantías para ejercitar con
acierto e independencia el derecho de sufragio”. **
Berra replica: “la mujer tiene la misma naturaleza del hombre, los mis-
mos derechos naturales y las mismas facultades, no podrá negársele el ejer-
cicio del derecho de sufragio que es un derecho natural”. 1% Aréchaga con-
testa diciendo que consideraba de mayor importancia social la conservación
de la familia que la concesión de los derechos políticos a la mujer; y se
extendió en otras consideraciones sobre el desorden que se produciría en las
sociedades gobernadas por mujeres, sobre las perturbaciones que se produ-
cirían en la familia por la divergencia política entre la madre y los hijos, la
hija y sus padres o entre los esposos. Y concluye diciendo que los derechos
individuales de la mujer ya estaban garantidos, sin necesidad de acordarles
derechos políticos.
Ambos partían de un origen esencial distinto: para Berra el derecho al
sufragio era un derecho natural, y por tanto era lógico otorgarlo por igual al
hombre y a la mujer. Para Jiménez de Aréchaga sin embargo, era un derecho
político, y por tanto también era lógico que para ejercerlo se debía estar pre-
52 Marla Laura Osta
parado para no cometer abusos; no creía que el negárselo fuera un ataque a la
libertad humana, porque la mujer ya era libre y poseía derechos naturales. Los
dos argumentaron satisfactoriamente su lógica, partiendo de orígenes jurídi-
cos distintos; pero lo que a nosotros nos interesa no son las argumentaciones
en sí, sino el tema que se eligió para debatir en el concurso. El voto de la mujer
comenzaba a aparecer en los debates jurídicos.
Entre las seis tesis doctorales que tratan sobre los derechos políticos de la
mujer, está la de Carlos A. Fein que, en su defensa, 1% expresa:
“... confesad que la muger [sic] educada en la vida política discutirá en
familia como ya lo hace hoy, y tomando por base la razón y la prudencia,
su representación será ilustrada y competente [... ] su misma inteligencia y
actividad, llegaréis a convenceros de que no hay razón para no darles
injerencia en la cosa pública [... ] Extendamos el sufragio a todas las clases
y atodos los sexos”, 102
Francisco del Campo, *% sin embargo, en su tesis Naturaleza y extensión
del sufragio afirma:
“La muger [sic], ser débil por naturaleza, de sentimientos generosos [... ]
perdería esas preciosas dotes desde el momento que abriera su corazón a
las impresiones políticas. Razones muy poderosas me asisten para negarle
el derecho de sufragar [... lla independencia era una de las condiciones
que debían exigirse al elector. Pues bien, la muger [sic ...] siempre será
influenciada por algún ser querido y su voto no será la manifestación de la
voluntad.
. ¿será propio o conveniente que la muger [sic] abandonara el hogar
para disputar el triunfo en las luchas electorales? [...] Yo no desconozco
que la muger [sic] pueda y tenga en sí elementos para alcanzar como el
hombre el conocimiento de la verdad, pero esto no quiere decir que tenga
aptitudes físicas y morales para sufragar.” +%
Cabe preguntarnos aquí qué quiso decir Francisco del Campo con que “la
mujer no tiene aptitudes físicas y morales para sufragar”, además aduce que ella
no tiene independencia de criterio con respecto al esposo, el padre o el herma-
no. Ve a la mujer como a un ser “débil”, con criterio “permeable”, dependiente
e incompleto, que necesita del hombre para actuar en sociedad. Sin embargo,
también reconoce que puede llegar al conocimiento de la verdad, y si esto es
así, entonces ¿por qué luego de conocer su verdad no expresarla? John Stuart
Mill, intelectual a favor del sufragio femenino, citado por la mayoría de estos
estudiantes, en su obra Del Gobierno Representativo, asegura que el ejercicio
del voto otorgaría a la mujer responsabilidad por sus actos. Según él, a partir de
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 53
este momento, ella ya no se escondería bajo la protección de su marido por sus
acciones, sino que sería ella misma quien respondería por estas.
En la tesis doctoral de Franklin Bayley, *% podemos ver ciertos cuestiona-
mientos que siguen expresamente los planteos de Mill. Bayley se plantea la
justicia de relegar de la sociedad política, a la mitad del género humano por la
sola condición del sexo. Y continúa preguntándose qué razones pueden alegarse
para justificar la incapacidad política de la mujer. Refiriéndose al argumento
que se utiliza sobre la falta de interés político, expresa:
“... la mujer está tan vivamente interesada como el hombre en que los
asuntos públicos sean bien manejados [... ] por lo mismo que se reconoce
que la mujer es por su naturaleza más débil que el hombre, necesita mayor
suma de protección de parte de la sociedad y con nada puede asegurarse
mejor esa protección social y legal que por medio del voto por cuyo medio
influirá de un modo poderoso en la constitución del Poder Público”. 10
En cuanto a lo que se dice de la falta de inteligencia de la mujer, Bayley
afirma que “la misma experiencia de lo que pasa en nuestro país demuestra
palpablemente que la muger [sic] es tan inteligente como el hombre”. 1% Este
jurista plantea también la necesidad de otorgar a la mujer la igualdad civil y
afirma que dándole esta, la igualdad política se vería como una consecuencia
natural. Y procede a enumerar todas las carencias e impedimentos que tiene la
mujer a causa del Código Civil vigente, de 1868, no sólo de dependencia
absoluta con respecto a su marido o padre, sino también de limitaciones para
la preparación intelectual. Entonces expresa irónicamente, que es curioso que
una de las objeciones más comunes para no otorgar el sufragio femenino sea
la de la falta de independencia e incapacidad. Y afirma que tanto la depen-
dencia como la incapacidad de la mujer son avaladas por las leyes, que a su
vez son hechas por hombres.
El sufragio es para él un derecho político, es “el ejercicio de la soberanía
portodos los miembros de la sociedad que tengan la libertad y discernimiento
necesarios; comprende pues, a la mujer, y la ley debe proclamar el sufragio
universal [...] sin hacer distinción alguna entre uno y otro sexo”, 1%
En cuanto al típico argumento de que la mujer descuidaría sus tareas del
hogar, Bayley comenta:
“Nada más inexacto; la mayoría de los hombres, como lo observa Mill, es
y no será durante su vida sino compuesta de industriales, y sin embargo
no por esto desatenderán sus tareas industriales porque se les dé interven-
ción en la política. El ejercicio de las obligaciones del ciudadano no es
incompatible con la práctica de los trabajos”. +9
54 Marla Laura Osta
Franklin Bayley reconoce que de todos los argumentos en contra de los
derechos políticos de la mujer, el que parece más sólido es el que parte del
hecho actual de que la mujer no está preparada por su educación para la vida
política. Luego de esta reflexión afirma: “... es menester que se reformen hábi-
tos, costumbres y preocupaciones que no tienen razón de ser [...] Las leyes y
las instituciones no deben siempre amoldarse ciegamente a las costumbres y
preocupaciones, [...] sino que deben estar a un nivel más alto”. 1% Bayley
culmina con este planteo su defensa de tesis, proponiendo que la ley se ade-
lante a la mentalidad, a la costumbre; que se otorgue el derecho del sufragio a
la mujer, antes de que ella esté capacitada para ejercerlo, la educación puede
venir posteriormente.
Nicolás M inelli 11! en su tesis La condición legal de la muger [sic], toman-
do el argumento de John Stuart Mill, expresa: “... el hecho de haber nacido
muger [sic] en vez de hombre, no debe influir más que el de haber nacido
negro en vez de blanco”. +1?
“... el sufragio es un derecho político para el cual se debe tener indepen-
dencia y competencia. ¿Tiene la muger [sic] la independencia que debe
requerirse para ejercer el sufragio? [...] Es posible que bajo el régimen
actual, en que el marido se cree siempre superior a la muger [sic ...] y con
derecho a mandarla, imponga también su opinión política, pero el temor
de esa imposición desaparece bajo el régimen de la igualdad de derechos
en los cónyuges”, 113
“La que más se niega, no es tanto la independencia de la muger [sic],
como su competencia. O pino que [... ] las mugeres [sic] tienen competen-
cia para el ejercicio del derecho político [...] no hay ninguna diferencia
sociológica entre ambos sexos”. 114
“Mi entras la ley prohíba a la muger [sic] el ejercicio del sufragio, la repre-
sentación estará muy lejos de ser, lo que debe, un reflejo de la sociedad”. ***
Es de destacar que Nicolás M inelli no concibe una democracia sin el voto
de la mujer. La participación de la mujer en política es primordial para que se
conforme una verdadera democracia. Sin su voto, la mitad de la población no
estaría representada.
Vicente Navia, 1% también en su defensa de tesis, expone el siguiente
razonamiento:
“El sufragio es un derecho político [...] me parece indispensable para carac-
terizar los derechos políticos [... ] la inteligencia y la independencia [...] Do-
tada está la muger [sic] de la facultad de la razón, como lo está el hombre”. 117
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 55
“Yo no desconozco que la mujer contribuye a las necesidades de los go-
biernos, puesto que pesa sobre ella como pesa sobre los hombres el ¡m-
puesto, y en consecuencia tienen interés en que se consulte su opinión y
tengan injerencia en las elecciones de los poderes públicos”. 118
Navia argumenta que el pagar impuestos da derechos políticos. Es una
visión típica inglesa - utilizada en varias oportunidades durante la discusión en
las cámaras en Inglaterra-, y marcadamente liberal, ya que las cargas econó-
micas son las que otorgan, en contrapartida, derechos políticos.
Sin embargo, nuestro autor marca una diferencia:
“... yo hacía siempre una distinción entre el hecho y el derecho, entre el
ejercicio y la facultad [...] ¿Debe acordársele el ejercicio? Llamadme in-
consecuente, pero yo os digo que no. Porque vuestra intolerancia social
así lo quiere; [...] porque el destino de la mujer en el estado actual de las
sociedades, es el hogar y la familia [...] porque para acordar a la mujer el
ejercicio del sufragio, sería necesaria una evolución casi completa”. 119
Con total sinceridad N avia reconoce que la sociedad todavía no está pre-
parada para que la mujer vote, porque le sigue adjudicando un papel exclusi-
vamente privado, en el entorno del hogar y su familia. Sería necesario un
cambio en la mentalidad de las personas, cambio que sólo se daría una vez
que se modifiquen los roles femeninos y masculinos, acompañados de un
respaldo en las leyes.
La última tesis encontrada fue la de Alberto Raggio, realizada en 1885
para optar al grado de doctor en jurisprudencia. En su obra plantea que la
mujer puede tener garantidos y protegidos sus derechos sin necesidad del voto.
Enfatiza en que ella no expresa la necesidad de votar, porque sabe que sus
intereses igual están representados en el Parlamento. Y termina diciendo “...
la naturaleza ha marcado diversas esferas de acción al hombre y a la mujer, no
debemos pretender confundirlas”. *? Niega así la posibilidad a la mujer de
participar en la vida política, porque considera que esa forma parte de la esfe-
ra masculina y no se deben confundir los espacios.
Es sorprendente que algunos de nuestros abogados hayan tenido ideas tan
progresistas para el momento. Cuando Fein expresaba: “Extendamos el sufra-
gio a todas las clases y a todos los sexos”, hacía tan sólo 17 años que John
Stuart Mill en Inglaterra se refería también al sufragio femenino, diciendo:
“... no me he preocupado para nada de la diferencia de sexo, considero
eso tan completamente insignificante respecto de los derechos políticos,
como la diferencia de estatura o la del color del cabello”. 12!
56 Marla Laura Osta
Y agrega: “... La mujer, así como el hombre, debe reivindicar sus dere-
chos políticos no sólo para gobernar, sino para impedir que se la gobier-
ne mal”, +22
La influencia de las ideas de Mill en estos estudiantes es relevante, y
puede verse no sólo en las citas transcriptas sino detrás de cada palabra que
expresan.
Creemos significativa la exposición de las tesis doctorales, dado que, como
mencionamos antes, nos muestran que el tema de los derechos políticos de la
mujer se discutía en el ámbito universitario, quizá de un modo más profundo
y rico que el de las discusiones parlamentarias y de la Convención Constitu-
yente de 1917 que trataremos posteriormente.
Opiniones sobre el voto de la mujer
Cuantiosas y diversas fueron las opiniones que el sufragio femenino des-
pertó en la sociedad uruguaya. Algunas a favor, otras en contra, pero el tema
estaba en boca de hombres y de mujeres.
Fernando Carbonel destaca: “el funesto error de vuestro marimachesco
feminismo, que en realidad resulta lo más antifeminista [... ] puesto que cons-
pira contra los deliciosos y adorables tributos de la feminidad; puesto que os
hace adquirir aspecto y carácter viril”. 123 Reconoce que la mujer pueda estu-
diar y prepararse para el hogar, asistir a una universidad maternal, pero deja
bien claro que esto la mujer debe hacerlo sin querer invadir los espacios que
él considera que son del hombre:
“... que no vacila en aconsejar a las mujeres la virilización y hasta la
voluntaria esterilidad para poder robar a la prole que se evita, el tiempo
que se quiere emplear en fantaseos sufragistas”. *?4
He aquí una opinión de un conservador neto, que si bien permite que la
mujer se prepare fuera del hogar, esta debe volcar su preparación un cien por
ciento en la familia y no puede emplear su tiempo en “fantaseos sufragistas”.
“La mujer madre es lo más esencial, es la verdadera base de la sociedad, el
feminismo sufragista es otra función infinitamente menos importante que sólo
se concibe para las que sean incapaces de desempeñar la primera”. 12 El pen-
samiento de Carbonel es opuesto al sufragio y a la participación política de la
mujer en la sociedad: “... las mujeres aspiran a participar de los derechos
políticos de los hombres [... ] quieren trocar el servilismo del cuerpo por el del
espíritu [...] quizá el modo de evitar que las mujeres quieran ponerse los pan-
La condiciÚn femenina: de lo privado a lo p'blico 57
talones [...] será que nosotros sepamos llevarlos”. *?? Detrás de estas palabras
puede percibirse un gran temor, miedo a perder el sitial de poder que poseía el
hombre; la mujer no puede invadirle sus espacios porque menoscaba su hom-
bría; debe permanecer encerrada en su torre de marfil, mientras los hombres
deciden sus destinos.
En la misma línea de Carbonel, encontramos un artículo en La Mosca que
dice así: “... Por eso desprecio al feminismo porque tiende a masculinizar.
Adoro a la muger [sic] como muger [sic] y por ser muger [sic] con toda la
pasión del alma [...] La fuerza de la muger [sic] consiste precisamente en ser
muger [sic]”. *?”
Nos encantaría preguntarle al articulista cuál es su concepto de “ser mu-
jer” que con tanto ahínco pregona. Seguramente el ser madre y esposa sumisa,
pero dejémoslo al libre albedrío.
En una nota editorial de El Siglo se afirma:
“No hay razón alguna que permita suponer que la multitud está más capa-
citada para las funciones de gobierno, que un número reducido de perso-
nas nacidas o pertenecientes a tal o cual esfera social [... ] Ni la cantidad,
ni la posición son garantías de conocimientos especiales”. *28
El único argumento válido para este periodista es que la mujer que quiera
ser ciudadana debe tener preparación intelectual (saber de derecho o de eco-
nomía). O sea que para él, el sexo no sería obstáculo para votar sino sólo la
capacitación.
Los anarquistas, en su mayoría, se opusieron al sufragio femenino. Vea-
mos algunos pensamientos:
“¿Pues no se les ha metido entre ceja y ceja a las señoras del Consejo
Nacional de Mujeres del Uruguay, en meterle duro y parejo hasta conse-
guir el derecho del voto para la mujer? Estas señoras no leen, no observan
que ya nosotros los hombres, estamos desertando de las urnas porque
éstas resultan ya una vil patraña [...] Está bien, estimadas costillas, que
ustedes procuren imitarnos, pero ¡caramba! Que sea siquiera en lo que
tenemos de bueno... que no es poco”. 2?
En otro artículo del mismo periódico escriben:
“Todo hombre que piense un poco [...] no puede creer, de ningún modo,
las burdas palabras de los defensores del derecho político de la mujer.
Estos señores no defienden el derecho de la mujer, amplio, integral; pues-
to que ella quizá sea el factor social principal por el solo hecho de ser
madre. Sino que defienden el voto femenino, vehículo este de corrupción
58 Marla Laura Osta
y degeneración [...] hacen mil elogios, tejen mil comentarios, para llegar
a la conclusión de que la mujer es acreedora del derecho civil y político
[... ] Para obtener el voto de la mujer. Para corromper a esta otra mitad del
género humano [...] Para pervertirla en su club, para degenerarla en la
política [...] Y así como engañado es el hombre en la política, se pretende
engañar a la mujer: ese es el ideal perseguido por los feministas. Estos
zánganos[...] no luchan con tanto ahínco por evitar la explotación desal-
mada de la mujer en la fábrica [...] Eso es lo que los feministas deberían
hacer, buscar la emancipación humana, que es allá donde está el derecho
de todos: de la mujer y el hombre”, 3
Veamos a otro anarquista:
“Yo no pongo en duda, señoras![... ] vuestras aptitudes parlamentarias [... ]
Figuraos señoras y señoritas, un día de elecciones. Pensad por un momen-
to en el desequilibrio doméstico [...] Pero ¿y lo otro? ¿El amamantar y
limpiar los chicos; fregar el piso y la vajilla, lavar la ropa y el guisado?
Porque ¡diablos si tenemos que hacer todo eso nosotros! [... ] al regresar
del taller sudoroso y cansado [... ] y me encuentro con que ni fuego había
y los críos lloran a moco tendido [...] porque la mamá se había ido al
comité electoral”. 91
Los anarquistas no sólo se oponen al sufragio porque políticamente no se
ajustan al sistema de elección representativa para el gobierno de un país, por
considerarlo corrupto y un instrumento de degeneración política, sino que
detrás de esos principios hay también temor, “terror” a que la mujer descuide
el hogar y que sus tareas pasen al hombre. En el fondo, en estos aspectos, son
tan “conservadores” como algunos miembros de la Iglesia Católica, los libera-
les o de cualquier agrupación política, *? propio de una mentalidad patriarcal
más que de una ideología determinada.
En el polo opuesto, tenemos a aquellos que apoyaron la idea del sufragio
femenino. Un articulista de La Revista Uruguaya en 1875 expresaba:
“Si la mujer tiene el deber de formar esta sociedad [...] es también evidente
que ella debe velar porque la sociedad de que se parte, satisfaga a su objeto
[... ] Este deber le impone, pues, a la mujer, del mismo modo que al hombre,
el de intervenir en las deliberaciones y actos de la asociación política del
Estado [...] se traduce en derecho de sufragio y derecho de revolución”. +93
Es sorprendente la claridad de esta opinión en épocas tan remotas: si la
mujer forma parte de la sociedad debe velar por ella, y por tanto, al igual que
el hombre, debe intervenir en las decisiones.
La condición femenina: de lo privado a lo p'blico 59
Una mujer simpatizante del partido de la Unión Cívica expresa: “La
mujer debe aportar a la política el caudal de su experiencia, de su ternura,
de su criterio femenino; ella debe colaborar con el hombre en todo lo que es
de su resorte: la defensa del niño, del hogar, la custodia de la moral y de las
costumbres”, *3*
Mercedes Pedreira, también perteneciente a la Unión Cívica, reflexiona:
“El voto de la mujer servirá para lograr un gobierno honrado, limpio, ge-
neroso, que se preocupe amplia y directamente de los problemas que
atañen a la mujer y al niño [...] la mujer puede y debe hacer sentir su
benéfica influencia en las distintas esferas políticas del país, pero jamás
perder por ello su exquisita feminidad”. 13
La poetisa Susana Soca expresa:
“... creo indispensable conceder sin reservas a las mujeres, la participa-
ción en la lucha cívica [...] considero un error tratar el problema de la
lucha cívica femenina, como una innovación, cuando debiese hacerse
sencillamente como una ampliación”. +3
Sara Rey Álvarez observa:
“Toda sociedad que no otorga a las mujeres, la situación que merecen y a
la que tienen derecho, es una sociedad defectuosa desde el punto de vista
de la ideología democrática [...] el voto femenino ha determinado una
mayor preocupación por los problemas sociales”. 1?”
Los socialistas reivindicaron desde sus inicios el papel de la mujer: la
muestra más clara de ello fue la presentación de la enmienda constitucio-
nal realizada en 1917 por Emilio Frugoni y Celestino Mibelli, en la que se
propone otorgar igualdad política para hombres y mujeres. Ellos conce-
bían a la mujer como un igual, con derechos y obligaciones. En palabras
de Frugoni vemos su concepción:
“... anhelo de mejoramiento y dignificación, el deseo de ocupar al lado
del hombre, no el sitio de una inconsciente sometida, simple instrumento
de placer o máquina de procrear, o lamentable bestia de carga, o las tres
cosas a la vez, sino el sitio de una altiva, noble y consciente compañera
del hombre”, +38
A través de esta muestra de opiniones, quisimos dar una imagen de las
distintas concepciones que generó la discusión sobre los derechos políticos de
la mujer. Algunos de estos conceptos fueron variando a medida que pasaba el
tiempo; la mentalidad uruguaya se fue acostumbrando a concebir a la mujer
como igual al hombre desde el punto de vista jurídico y político. El resultado
60 Marla Laura Osta
final fue la aprobación por parte no sólo de las cámaras, sino también del
común de la gente que -aunque más tardiamente- llegó a comprender que la
mujer tenía las mismas obligaciones y los mismos derechos que el hombre.
Los autores, los temas y las fuentes estudiadas avalan en gran medida
nuestra idea planteada, acerca de que existía en el imaginario colectivo de los
orientales una imagen de mujer potencialmente activa, con iniciativa, capaz
de apasionarse con proyectos e ideas, y de luchar por ellas. Al mismo tiempo,
también hubo hombres y mujeres que buscaron medios de expresar el senti-
miento femenino en forma libre, sin ataduras ni prejuicios; entre ellos se des-
tacan Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira y José Bellán, entre otros.
También hubo quienes supieron ver y defender aquello que creyeron eran los
derechos femeninos. Tal es el caso de José Pedro Varela, Francisco Berra,
Emilio Frugoni, Carlos A. Fein, Franklin Bayley o de Nicolás Minelli, quienes
dentro del medio jurídico o político encontraron la argumentación suficiente
y lógica para acompañar el salto de la mujer hacia el mundo público. En todos
los casos se refleja que la “cuestión femenina” había comenzado a impregnar
los distintos ambientes: desde los más letrados hasta los más populares.
Notas
27. Fue considerada la primera periodista argentina (aunque había nacido en Montevi-
deo), ya que fundó en Buenos Aires La Aljaba (el primer diario para mujeres), que
apareció en noviembre de 1830 con material de interés general y combativamente
feminista. Dedicó especial atención a la educación de la mujer, pues atribuía los ma-
les del momento a la ignorancia. Por razones de salud dejó el periódico y regresó a
Montevideo donde trabajó como maestra y directora de una escuela de niñas. Publicó
sus versos en el Parnaso Oriental en 1835 y 1837.
28. María Inés Torres, ¿La Nación tiene cara de Mujer?, p. 44.
29. Petrona Rosende, “La cotorra y los patos”. En Luciano Lira, El Parnaso Oriental, p. 51.
30. Ibíd.
31. Deellos dice en “A los que hacen versos a cada cosa, letrilla”: “Poetas sabios [... ] / Se
evaporizan / Haciendo versos, / Por un chillido, / Por un bostezo, / [...] Unos son cojos
/ Otros son tuertos / Algunos mancos / Y muchos ciegos”.
32. Antonio Díaz, El corazón de una hija, pp. 11, 12.
33. Ibíd., p. 16.
34. Orosmán Moratorio, Una mujer con pantalones, Montevideo, 1883, p. 138.
35. Luciano Lira, El Parnaso Oriental, tomo |, p. 70.
36. Cit. en: Alberto Paganini, María Eugenia 6: Delmira, p. 13
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Emir Rodríguez M onegal, Sexo y poesía en el 900 uruguayo, p. 52.
Ibíd., p. 44.
Ibíd., p. 54.
Cfr., por ejemplo, Fiera de Amor, en www.damisela.com/literatura/pais/U ruguay/au-
tores/agustini/calices/portico_p3.htm, julio de 2003. “Fiera de amor, yo sufro hambre
de corazones,/ De palomos, de buitres, de corzos o leones,/ No hay manjar que más
tiente, no hay más grato sabor”.
Rubén Darío, Pórtico a Los cálices vacíos de Delmira Agustini, en dirección citada.
Entre 1924 y 1975 la obra de María Eugenia se mantuvo en un desconocimiento casi
total. Su imagen definitiva surgió recién en 1975, en el centenario de su nacimiento,
cuando Visca publicó un extenso ensayo sobre ella.
Alberto Paganini, ob. cit., pp. 49, 53. Veamos algunos de sus poemas: “Yo quiero un
vencedor de toda cosa,/ invulnerable, universal, sapiente,/ inaccesible y único. [...]
domador de serpientes” (Heroica). “Me volveré paloma si tu soberbia siente/ la garra
vencedora del águila potente;/ si sabes ser fecundo, seré tu floración, [...] conquista-
rán tu imperio si sabes ser león” (Holocausto).
Alberto Paganini, ob. cit., p. 11.
Víctor Cayota, La década uruguaya del 20 en su poesía, p. 125.
Cit. en: Ibíd.
Jorge Arbeleche, “Rebelde”. En Juana de Ibarbourou, p. 48.
Carta de Miguel de Unamuno a Juana de Ibarbourou, publicada en “Juana de Ibarbourou
vida y obra”, Capítulo Oriental, p. 314.
Graciela M ántaras Loedel y Jorge Arbeleche, Panorama de la literatura uruguaya en-
tre 1915 y 1945, p. 68.
Cfr. José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, El Uruguay del novecientos, pp. 83-84.
Luis Alberto de Herrera fue el mismo que en la Convención Constituyente de 1917
pidió que el tema del voto femenino se diera por suficientemente discutido por ser un
tema secundario, pero en 1931-32 apoyó el proyecto. Es difícil encasillar a las perso-
naso instituciones con posturas determinadas, ya que a lo largo del tiempo van mutando.
En 1902 estuvo a favor de la igualdad laboral de la mujer, pero no política (como lo
demuestra su reacción en la Constituyente del 17). Fue recién en 1931 cuando apoyó
el voto de la mujer.
Cit. en: Rodolfo González Rissotto, Mujeres y política en el Uruguay.
Cit. en: Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, Mujer, Estado y política en el
Uruguay del siglo XX, p. 97.
Ibíd., p. 104.
Cit. en: María Julia Ardao, La creación de la Sección de Enseñanza Secundaria y Pre-
paratoria para Mujeres en 1912, p. 6.
Ibíd., p. 9.
Ibíd., p. 10.
José Pedro Varela, La legislación escolar, p. 168.
Cit. en: María Julia Ardao, ob. cit., p. 11.
Cit. en: Ibíd., p. 12.
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83.
Cit. en: Ibíd., p. 13.
Cit. en: Ibíd., p. 14.
Cit. en: Ibíd., pp. 14-15.
Ibíd., p. 15.
Cit. en: Nieves A. de Larrobla, José Pedro Varela y los derechos de la mujer, p. 38.
José Pedro Varela, ob. cit.
Cit. en: Nieves A. de Larrobla, ob. cit., p. 107.
El Siglo, 23 de enero de 1869.
Datos biográficos: (1856-1922). En 1874 rinde el examen de maestro-director en la
Universidad. En 1877 obtiene por concurso la dirección de la Escuela de Segundo
Grado N2 12 y de la Escuela de Tercer Grado N222. A la muerte de José Pedro Varela,
en 1879, se le confía la clase que había sido dictada por él (el cargo de un hombre
pasa a una mujer). En 1882 se fundó el Internado Nacional de Señoritas, puesto bajo
su dirección, destinado a la preparación de maestras del interior, abandonando la
Escuela Pública para dedicarse a esta nueva institución. María Stagnero fundó, sostu-
vo y acreditó el Internado; “maestra, enfermera y [...] madre; no se concede descanso
ni en los días feriados, no goza de vacaciones durante siete años consecutivos”. La
campaña necesita maestras en el plazo más breve posible, no se les toma examen de
ingreso, María llegó a recibir analfabetas para formar como maestras. En 1898 se su-
primió el Internado, creándose en sustitución el Instituto Normal de Señoritas. María
Stagnero siguió a su cargo, pero entonces los programas de estudio fueron más am-
plios y el número de alumnas aumentó (datos extraídos de Arturo Scarone, Uruguayos
contemporáneos, y Alfredo Castellanos, Nomenclatura de Montevideo.
Cfr. Ofelia Machado Bonet, “Sufragistas y poetisas”, p. 152.
Ibíd., p. 5.
Cit. en: Rodolfo González Rissotto, ob. cit., 2004, p. 34.
Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, ob. cit., p. 92.
María Julia Ardao, ob. cit., pp. 20-21.
Origen, fundación y reglamento de la Sociedad Filantrópica de Damas Orientales, p.
4,
María del Carmen Ortiz de Terra,“Amor y Revolución de una primera dama”. En auto-
ras varias, Mujeres Uruguayas, tomo l, p. 116.
Reglamento del Ateneo de la Mujer, Montevideo, 1884, capítulo 1.
Vid Apéndice documental N? 1.
Ofelia Machado Bonet, ob. cit., p. 156.
Reglamento de la Federación Femenina Pan Americana, Montevideo 1911.
Federación Femenina Pan Americana, Montevideo, 1913.
Paulina Luisi tuvo una actuación destacable en la lucha por el sufragio femenino, pero
su obra no se agotó en este objetivo, también trabajó en campañas contra la tubercu-
losis, el alcoholismo, la profilaxis, la sífilis, la educación sexual en las escuelas, la
protección de las embarazadas, entre otras.
Representaba la rama uruguaya del Consejo Internacional de Mujeres fundada en
Washington en 1888.
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64
Estatutos y Reglamentos, Anexos, Montevideo, 1917.
Revista Acción Femenina, Montevideo, N2 1, 1917, pp. 35-36.
Ibíd., p. 36.
Revista Acción Femenina, Montevideo, N* 1, 1917.
Cfr. Ofelia Machado Bonet, ob. cit., p. 153-154.
Del Plata, 20 de abril de 1917.
Paulina Luisi, Estatutos, Alianza Uruguaya para el Sufragio Femenino, Montevideo,
1921.
Cit. en: Oribe Cures, “De injurias y calumnias las mujeres de Montevideo colonial se
defienden”. En Luis Ernesto Behares y Oribe Cures, Sociedad y cultura en el M ontevi-
deo colonial, Montevideo, 1997, p. 47.
Carlos Demasi, “Familia y esclavitud en el Montevideo del siglo XVII!”. En Luis Ernesto
Behares y Oribe Cures, ob. cit., p. 60.
Cit. en: Oribe Cures, ob. cit., p. 43.
Ibíd.
Representación que hace a la Honorable Cámara de Representantes de la República
Oriental del U ruguay la Sra. María de los Ángeles Cervantes de M agariños en defensa de
los derechos de su legítimo esposo Don Francisco M agariños, Montevideo, 1837, p. 5.
Documento relativo al pleito promovido por Doña M aría Dentone contra Don Lázaro
Sivori, p. lll.
En 1873, el doctor Carlos María Ramírez fue designado representante diplomático
ante el Gobierno del Imperio del Brasil. Por tal circunstancia debió alejarse de la
cátedra de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de Montevideo. La
vacante para la cátedra fue provista por concurso. Concursaron los doctores Francisco
A. Berra y Justino Jiménez de Aréchaga. La cátedra fue adjudicada a este último, luego
de un interesante debate.
Jurisconsulto, profesor y hombre político, nacido en Montevideo en 1850. Hizo carre-
ra de leyes licenciándose en jurisprudencia en 1873 y al año siguiente el Consejo
Universitario le confió la regencia del aula de Derecho Constitucional, cátedra que
debía ocupar con brillantez y competencia singulares durante largos años. Fue diputa-
do nacionalista durante la presidencia de Idiarte Borda. Murió en Montevideo en 1904
(datos extraídos de: José M aría Fernández Saldaña, Diccionario uruguayo de biogra-
fías 1810-1940, pp. 664-665).
“Concurso para proveer la cátedra de Derecho Constitucional en 1874”. En Revista
Histórica, tomo IV, Montevideo, 1982, p. 484.
Ibíd.
En ese momento, el rector de la Universidad era el doctor Martín Berinduague. El
padrino de tesis fue el doctor Carlos Sáenz de Zumarán, y fue corregida por el doctor
Justino Jiménez de Aréchaga.
Carlos A. Fein, Algunas consideraciones sobre el sufragio, p. 23.
En ese momento, el rector de la Universidad era el doctor Alejandro M agariños
Cervantes. El padrino de su tesis fue el doctor Luis Piñeiro del Campo, y fue corregida
por Justino Jiménez de Aréchaga.
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138.
Francisco del Campo, Naturaleza y extensión del sufragio, pp. 14, 15.
El rector de la Universidad en ese momento era el doctor Alfredo Vázquez Acevedo.
Su padrino de tesis y quien se la corrigió fue Justino Jiménez de Aréchaga.
Franklin Bayley, Consideraciones generales sobre el sufragio universal, p. 32.
Ibíd., p. 34.
Ibíd., p. 40.
Ibíd.
Ibíd., p. 44.
El rector de la Universidad en esa época era José Pedro Ramírez. El padrino de tesis y
también quien se la corrigió fue Justino Jiménez de Aréchaga.
Nicolás Minelli, La condición legal de la mujer, Montevideo, 1883, p. 25.
Ibíd., pp. 26-27.
Ibíd., p. 28.
Ibíd., p. 31.
El rector de esa época era José Pedro Ramírez. El padrino de tesis y también quien se
la corrigió fue Justino Jiménez de Aréchaga.
. Vicente Navia, El sufragio y la mujer, Montevideo, 1883, pp. 17-22.
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125.
126.
.La Mosca, 23 de diciembre de 1906.
128.
129.
130.
131.
132.
Ibíd., p. 26.
Ibíd., p. 28.
Alberto Raggio, El sufragio.
John Stuart Mill, Del Gobierno Representativo.
Ibíd., p. 113.
Fernando Carbonel, Feminismo y marimachismo, p. 4.
Ibíd., p. 10.
Ibíd., p. 12.
Ibíd., p. 19.
El Siglo, 24 de abril de 1917.
La Batalla, 20 de diciembre de 1917.
Ibíd., 20 de diciembre de 1918.
La Batalla, primera quincena de mayo de 1917.
Sobre la visión que los liberales y los católicos tienen de la mujer: Vid infra capítulo 4,
pp. 84 y 98.
Cit. en: María Julia Ardao, ob. cit., pág. 11.
Cit. en: Graciela Sapriza, Memorias de rebeldía, pp. 178-179.
Cit. en: Ibíd., pp. 178-179.
El Pueblo, 16 de setiembre de 1932.
Ibíd., 23 de setiembre de 1932.
Emilio Frugoni, La Mujer ante el Derecho, p. 170.
La condición femenina: de lo privado a lo p' blico 65
Conquistas políticas
de la mujer en Uruguay
Desde el punto de vista jurídico, la situación de la mujer a principios del siglo
xXx era similar a la de los menores de edad o los incapaces: siempre bajo la
tutela de su esposo o padre.
A pesar de que su participación en el ámbito productivo era considerable
(17% de la Población Económicamente Activa), 19 en realidad se orientaba a
las tareas menos calificadas y peor pagas.
El hogar y especialmente la maternidad constituían el eje fundamental de
la vida de la mujer.
La mujer carecía de derechos políticos -no podía votar ni era considerada
ciudadana- y sus derechos civiles estaban muy restringidos. U na mujer casa-
da no podía administrar sus bienes, ni compartía la patria potestad sobre sus
hijos. Esta condición jurídica era propia de los países que tomaron como mo-
delo al Código Civil Napoleónico.
El Código Civil uruguayo, aprobado en 1868, establece en el artículo 133
que “La mujer no puede contratar ni parecer en juicio sin licencia de su mari-
do”.** Ella debía obediencia al esposo y él era quién debía ejercer la función
de protección. Ante el adulterio cometido por la mujer, la condena que recaía
sobre ella era de orden moral. El marido que sorprendiese a su esposa en este
acto estaba exento de responsabilidad penal en el caso de herirla o incluso de
matarla. La ley de divorcio de 1907 establecía siempre como causal de divor-
cio el adulterio femenino, mientras que el masculino sólo si era cometido en
el domicilio conyugal.
Por otra parte, la mujer era incapaz de tutela y de ejercer la función de
testigo, siendo en la práctica una irresponsable civil.
66 Marla Laura Osta
En estas circunstancias, las mujeres comprendieron que nada podrían
hacer sin una capacitación previa. En 1917, la Comisión de Legislación
del Consejo Nacional de Mujeres presentó un Plan de Trabajo para brin-
dar asesoramiento en materia de derechos civiles, confeccionar cartillas,
evacuar consultas, estudiar los artículos contrarios a la mujer y planear
reformas. 14
Logros cívico-políticos y algunas movilizaciones
Los primeros movimientos reivindicativos de mujeres y la preocupación
de los políticos y pensadores en torno a lo que se llamó “la cuestión femenina”
empiezan a plantearse formalmente a principios del siglo XX.
A continuación detallaremos en orden cronológico los principales pro-
yectos de leyes sobre derechos civiles y políticos de la mujer que se fueron
presentando.
ea En 1890 Antonio María Rodríguez, representante nacional por M ontevi-
deo, presentó un proyecto de ley para facilitar el acceso de las mujeres al
mundo del trabajo en condiciones similares a las de los hombres. Dicho
proyecto no fue aprobado en su momento.
a Enfebrero de 1905 los representantes del Partido Nacional Carlos Roxlo y
Luis Alberto de Herrera presentaron un proyecto de legislación laboral y
social, que reglamentaba las condiciones de los trabajadores, impidiendo
el abuso y la explotación de mujeres y niños.
a Enjunio de 1905 los nacionalistas Carlos Roxlo, Luis Alberto de Herrera,
Vicente Ponce de León y Vicente Borro presentaron al Parlamento un
proyecto de ley que establecía la libre contratación de mujeres trabajado-
ras que eran casadas, con o sin el consentimiento del marido. Era un
anticipo de lo que serían los derechos civiles de las mujeres.
ea En 1906 se aprobó el Programa de Principios del Partido Nacional, que
recogía en esencia las bases del proyecto de Carlos Roxlo y Luis A. de
Herrera, incluyendo la necesidad de mejorar los salarios de las mujeres.
a En diciembre de 1906 el Poder Ejecutivo, presidido por José Batlle y
Ordóñez, presentó un proyecto de ley laboral, que disponía que se diera
a la mujer un mes de descanso después del parto.
e En1912el doctor Ricardo Areco presentó el proyecto de divorcio por la
sola voluntad de una de las partes.
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 67
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El 15 de octubre de 1913 el Poder Ejecutivo presentó un proyecto de
represión del proxenetismo que se aprobó en 1916.
El 21 de julio de 1914, se aprobó una ley que establecía: “... las mujeres y
los niños no podrán ser empleados en la limpieza o reparaciones de moto-
res en marcha, máquinas u otros agentes de transmisión peligrosos”. **
En el mismo año se aprobó una ley referida a la investigación de paterni-
dad y los derechos de los hijos naturales.
También en 1914, un grupo de legisladores batllistas -Héctor y César
Miranda, Juan A. Buero y Atilio Narancio- presentó un proyecto de ley
que concedía el derecho al voto de la mujer. Este proyecto inició el deba-
te del tema en el ámbito parlamentario.
En abril de 1914 fue presentado el primer proyecto sobre derechos civiles
de la mujer. Su autor fue Horacio Maldonado, y se refería solamente a la
administración de los bienes conyugales. Le siguió, en junio de 1915, el
de Héctor Miranda; luego otro de César Miranda y José Salgado, sobre
autorización a la mujer para ejercer algunas profesiones y desempeñar
empleos.
En abril de 1917, en la Asamblea Nacional Constituyente, el Partido So-
cialista presentó un proyecto que aspiraba a conceder el sufragio femeni-
no y proponía que se sustituyese el término “hombres” por el de “perso-
nas” en el texto constitucional. Durante las sesiones de la Constituyente,
el recién creado Consejo de Mujeres desplegó una activa campaña a fa-
vor de sus postulados, recogiendo firmas, presentando peticiones, reali-
zando asambleas y divulgando sus ideas a través de su revista Acción
Femenina. Pero a pesar de todas estas campañas, en la Constitución de
1917 sólo se logró incluir una norma en la cual se consideraba, por dos
tercios de votos de cada cámara, la posibilidad de otorgar el derecho de
voto a la mujer.
En julio de 1918 se aprobó la “ley de la silla”, proyecto del doctor José
Salgado.
En 1921, el presidente de la república Baltasar Brum redactó un proyecto
de ley que reconocía los derechos políticos y civiles de la mujer. En octu-
bre de 1926 se habilita a la mujer para ejercer la profesión de escribano
público y se derogan las disposiciones que la inhabilitaban para ser testi-
go en juicios.
En febrero de 1923, los diputados Pedragosa y Perotti presentaron ante
la cámara el proyecto sobre derechos civiles y políticos de la mujer re-
Marla Laura Osta
dactado por Baltasar Brum, presidente de U ruguay en ese momento. A
pesar de no ser aprobado, este proyecto fue fundamental ya que sentó
las bases para el texto definitivo, tanto en los derechos políticos como
en los civiles.
ea En diciembre de 1932 se logró la aprobación del sufragio para la mujer. **
Es importante conocer el proceso de maduración de la idea de emancipa-
ción política, social y cultural de la mujer. Como también lo es saber cómo
se fue moviendo el interés y despertando la vocación de algunas mujeres por
intervenir en la vida política. Procurando darle a ellas una mayor participa-
ción en la sociedad, algunos apuntaron a la educación, otros a las leyes
laborales, y otros concretamente al aspecto político. A fines del siglo XIX
encontramos manifestaciones sindicales que luchaban por la equiparación
de los salarios y horarios con respecto al hombre. También se fue gestando
lentamente la opinión de que la mujer debía tener el mismo acceso a la
educación que el hombre.
Diferencias económicas, culturales y también ideológicas marcaron un
abismo entre dos grupos de acción: las sufragistas y las obreras. Hubo mujeres,
como Paulina Luisi, que buscaron unificar ambas reivindicaciones. Un ejem-
plo de ello fue el cambio de nombre de la Alianza para el Sufragio por el de
Alianza Uruguaya de Mujeres, que abarcaba también dentro de sus objetivos
la reivindicación de los derechos económicos. A pesar de los esfuerzos reali-
zados, esta tendencia no prosperó. Inés N avarro, en un discurso realizado en
el acto de la Universidad en 1929, también hizo un intento de unión, refirién-
dose a la fusión de fuerzas entre los distintos grupos femeninos para ejercer
mayor presión y lograr así que se reconociera el derecho al sufragio:
“... debemos tener tres puntos de mira: unión, organización e insistencia.
Para decidir a los hombres tenemos que decidirnos antes nosotras [... ] De-
bemos unir nuestros esfuerzos todas las mujeres, ese es el clamor universal,
la obra individual es ineficaz, en la cooperación... está el triunfo”. ***
Las mujeres obreras no se fusionaron con las sufragistas porque no veían
en esa conquista un remedio para sus males. La mayoría de ellas lo único que
quería era un salario justo que les permitiera alimentar a su familia; no les
interesaba tener participación política, quizá porque no veían en el voto un
medio para hacer valer sus objetivos. Fueron pocas, pero no por ello menos
importantes, las obreras que impulsaron el sufragio.
Pero la desunión entre ambas vertientes, no sólo se produjo porque las
trabajadoras no apoyaran a las sufragistas sino que también se dio a la inversa.
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 69
Los objetivos económicos -de igualdad en los salarios, amparo para las traba-
jadoras embarazadas, horario de trabajo fijo, limitaciones de abusos con res-
pecto a la mujer en las fábricas, etcétera- pocas veces figuraron en los proyec-
tos de las sufragistas y, cuando se plantearon, ocuparon un lugar secundario.
Sin embargo, es justo reconocer que hubo gente que promovió el sufragio
porque lo veía como el paso previo para conseguir todos los demás derechos.
Paulina Luisi proyectó en el sufragio un instrumento de combate, un arma en
la lucha social; creyó que el voto es el que da poder suficiente para pedir y ser
oído, y que mientras no se reconociera ese derecho, difícilmente las mujeres
serían escuchadas en sus reclamos. Reconoció que la mujer hasta ese momen-
to sólo pidió y esperó, y la hora prometida nunca llegó. Luisi veía que en los
países donde se había reconocido este derecho, se había avanzado muchísi-
mo en materia social, y expresaba:
“En todos los países donde las mujeres votan [...] se han dictado leyes de
protección a la infancia, se ha amparado la maternidad, se han mejorado
los salarios femeninos, se ha combatido la trata de blancas, se han multi-
plicado las obras de asistencia social, pensiones a la vejez y a la invali-
dez, [...] se han dictado las más avanzadas leyes de educación y es en
esos países donde es más reducido el número de analfabetos y donde han
mermado singularmente el alcoholismo, la pornografía y el juego. Es para
cumplir todos estos deberes, es para ocuparnos de todos estos problemas
[...] que pretendemos nuestros derechos de intervención en la administra-
ción de la ciudad [...] y en la confección de leyes”. 14
En una conferencia que realizó en Buenos Aires en febrero de 1919, sobre
el Movimiento Sufragista en América Latina, Paulina Luisa expresaba: “... debe
considerarse ya como un hecho pasado a la historia de la mentalidad humana,
la discusión de la inferioridad o la igualdad de los sexos”. *** Paulina rebatió
cada argumento de los que se utilizaron para desestimar el sufragio de la mu-
jer explicando:
“No, la mujer no pretende sustituir al hombre; la mujer no quiere abando-
nar las dichas de la maternidad [...] No, la mujer no quiere abandonar el
hogar y los hijos [...] la mujer quiere tener una personalidad que la haga
una esposa reflexiva y madre consciente, y por eso se rebela [... ] contra ese
rol que juega [... ] de esclava o de favorita, de instrumento de placer”. +47
También dio una cuota de responsabilidad a la mujer en la no aprobación
del sufragio:
“Nosotras, mujeres sudamericanas, ¿por qué no considerarnos preparadas
aún para el sufragio? [...] ¿No os parece que nuestro quietismo es culpa-
70 Marla Laura Osta
ble? [...] ¡despertemos las dormidas conciencias anestesiadas por la cul-
pable resignación!”. 148
Paulina Luisi atribuía total responsabilidad en la lucha por el sufragio a la
mujer: ella debe ser la verdadera protagonista. No debía esperar que la res-
puesta viniera de afuera, sino de su propio género el cual parecía haberse
resignado a no ser titular de ese derecho. Por su esfuerzo y su dedicación, las
mujeres debían despertar sus dormidas conciencias y salir a la búsqueda de la
justicia social y política.
En cuanto a las movilizaciones que las mujeres realizaron en este perío-
do, podemos enumerar: conferencias sobre distintos temas, publicaciones (la
revista Acción Femenina, artículos del diario El Día, La Mañana, El Siglo,
Mundo Uruguayo, etcétera), recolección de firmas, gestiones ante los pode-
res públicos, participación en congresos feministas internacionales. También
participaron en movimientos populares más amplios, como el mitin en pro de
la paz ante la amenaza de guerra entre Bolivia y Paraguay, en agosto de
1932, o la conferencia callejera organizada por el Comité Magisterial Pro
Aumento de Salarios, en 1929. Coincidimos con Graciela Sapriza cuando
afirma que “... las prácticas de estas mujeres fueron muchas veces incomple-
tas y hasta a veces contradictorias, pero ciertamente portadoras de cambios”.
149 En efecto, gran parte de los proyectos de ley, discutidos en el Parlamento, lo
fueron gracias a firmas recolectadas, cartas y a la presión -por medio de su
presencia directa en el Parlamento- ejercida por las mujeres.
Dentro de las movilizaciones propiamente dichas, podríamos nombrar
como las más importantes: el acto en la Universidad (diciembre 1929) orga-
nizado por la Alianza Uruguaya de Mujeres y por el Consejo Nacional de
Mujeres en base a la exhortación a la igualdad de derechos políticos; el
mitin femenino a favor de la paz (en 1932) frente al conflicto entre Bolivia y
Paraguay por la posesión del Chaco Boreal, organizado por la Asociación
Estudiantil Femenina. En esta movilización se convocaba a las mujeres inci-
tándolas a sentir odio profundo hacia la guerra. La tercera movilización im-
portante fue por la restitución de los derechos de los ciudadanos, por las
libertades y el restablecimiento del régimen democrático en Uruguay. Se
realizó en el Ateneo el 30 de marzo de 1936, donde mujeres de distintos
partidos políticos y de organizaciones no gubernamentales rindieron un ho-
menaje al doctor Baltasar Brum en el tercer aniversario de su muerte. Fueron
oradoras en este acto la doctora Isabel Pinto Vidal, Julia Arévalo de Roche,
la doctora Paulina Luisi, las profesoras Ofelia Machado de Benvenuto y Lui-
sa Luisi, entre otras.
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 71
Durante las fiestas conmemorativas del centenario de la Constitución
(1930), el Congreso Nacional de Estudiantes votó una serie de mociones, entre
ellas el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de la mujer.
El acto de la Universidad tuvo como antecedente el pedido a la Cámara
de Diputados por parte de un grupo de mujeres, fechado el 4 de noviembre de
1929, para que incluyera en el orden del día el estudio de la ley prevista por el
artículo 10 de la Constitución, relativo al reconocimiento de los derechos po-
líticos de la mujer. 15% El 11 de noviembre la Cámara de Diputados pidió la
lectura del proyecto. Para darle mayor trascendencia y a la vez ejercer pre-
sión, se organizó un acto público en el salón de actos de la Universidad.
El discurso dado por su organizadora principal, Paulina Luisi, titulado:
“Los derechos políticos de la mujer en el Uruguay y en la vida internacional”,
comenzaba haciendo alusión a la presencia de aquellas mujeres que habían
estado en la reunión de la Convención Constituyente de abril de 1917. De-
mostraba así el interés de la mujer por obtener el voto, y recordaba:
“Aquellos 52 nombres de mujeres al pie de la sencilla nota causaron sen-
sación”, pero la idea se hizo carne. “¡Ya no son 52 nombres! La concien-
cia de la mujer uruguaya se ha despertado [... ] La mujer de 1929 no tiene
recelo en defender sus convicciones y en reclamar resueltamente los de-
rechos que le corresponden y la participación que le pertenece en la vida
nacional”. 15!
Luego afirmaba que, en 25 países, las mujeres ya han conquistado el lugar
que les correspondía y que más de 80 millones de mujeres se encontraban
habilitadas para votar. Y exhortaba: “Señores Legisladores, mandatarios de
nuestros partidos políticos, queremos tener confianza en vosotros [...] La hora
de las declaraciones ha transcurrido ya [...] ¡ha llegado el momento de la
acción!”, 152
Luisa Machado Bonet pronunció un discurso que giró en torno a la nece-
sidad de las sociedades democráticas de tener representación femenina en el
Gobierno. Explicó que los intereses de los hombres no siempre coinciden con
los femeninos y, muchas veces, los asuntos que para las mujeres deben ser
urgentes, para los hombres son postergables. ***
Por su parte, la doctora Inés Navarra, en su discurso, se cuestionaba la
génesis del sometimiento femenino. Y se preguntaba: “¿Cómo llegó un ser con
tantos valores, no sólo a renunciar a sus derechos, sino a creerse incapaz de
ejercerlos?”, 154
Al finalizar el acto, Paulina Luisi exhortó a las mujeres a que firmaran una
petición sobre la necesidad del reconocimiento político para enviar al Parla-
72 Marla Laura Osta
mento. A los hombres presentes los convocó también a firmar una petición
masculina. Y concluyó Luisi:
“El número de firmas depositadas demuestra a las claras que el último
baluarte de nuestros adversarios, “la mujer no se interesa por el problema”,
se ha derrumbado en el Uruguay”. +5
Varios fueron los discursos de aliento para la lucha y la concientización
de las mujeres. Todas estas movilizaciones tuvieron el valor mentalizador de
que sin una actitud combativa, el sufragio no se lograría. Estas mujeres ya
tenían fe en sí mismas, se veían como agentes de cambio. No bastaba con
estar de acuerdo con aquel derecho, era necesario expresar las opiniones en
medios públicos y movilizarse ante las cámaras para ejercer presión.
Ambiente político en los años de la aprobación
Complejas circunstancias posibilitaron la aprobación del voto femenino.
El año 1932 fue de gran dramatismo económico por el descenso de las
exportaciones. También se caracterizó por la radicalización política: surgie-
ron grupos de presión como el Comité Nacional de Vigilancia Económica o
las Vanguardias de la Patria: grupos civiles que recibían instrucción militar.
Batllistas y nacionalistas antiherreristas se unieron en el conocido “pacto del
chinchulín”. Por otro lado, se consolidaba la alianza entre los partidarios de
Terra y el herrerismo. La aprobación del sufragio femenino en ese momento
colmó una necesidad política muy concreta de los partidos. 1%
El oportunismo de los grupos políticos por captar los votos femeninos es
evidente y no hubo grupo que quedara fuera.
Herrera, que en la Convención Constituyente de 1917 había solicitado
que el punto de los derechos políticos de la mujer se diera por suficientemente
discutido por ser “una cuestión secundaria”, 15"en la Convención Herrerista de
1932, se pronunció a favor de los derechos políticos de la mujer. Justamente
este es uno de los argumentos que utilizó el diputado Paseyro para desestimar
a los herreristas en la discusión de la ley en la Cámara de Diputados en di-
ciembre de 1932.
Los batllistas, por supuesto, no quedaron excluidos de la búsqueda de
votos para las elecciones y, en 1932, publicaron el siguiente comunicado diri-
gido “a todas las mujeres del Uruguay”:
“La Oficina Electoral del Partido Colorado Batllista ofrece sus servicios a
todas las mujeres [...] a cuyo efecto ha establecido una sección especial,
atendida por personal femenino, donde además de facilitar cualquier in-
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 73
formación que se requiera al respecto, se obtendrán todos los recaudos
necesarios para la inscripción”. 15
Pero esta actitud no quedó fuera de la crítica de sus opositores. Un perio-
dista reprobaba:
“... ese ímpetu sufragista que surgió de golpe en determinadas facciones
políticas del país, especialmente en el batllismo [... ]. Determinados per-
sonajes batllistas eran partidarios del voto femenino; ciertos prohombres
del partido dieron alguna vez una conferencia o presentaron una iniciati-
va en ese sentido. Pero ¿acaso no disponían del poder omnímodo para
consagrar ese principio en nuestra ley? Sobran los aspavientos de la pren-
sa batllista cuando quiere seguir apuntando dentro de su haber la sanción
de este principio [...] Es hora de que terminen esos desplantes, que a
nadie convencen”. 159
El riverismo, según un testigo de la época, “se moviliza, sobre todo en el
interior, organizando comités femeninos”. 160
Dadas las circunstancias creadas por el gobierno de facto de Terra, las
mujeres recién votaron por primera vez el 27 de marzo de 1938. En el diario El
Pueblo, pudimos seguirlas campañas políticas que realizaron Baldomir y Blanco
Acevedo y cómo, por medio de la propaganda, buscaban atraer al público
femenino:
“El voto de las mujeres, incorporado a nuestra democracia por la Revolu-
ción de Marzo, traerá una saludable reacción política [...] Y estamos se-
guros de que la mayoría, la inmensa mayoría lo hará por Blanco Acevedo,
el candidato Popular y Oficial del Partido Colorado, el hombre que mejor
interpreta la obra de Terra”, 161
En otra publicidad del mismo día, se lee:
“Mujeres del U ruguay [... ] si queréis la felicidad de vuestro hogar; trabajo
y salud para vuestros esposos y educación cultural para vuestros hijos,
votad a Blanco Acevedo”. 1*?
Una publicación firmada por la Federación de Comités Femeninos expre-
saba: “Mujeres del Uruguay: La preocupación constante del doctor Eduardo
Blanco Acevedo, en todas las etapas de su vida inmaculada, fue el mejora-
miento de las clases humildes. Si queréis para vuestra patria, un gobernante
que sea un Técnico de la Democracia y un apóstol del Humanismo votad a
Blanco Acevedo”. ** La Agrupación Universitaria doctor Blanco Acevedo plan-
tea: “El doctor Blanco Acevedo creó un Ministerio de paz con su política de
74 Marla Laura Osta
comprensión y tolerancia. La mujer debe reclamarlo como gobernante, para
mantener la eficiencia de su obra”, 164
La propaganda de Blanco Acevedo muestra que nuestros potenciales diri-
gentes, aún continuaban con el mismo rol masculino en el mundo político,
incapaces de moverse de su lugar para recibir a la nueva votante. Seguían
viendo a la mujer como “inmaculada”, “madre” y “esposa”, imposibilitados
de percibirla como una ciudadana real intentaron atraer el voto femenino uti-
lizando palabras y frases como: “felicidad del hogar”, “salud para los esposos
e hijos”, “educación para los hijos”, “mejoramiento de las clases humildes”,
“humanismo”, “paz”. Objetivos que los candidatos políticos creían que la mujer
buscaba en un presidente y por eso fueron repetidas en forma continua duran-
te toda la publicidad del período.
La publicidad de Baldomir se acerca un poco más a la realidad de la
mujer de 1932:
“... la madre obrera y la madre de obreros, la empleada, la mujer que
trabaja con su músculo o con su inteligencia, habrá de orientarse en el
campo de nuestra política hacia aquel sector, en el que podrá encontrar el
más seguro cumplimiento a sus esperanzas”. 1**
Vemos que esta frase no sólo se dirige a las mujeres de clase media-alta -
cuando alude a la mujer que trabaja con su “inteligencia”-, sino que llega
especialmente a las clases sociales más bajas, presentándose como el instru-
mento que hará cumplir sus esperanzas.
El emocionante momento en el que votó la mujer por primera vez (1938)
fue plasmado por un testigo:
“Las vimos aglomerarse desde temprano frente a las mesas, esperando
curiosas su turno, y desfilar después, casi siempre nerviosas, para deposi-
tar su sobre en la urna. Era un aspecto nuevo en las elecciones, cuya
fisonomía se trocaba en una muy diferente, con el solo espectáculo de la
mujer votando”. +86
Las elecciones siguientes (1942) fueron las primeras en las que las mujeres
votaron masivamente (60% del electorado) y en las que se eligieron las primeras
legisladoras: las diputadas Julia Arévalo y Magdalena Antonelli Moreno, y las
senadoras Sofía Álvarez de Demicheli e Isabel Pinto de Vidal. En la proclama-
ción de su candidatura, Julia Arévalo planteaba “llevar al Parlamento la voz au-
téntica de la mujer, [...] igualdad de salarios, [... ] salas de maternidad y gotas de
leche, [...] vacaciones de gestación”, 19 entre otras cosas. Como vemos, objeti-
vos muy distintos de los que muchos candidatos creían que la mujer perseguía.
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 75
Sin embargo, durante los años siguientes la participación femenina tanto
en organismos legislativos como ejecutivos ha sido muy escasa. Nunca pasa-
ron de dos las mujeres titulares en la Cámara de Representantes, hasta 1958
que se eligieron cuatro. +*
Si bien el Estado levantó las restricciones legales a la participación fe-
menina, subsistieron aquellas impuestas por la propia sociedad, por la ideo-
logía patriarcal predominante. Esta idea la reafirma el profesor Rodolfo
González: “se le reconocieron los derechos al sufragio, pero muy lenta y
muy aisladamente mujeres participan de la vida política, porque todas las
pautas culturales de la sociedad estaban diseñadas por hombres, era una
sociedad patriarcal”.
Paulina Luisi bien había advertido que para conseguir el sufragio era ne-
cesario realizar un doble trabajo: de pensamiento y de acción, para lograr la
nivelación de las costumbres y de las leyes. Pero en el momento en el cual se
consiguió el sufragio, habían trabajado solamente en el campo de la acción, el
pensamiento aún seguía intacto en muchos ámbitos.
Es importante preguntarnos si la conquista del sufragio cerraba definitiva-
mente el debate sobre la igualdad de la mujer. Tal vez fue un error haber
confiado a esa conquista todas las demás. El hecho de que la mujer pudiera
expresar su opinión política no significó que llegara a ¡gualarse en la acción al
hombre. Frente a la ley tiene desde entonces los mismos derechos y en mu-
chos casos la mujer está más protegida que el hombre, pero el problema parte
de la conciencia y no de las leyes. Era necesario que la mentalidad acompaña-
ra alos cambios políticos, pero la historia nos ha demostrado que eso no se ha
logrado aún, ya que desde 1942 hasta 1984 la participación parlamentaria
femenina nunca pasó del 4%.*”% Los cambios de mentalidad son los más len-
tosen producirse en todas las sociedades, como ya lo afirmaba Fernand Braudel
cuando hablaba de las estructuras y los cambios de larga duración: “Para no-
sotros, los historiadores, una estructura esindudablemente un ensamblaje, una
arquitectura; pero, más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente
en desgastar y en transportar”. 1”!
Amalia Polleri Carrió, reflexionando, atestigua sobre esta lentitud: “Des-
pués que se consigue el voto en 1932 hubo un acallamiento de todo, porque
cometimos el error de pensar que después de conquistado el voto ya estaba
todo conquistado, que con el voto ya todo lo demás venía por sí”. ??2
76 Marla Laura Osta
Un partido de mujeres
Como vimos, una vez aprobado el sufragio femenino, el oportunismo
partidario se hizo presente también en este nuevo círculo de votantes. Lola
Fontela Ortega, en 1929, en su Programa Político para la Mujer Uruguaya,
advierte que si las mujeres al lanzarse a la política se pliegan a los partidos
ya establecidos, el derecho al voto significaría un mal innecesario. Sara Rey
Álvarez afirmaba: “... es necesario que la mujer que llegue al Parlamento no
sea representante de ningún partido político, donde los hombres puedan
imponerle normas de conducta, sino que debe ser representante de las muje-
res y vocero de sus necesidades económicas y sociales”. 173 El ansia de la
mujer por cambiar la política actual y por creer que su voto transformaría
radicalmente el sistema fue quizá lo que la llevó a formar un partido feminis-
ta, ya que muchas no veían en los partidos tradicionales un espacio para
expresar sus necesidades. Lola Fontela definía así su visión de la mujer y del
hombre en el mundo político:
“Los hombres, por su naturaleza, son personales y absolutos, su compren-
sión de los intereses generales es sumamente limitada [...] La mujer, por
su modalidad esencialmente femenina, representa no un individuo, y sí
un grupo que es la familia, y esta característica la hace universal y com-
prensible a todos los intereses y finalidades del ambiente con que vive
[...] La mujer al lanzarse a la política no deja el hogar sino que lo extiende
hacia la sociedad y forma así con ella una sola familia”. 174
Piensa que el hombre es por naturaleza “absoluto y personal”, y por tanto
su comprensión de los ¡intereses generales es limitada. Q uizá estas ideas hayan
sido tomadas como argumentos para formar un partido sólo de mujeres, que
representara sus intereses en forma integral y directa. Ya en 1920 Sebastián
M orey expresaba:
“... la mujer debe tener sus centros exclusivamente femeninos, su propa-
ganda especial, sus candidatas propias [... ] para librarse de la brutalidad
de los incultos, de la depravación de los degenerados y de los atropellos
de los bárbaros”. 175
El partido feminista tiene un posible antecedente en el Programa Político
para la Mujer realizado por Lola Fontela en 1929. Pero logró nacer, en gran
medida, gracias al impulso de un artículo del diario El Pueblo firmado por un
escritor -o escritora- apodado “Chig”, que se publicó al día siguiente de apro-
bado el sufragio para la mujer. Este artículo *”? convocaba a todas las mujeres
para que se unieran y formaran un partido femenino. Destacaba que los desti-
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 17
nos del país estarían también en sus manos, por eso les pedía que no se preci-
pitaran, que no dejaran de ser mujeres, ya que el valor de su voto radicaba en
la diferencia que tienen con los hombres. “Vuestra bondad es diferente a la
bondad de los hombres. Éstos son buenos porque piensan. Vosotras sois bue-
nas, generalmente porque sentís”, 17” Vemos en esta reflexión un tono
marcadamente sexista: las mujeres “sienten”, los hombres “piensan”, por eso
deben diferenciarse en un partido independiente. Lo femenino es irracional
pero complementario y necesario, según Chig, para gobernar el país. Aconse-
jaba que sólo votaran a los hombres, si llegan a la conclusión de que el U ru-
guay carece de una mujer que las represente. “El país os necesita como muje-
res y no como servidoras de los hombres”. 178
A partir de ese día, colmaron al diario artículos de mujeres felicitando a
Chig e invitando a formar un partido feminista. M aría Fernanda Sanz escribió:
“He aquí un hombre de bien [refiriéndose a Chig], que antes que político
es hondamente humano e idealista. Desgraciadamente no todos los polí-
ticos actúan como él, ya que ya empezaron las exhortaciones partidarias
convocando a las mujeres. Aspiramos a un partido que nos ofrezca luchar
por las leyes justas y una amplia protección para la mujer y los niños”. 172
Niega que algún partido de hombres pueda hacerlo, porque no compren-
den bien los problemas femeninos y porque a veces hay cosas que no sienten
y es necesario sentir más, afirma Sanz: “El partido que buscamos lo está orga-
nizando el ex Comité Pro Derechos de la Mujer. Se llamará Partido Indepen-
diente Feminista”. 180
Ese mismo día Amalia Capuano también afirmaba estar de acuerdo con
Chig en lo referente a la formación de un partido femenino y exhortaba a todas
las mujeres a unirse. *%! Se publicó una invitación para “participar en la discu-
sión de los proyectos del programa político del Partido Feminista”, 19? aclaran-
do que no se trataba de un partido para luchar contra los hombres, sino que se
proponía gobernar con la colaboración de ambos sexos. Pocos días después
apareció una nueva convocatoria a todas las mujeres para discutir el Programa
de Acción Social del Partido Feminista. Y terminaba diciendo: “Mujeres del
Uruguay: el voto es un medio y no un fin”, 183
Algo similar expresaba la doctora Sofía Álvarez Vignoli de Demicheli,
cuando afirmaba en una nota que al haberse aprobado primero los derechos
políticos que los civiles, las mujeres tenían todo por hacer desde el ámbito
político. Y concluía: “Hay que hacer en materia de legislación civil, económi-
ca, penal y social”. ***
El 21 de diciembre de 1932 aparecen publicadas, en el diario El Pueblo,
las Bases del Programa de Acción del Partido Feminista:
78 Marla Laura Osta
“Art. 1- Contención del reconocimiento de la mujer. Art. 2- Protección a
la madre soltera. Investigación amplia de la paternidad natural. Art. 3-
Reglamentación del trabajo femenino. Art. 4- Protección a la mujer-ma-
dre que trabaja por el seguro de la maternidad. Prohibición del trabajo,
con salarios pagos, durante 8 semanas en razón de alumbramiento. Art. 5-
Salas cunas en las fábricas y talleres, y aumento y perfeccionamiento de
los asilos maternos. Art. 6- Salario igual para la mujer que para el hombre,
por un trabajo igual. Art. 7- Acceso de las mujeres a todas las profesiones,
carreras y oficios industriales, comerciales, intelectuales y manuales, a la
administración pública, a las magistraturas en las mismas condiciones que
los hombres. Art. 8- Creación de la Policía Femenina Especializada. Art.
9- Supresión de la reglamentación de la Prostitución y lucha contra el
Proxenetismo y vicios sociales, y supresión de toda ley o reglamento de
excepción para el sexo femenino, en materia de costumbres o moralidad.
Art. 10- Reconocimiento de una moral sexual elevada igual para la mujer
que para el hombre”, 185
Desde el punto de vista social, proponían:
“1- Organización Científica de protección a la infancia por medio de las
doctrinas modernas de Derecho Penal. Criterio de la pena adaptada a la
peligrosidad, por parte del Estado, con la creación de un Consejo Nacio-
nal de Protección de Menores, que entenderá todos los asuntos relativos
al ejercicio de la patria potestad por parte del Estado. Supresión de la
vagancia y mendicidad infantil. Establecimiento de casas-hogares para
varones y mujeres. 2- Supresión de toda intervención de la justicia ordina-
ria en todo lo que se refiere a los actos o conducta antisocial de los meno-
res. 3- Prohibición de toda clase de trabajo de los menores de 15 años.
Reglamentación del trabajo de los adolescentes en salvaguardia de su
salud y moralidad. 4- Lucha contra el analfabetismo y aplicación estricta
de la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 15 años. 5- Resolución del
problema escolar sobre las bases técnicas: aumento del sueldo del magis-
terio, reorganización del Consejo de Primaria y Normal, sobre la base de
que por lo menos las dos terceras partes de sus miembros, sean maestros
elegidos por el Magisterio. 6- Organización de la carrera de Profesorado
Moral y de Enseñanza Secundaria y Superior. Creación del Instituto de
Estudios Superiores, con una zona de investigación científica desinteresa-
da de la producción artística. 7- Reforma del Código Penal de acuerdo
con los postulados de los delincuentes. 8- Organización Científica del
trabajo, en la selección y orientación profesional. 9- Leyes obreras que
protejan la salud del obrero y de la raza. 10- Previsión de la desocupa-
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 79
ción, por la creación de nuevas fuentes de trabajo. Seguro de desocupa-
ción forzosa, invalidez o enfermedad. 11- Salario mínimo vital para todo
el que trabaja. Participación de los empleados y obreros en los beneficios.
12- Estatuto de funcionarios públicos sobre la base de acceso a la Admi-
nistración Pública por aptitudes, y régimen de ascensos por méritos y ca-
pacidades. 14- Jubilaciones generales. 15- Lucha contra la vivienda insa-
lubre. Construcción por el Estado de casas para obreros. 16- Protección
de la industria nacional, especialmente de las industrias madre: ganade-
ría, agricultura, lechería, etcétera. 17- Reforma de la legislación, en el
sentido de la subdivisión de la tierra. 18- Resurgimiento de la economía
nacional, y reajuste de las finanzas públicas por una sana política de eco-
nomías. 19- Propiciar por una adhesión dinámica y efectiva, el desarme y
la paz mundial”. +8
Amplios son los objetivos que abarcó el Partido Feminista desde el punto
de vista social. Certeros algunos, demasiado ambiciosos otros, pero sus linea-
mientos eran coherentes, siempre siguiendo el bienestar de la mujer, de los
niños y buscando justicia social en general. De todas formas, el programa
dejaba de lado temas imprescindibles para gobernar un país, como la admi-
nistración, el orden público, las relaciones internacionales, la sanidad, el abas-
tecimiento, las jubilaciones, etcétera. Posteriormente muchas mujeres y hom-
bres apoyaron estos objetivos desde los distintos partidos, tal vez para atraer
los votos de las feministas, o seguramente porque eran metas nobles y necesa-
rias de ser aplicadas por su justicia innata. De todas formas este partido no
prosperó: 1?” ya en las elecciones siguientes no figuró como tal; sin embargo
muchos de sus objetivos se fueron incorporando a los planes de gobierno.
De todas formas, en el momento en el que surgió tuvo muchas adhesio-
nes. Por ejemplo, apareció un llamado firmado por “Andrómaca”, invitando a
todas las mujeres a que confiaran en el Partido Feminista y dieran las riendas
del país a otra mujer, con confianza y seguridad. *%% Marta Pais advirtió a las
mujeres que no votaran a los partidos tradicionales porque si no el “voto feme-
nino sería la farsa de una conquista y nada más”, *$2 porque no variarían los
resultados electorales. Y las invitaba a votar al Partido Feminista.
A pesar de estas adhesiones, hubo personas muy importantes en el ámbito
de la lucha por la igualdad entre el hombre y la mujer que convocaron a no
formar parte del Partido Feminista. U na de ellas fue Clotilde Luisi (hermana de
Paulina), quien expresaba:
“ ..las mujeres no deben agruparse para constituir un partido exclusiva-
mente femenino. Sería destruir lo que se acaba de obtener, sería colocarse
nuevamente en la posición de grupo apartado, que acabaría fatalmente
80 Marla Laura Osta
por venir [volver] a la posición de subordinado y dirigido por los grupos
masculinos”, 190
Encontraba tres razones que militaban en contra del Partido Feminista: 1-
su egoísmo antisocial. 2- su debilidad por el solo hecho de enfrentarse a los
partidos masculinos. 3- la extrema limitación del programa para impedir su
fraccionamiento. La propuesta de Luisi era formar nuevos partidos, pero que
no fueran exclusivamente femeninos.
Otra opinión, también opuesta a la formación de un partido sólo de muje-
res, aparece en El Ideal:
“Quienes hay que prefieren esa organización política [del partido femeni-
no] paralela a esos mismos grupos actuales pero conservando una virtual
separación entre los sexos como si pudiera haber matices ideológicos en-
tre unos y otros”, 19
Como vemos, la aparición de un partido político sólo de mujeres generó
controversias que no pudieron superarse y, como dijimos, en 1938 cuando la
mujer votó por primera vez, el Partido Feminista ya había perdido su existen-
cia, y el Partido Independiente Demócrata Feminista sólo logró el 0,03% de
los votos.
Este capítulo intentó mostrar en forma sistemática cómo las mujeres fue-
ron también protagonistas en la lucha por la igualdad femenina. Las acciones
comenzaron en forma orgánica en 1917 con la fundación de revistas, la publi-
cación de artículos, la realización de reuniones, manifestando la opinión en
público y solicitando firmas. Llegaron incluso a formar su propio partido polí-
tico. Las opiniones en la sociedad fueron heterogéneas, pero a pesar de la
fuerte oposición que encontraron, podemos afirmar que las mujeres fueron
protagonistas de la acción en esta lucha.
Notas
139. Cfr. Naciones Unidas, Uruguay: perfil del país 1998.
140. Código Civil de la República Oriental del U ruguay, p. 30.
141. Cfr. Ofelia Machado Bonet, ob. cit., p. 157.
142. Daniel Pelúas y Alfredo Piffaretti, Ideología batllista: componentes y modelos, p. 128.
143. Ya en 1927, en Cerro Chato, las mujeres habían participado en un plebiscito que no
fue a escala nacional. Mediante este se aspiraba conocer la opinión popular sobre el
porcentaje de vecinos que querían anexar dicha localidad en su totalidad al departa-
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 81
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177
82
mento de Durazno. La Corte Electoral dictó un decreto, con fecha 31 de mayo de
1927, en el cual se autorizaba la realización del plebiscito “sin distinción de naciona-
lidad y sexo”. Datos extraídos de: Saúl Moisés Piña, “La primera vez que votó la mujer
en Sudamérica”.
Paulina Luisi, La mujer uruguaya reclama sus derechos, p. 165.
Paulina Luisi, Conferencia M ovimiento Sufragista, p. 11-12.
Ibíd., p. 3.
Ibíd., p. 6.
Ibíd., p. 34.
Graciela Sapriza, ob. cit., p. 177.
Vid Apéndice documental, N22,
Paulina Luisi, La mujer uruguaya reclama sus derechos, pp. 29-30.
Ibíd., pp. 44, 45.
Ibíd.
Ibíd., pág.162.
Ibíd., p. 19.
Cfr. Benjamín Nahum y otros, Crisis política y recuperación económica, pp. 16-32.
El Siglo, 12 de mayo de 1917.
El Ideal, 16 de diciembre de 1932.
El Bien Público, 16 de diciembre de 1932.
Cit. en: Paulina Luisi, La mujer uruguaya reclama sus derechos, pp. 44-45.
El Pueblo, 2 de marzo de 1938.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd., 5 de marzo de 1938.
Ibíd., 13 de marzo de 1938.
Cit. en: Graciela Sapriza, ob. cit., p. 183.
Archivo de Paulina Luisi, Carpeta N* 1 original, conjunto de borradores 1942,
Entrevista al ministro de la Corte Electoral Rodolfo González.
Ibíd.
Ibíd.
Fernand Braudel, La Historia y las Ciencia Sociales. p. 70.
Cit. en: Graciela Sapriza, ob. cit., p. 205.
Ibíd., p. 180.
Lola Fontela O rtega, Programa político para la mujer uruguaya, pp. 3-4.
Revista Acción Femenina, N* 34-35, 1920, p. 174.
Este artículo, publicado en el diario El Pueblo, tuvo tal impacto, que días más tarde, a
solicitud de los lectores, volvieron a publicarlo.
. El Pueblo, 16 de diciembre de 1932.
178.
179.
Ibíd.
ibíd., 17 de diciembre de 1932.
Marla Laura Osta
180.
181.
182.
183.
184.
185.
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188.
189.
190.
191.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd., 20 de diciembre de 1932.
Ibíd., 17 de diciembre de 1932.
Ibíd., 21 de diciembre de 1932.
Ibíd.
Rodolfo González Rissotto rastrea la existencia de otro partido femenino, el Partido
Independiente Demócrata Feminista, que tuvo su aparición en 1935 y se postuló en
las elecciones de 1938 en los departamentos de Montevideo y Canelones. Pero sólo
logró el 0,03% de los votos en el país. Luego de estas elecciones el partido dejó de
existir.
El Pueblo, 24 de diciembre de 1932.
Ibíd., 27 de diciembre de 1932.
Ibíd., 24 de diciembre de 1932.
El Ideal, 26 de diciembre de 1932.
Conquistas pollticas de la mujer en Uruguay 83
Influencias ideológicas en
la aprobación del sufragio
Analizando el período anterior a la aprobación definitiva del sufragio, nos
llama la atención las vacilaciones que existieron acerca de este derecho. Vaci-
laciones que no sólo se observaron en los miembros de los partidos políticos,
sino también en los de la Iglesia Católica.
Como afirmó el ministro Rodolfo González:
“Hay que tener en cuenta un elemento importante, el peso de las influen-
cias del liberalismo, de la masonería que temían con mucha intensidad
que la mujer pudiera ser fácil presa de los manejos de la Iglesia Católica.
Como se estaba viviendo la etapa final de la secularización había una
gran preocupación de que el partido católico pudiera utilizar a las muje-
res con la finalidad de apoyar sus propuestas”. 1?2
La lucha por los derechos políticos de la mujer estuvo impregnada del
proceso de secularización entre la Iglesia y el Estado. En 1912, la Iglesia creó
el partido de la Unión Cívica para defender sus potestades y regalías.
El papel de la mujer en la Iglesia Católica
y las huellas de Mariano Soler
Acerca del tema del sufragio femenino, la Iglesia Católica, a través de sus
órganos representativos, mostró, como afirman Caetano y Geymonat, un pa-
norama heterogéneo. ** Tratando de reflejar las variaciones que tuvo la Iglesia
con respecto al voto femenino, trabajamos con los documentos de Mariano
Soler, el diario El Bien Público y el periódico El Demócrata.
84 Marla Laura Osta
Mariano Soler?” y especialmente el periódico El Demócrata (órgano de la
Unión Democrática Cristiana), ** fundado en 1906, presentan una opinión,
por lo general, favorable al sufragio y reivindicativa de la dignidad femenina.
El periódico El Demócrata estuvo poblado, desde su fundación, de ar-
tículos que defendían la educación y la mejora de las condiciones de tra-
bajo de la mujer. En setiembre de 1905 apareció un artículo que reclama-
ba para las mujeres un papel activo en la difusión de las ideas demócrata-
cristianas:
“¡Lectoras! Preparad los ánimos para el día del combate decisivo, difun-
diendo los ideales democrático-cristianos. Confiamos en la fuerza inteli-
gente y persuasiva de vuestra palabra, y de este modo, la mujer que, como
enseña la Historia, ha siempre desempeñado papeles importantísimos en
los grandes acontecimientos, tendrá esta vez también la envidiable gloria
de haber servido a la gran causa de la democracia cristiana”, **
Este periódico nos presenta una visión distinta del rol femenino en la so-
ciedad, convoca para el mundo político a la mujer, en un momento histórico
en el cual estaba totalmente relegada al ámbito privado. Para ellos, ella era
una potencial luchadora política que ameritaba ser llamada al batallón del
combate ideológico.
En otro artículo del mismo periódico expresan claramente su adhesión a
la participación política femenina: “La mujer debe ser electora, porque ella
tiene derechos tanto como el hombre, para defender sus intereses”, 19
Sin embargo, un artículo de El Bien Público, en el año 1914, aparece
como contrario a la participación femenina en la vida pública:
“La intervención política de la mujer en el mismo grado que el hombre es
para nosotros visiblemente censurable y perjudicial [...] El destino que
debe llenar la mujer, según el plan de Dios y la naturaleza se contradice,
en nuestro concepto, con el ejercicio de la amplia función política que se
pretende concederle [...] Si la mujer se lanzara, sin límites ni términos, a
la vida política, se obedecería a esa fuerza que hemos llamado de disper-
sión moral, que esinconveniente para los intereses sociales, y que contra-
ría la ordenación divina y natural”. 1%
De igual modo se manifestaron en 1917 los constituyentes del partido de
la Unión Cívica, no apoyando la reforma constitucional que otorgaba los de-
rechos políticos a la mujer. Por su parte El Bien Público tampoco apoyó dicho
proyecto, señalando en sus artículos los motivos de su oposición.
En marzo de 1917, vemos en El Demócrata un artículo orientado a favor
del sufragio femenino y que critica a quienes se oponen a él: “... En nuestro
Influencias ideolÚgicas en la aprobaciÚn del sufragio 85
país, elementos conspicuos del liberalismo: Lafinur, M anini, Díaz, etcétera, se
han manifestado abiertamente opositores al voto femenino”. 1?
En un artículo del mismo periódico de 1919 se plantea el debate sobre
por qué la mujer debería votar:
“... ¿por qué no han de votar las mujeres? Comprendemos que existen
muchas mujeres [... ] que tienen su representante legal en su marido, pero
[...] las solteras mayores de edad y las viudas [...] ¿por qué van a ser
excluidas de esa función [... ] la de constituir los poderes del Estado? [... ]
no depende de nosotros detener el curso de los sucesos. Preparémonos a
encarrilarlos dentro de lo justo y razonable”, 20
A pesar de que este periódico tenía una fuerte inclinación hacia la iguala-
ción de la mujer con el hombre, no escapa a las vacilaciones y los cambios de
opiniones y en 1920 expresa:
“... ¿tampoco podrá votar la mujer? En esto hay más inconveniencia que
beneficio [...] nada ganará la mujer con ejercer el voto y tal vez perdiera
la influencia que siempre ha ejercido en el hombre y en los destinos de la
humanidad. A las que por eso abogan les diríamos: ¡Gobernad vuestros
hogares y gobernaréis el mundo!”. 201
Como vemos, tampoco El Demócrata tuvo una posición invariable; de
todas formas, en general se mostró favorable a los derechos políticos ya que
son mayoría los artículos reivindicativos, no sólo de la emancipación política,
sino también cultural y económica de la mujer. Fue un periódico católico,
ideológicamente muy avanzado para su época.
En 1932 El Bien Público modificó su postura anterior, expresando su be-
neplácito por la concesión de los derechos a la mujer:
“... recibamos esta prerrogativa [...] animadas del firme propósito de res-
taurar la moral y las buenas costumbres y de asentar sólidos cimientos a la
santa institución de la Familia, tan venida a menos por las disolventes
ideas modernistas”. 202
Por medio de estas palabras vemos que los católicos de El Bien Público
consideraban que la mujer debería permanecer en el ámbito privado a fin de
ejercer su misión de protectora de la familia. Aprobado el derecho al sufragio,
trasladaron la misma concepción al ámbito público, la mujer fuera del hogar
podrá velar por las buenas costumbres de la sociedad. En definitiva, siguen
viendo a la mujer desde la misma estructura de roles.
Estas distintas opiniones sobre el sufragio, nos llevan a pensar que los
católicos se vieron influenciados por distintas corrientes ideológicas, y que no
hubo un consenso formal hasta el momento de su aprobación. Pero, los cató-
86 Marla Laura Osta
licos fueron conscientes de sus variaciones, y por eso se disculpan, o bien
tratan de explicar porqué sus opiniones tuvieron un vuelco ideológico:
“Hemos querido saber más y mejor que las mujeres, lo que a ellas les
podía convenir. E influidos por eso, hemos estado predicando una serie
de asertos, que ahora vemos, si no como disparate, por lo menos, como
ligerezas masculinas [... ] Cierto que en todos ha primado la buena fe, se
ha visto un peligro para la feminidad; y por espíritu del hogar, se ha que-
rido defender a todo trance. No advertimos, sin embargo, que la enorme
mayoría de mujeres, lo reclamaban”. 2%
A pesar de todo, existía la concepción de que la Iglesia era hostil al sufra-
gio femenino, y en 1932, El Ideal publicaba:
“Quien diga que la Iglesia Católica ha intentado, alguna vez a lo largo de
su existencia, elevar a la mujer al mismo nivel del hombre, calumnia de-
liberadamente a la Iglesia. Jamás se ha visto institución más impermeable
a las aspiraciones del feminismo, ni terquedad sectaria más irritante que
la de los curas [... ] que desplaza a la mujer hacia los menesteres de ínfima
cuantía y cede al hombre el monopolio de los grandes honores [...] la
Iglesia sigue resistiéndose a conceder al otro sexo la liberación”. 2%
Así tenemos que la Iglesia por medio del periódico El Demócrata, en ge-
neral, apoyaba el sufragio femenino. Sin embargo, con su otro instrumento
periodístico El Bien Público reflejó una clara oposición al sufragio durante
varios años. Recién en 1932, la Iglesia despertó de esa oposición y reconoció
que sus cambios ideológicos se debieron al temor de que la mujer perdiera su
femineidad y peligrara así la paz de los hogares.
Tanto en el ámbito de la Iglesia como en el de los liberales y de todas las
agrupaciones en general, es fundamental no pensar en campos homogéneos y
en trayectorias lineales; inclusive en una misma persona estas variaciones pue-
den ser comunes. Tal es el caso de Mariano Soler, que en algunos documentos
daba la pauta de una opinión favorable al sufragio, pero en otros, difería bas-
tante de ello. Posiblemente haya habido una evolución en su pensamiento,
que culminó con el apoyo al voto de la mujer. El historiador M ario Cayota nos
expresó al respecto:
“Es importante destacar que en la figura de Mariano Soler, hay un primer
y un segundo Soler. Él hizo el seminario en Italia (en momentos en que la
Iglesia estaba más reaccionaria ante los anhelos de unificación italiana) y,
por tal, tuvo una formación más conservadora. Por eso cuando recién
llega a Montevideo, tenemos a un Mariano Soler conservador, que toma
una actitud de confrontación ante el ambiente racionalista y antieclesiástico
Influencias ideolÚgicas en la aprobaciÚn del sufragio 87
que se vivía en el Uruguay de entonces. Pero tendrá una evolución, y en
su última etapa tomará una posición de diálogo y de síntesis con las ideas
más modernas, aplicándolas a su pensamiento”. 20
“Su nueva actitud” -expresa M ary Larrosa, refiriéndose al segundo Mariano
Soler- “está caracterizada por la apertura y el espíritu de diálogo frente a la
sociedad moderna”. 2% Varios fueron los factores que pudieron influir en la
evolución del pensamiento de Mariano Soler: los levantamientos obreros, el
socialismo, el liberalismo y, por último, pudo tener trascendental importancia
la Encíclica papal Rerum N ovarum, ? ya que muestra una nueva actitud de la
Iglesia frente a los problemas sociales. Lo importante es que nuestro obispo
dio un vuelco en sus ideas, adaptándose a la realidad mundial.
En 1885 decía Soler con respecto a la mujer:
“... no ha sido hecha para gobernar los pueblos, ni para darle leyes, por-
que su misión [...] es más grande que todo ello [... ] Pues bien, si el hom-
bre es el que hace las leyes que rigen los destinos sociales, la mujer es la
que forma las costumbres”. 208
En esta reflexión, relega a la mujer a un ámbito exclusivamente privado,
negándole la intervención en el mundo político. Pero, como afirmamos, su
pensamiento evolucionó y en 1905 dijo:
“... creemos que la concesión del derecho de voto a las mugeres [sic]
podría quizá actualmente, bajo el punto de vista social y religioso, tener
más ventajas prácticas que inconvenientes; y podría servimos de prueba
la tentativa hecha por varios diputados católicos belgas, poco tiempo há,
de organizar el electorado femenino para compensar los funestos efectos
del sufragio universal; ni tampoco negaremos que, desde el día en que las
mugeres estuviesen armadas con la balota del voto, el legislador se mos-
traría más bien dispuesto a darles satisfacción en sus diversas reivindica-
ciones [...] Sin embargo creemos que el voto político podría dividir a las
familias”, 209
He aquí al primer y segundo Soler, he aquí a un hombre que supo
modificarse, y adaptarse a los signos de su tiempo.
Su opinión sobre la sociedad, y específicamente sobre la mujer -conside-
rada dentro de la mentalidad patriarcal de la época-, es de gran peso y hasta
podríamos afirmar que Mariano Soler fue un precursor del feminismo católico
en nuestro país. Porque para él la Iglesia, desde siempre, se valió de ciertos
medios para dar a la mujer consideración y dignidad.
“... igualada al varón en la unidad de origen y destino, y en la participa-
ción de los dones celestiales [... ], considerada como hija de Dios y cohe-
88 Marla Laura Osta
redera de Jesucristo, como compañera del hombre, no como esclava, ni
como vil instrumento de placer”. 210
Además el sacramento del matrimonio significa: “... uno con uno, y para
siempre”, ?1! esto implica que el cristianismo otorga a la mujer el mismo grado
de dignidad personal que el hombre. Entonces, ¿por qué es el hombre quien
los establece, si Dios no lo hizo? ¿por qué rebajar a la mujer a la condición de
esclava o dependiente del marido, si Dios le otorgó una total igualdad de
derechos?
Soler relataba:
“... antes del cristianismo la mujer estaba oprimida bajo la tiranía de va-
rón [...] Vino la religión cristiana y con sus doctrinas de fraternidad en
Jesucristo de igualdad ante Dios, sin distinción de condiciones ni sexos,
destruyó el mal en su raíz, enseñando al hombre que la mujer no debía ser
su esclava sino su compañera [...] pasó la mujer del estado de esclava al
rango de compañera del hombre; así se convirtió el instrumento de placer
en digna madre de familia”. ??2
En esta misma línea Sofía Álvarez afirmaba que “Cristo fue el primer femi-
nista de todos los tiempos, y nadie aún ha superado su doctrina de igualdad
social”. 213 Y expresaba:
“Del cristianismo arranca así, la verdadera dignificación de la mujer;
el matrimonio, que hasta ese entonces, no era otra cosa que la simula-
ción de un rapto o de una compra, fue elevado a la categoría de sacra-
mento, transformando a la mujer en compañera del hombre y no en su
esclava”, 214
También El Demócrata comparte esta visión del cristianismo con respecto a
la mujer: “Es cierto que en tiempos pretéritos la mujer fue menospreciada, pero
el Cristianismo le ha devuelto el rango que le correspondía como compañera
del hombre”. 2% El mismo José Pedro Varela, en 1774 expresaba: “La rehabilita-
ción de la mujer iniciada por Cristo [... ] empieza apenas a realizarse”, 216
Soler ve a la mujer a imagen de la Virgen María, y por tal, un ser digno de
ser respetado, con derechos y deberes. En su obra Apología del culto de la
Santísima Virgen María, fundamenta por qué reivindica al papel de la mujer.
Él dice que “Jesús fue quién [...] implantó en el mundo [...] el respeto social
de la mujer”. ?1” Afirma que el culto a la Virgen María trasciende y rehabilita a
la mujer. Le adjudica la misión de ser el auxiliar más poderoso de la verdad
cristiana, custodia de las buenas costumbres y de la moralidad.
Dice que otra misión importante es la educar a los infantes. Expresa el
obispo: “Las generaciones están pervertidas [...] por mala educación [...] ¡El
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 89
mundo se reformaría, si se reformase la educación!”. 218 Por tanto, ve en la
mujer un agente de cambio, transformadora de los valores del mundo corrom-
pido, ella es el cimiento de la sociedad. Si la educación se inscribe dentro de
los valores cristianos, la sociedad será cristiana. En cambio si la educación es
“frívola” y “sin valores morales”, la sociedad será pervertida. Otorga a la edu-
cación un sentido determinante y definitivo en el carácter de los pueblos.
Como expresamos anteriormente, Mariano Soler podría ser el precursor
del feminismo cristiano en nuestro país, sin embargo deja bien claro qué tipo
de feminismo es el que promueve:
“Hay [...] que distinguir entre la teoría y la tendencia a un feminismo
legítimo, que no olvida nunca la misión propia de la mujer; y las teorías y
tendencias de un feminismo que intenta convertir la mujer en otro hom-
bre. El primer feminismo ha sido introducido por el cristianismo, y hace
diecinueve siglos que la Iglesia lucha para que la mujer sea considerada
como igual al hombre en cuanto atañe a la dignidad y el respeto de sus
derechos; pero conservando las desigualdades que nacen de la misión de
ambos sexos en la familia y en la sociedad y, que, lejos de ser en menos-
cabo de la mujer, tienden a ennoblecerla [... ] urge oponerse al falso femi-
nismo que desconoce la naturaleza especial de la misión que está llama-
da a cumplir y que, el querer igualar en todo ambos sexos, priva a la
mujer de la aureola de dignidad, de pudor y de respeto”. 213
Soler se expresa sobre tres ámbitos distintos de la mujer que se encontra-
ban polemizados por feministas y antifeministas. Da opiniones sobre el papel
de la mujer en el ámbito político, económico y cultural. En cuanto al aspecto
político, como ya vimos, dice que el voto femenino traería más ventajas que
inconvenientes, sin embargo reconoce que podría dividir a la familia.
Desde el punto de vista económico y social, expresa:
“En la sociedad moderna [... ] acontece frecuentemente que la mujer se ve
obligada a buscar en la industria o en el comercio el medio de ganarse la
vida [... ] El salario del padre [... ] es con frecuencia insuficiente para sos-
tener a toda la familia. Es, pues, necesario, un auxilio o sobresueldo [... ]
Las consecuencias de esta necesidad son: desorganización de la familia,
desmoralización de la joven o de la mujer, raquitismo de los hijos, cuyas
madres están debilitadas por la dura y malsana tarea de las fábricas o
talleres. Nadie puede negar que el trabajo femenino fuera del hogar pro-
duce los más serios inconvenientes”, 220
Mariano Soler, si bien no está de acuerdo con esta situación, reconoce
que es una realidad inevitable en el sistema económico moderno, y como tal,
90 Marla Laura Osta
trata de que sea lo más justa posible, limitando los efectos desastrosos por
medio de una legislación especial. Acerca del salario advierte: “... es cosa
justa y equitativa la ecuación de los salarios femeninos y masculinos al tratarse
de un mismo trabajo efectuado”. ?2* En primer lugar, no ve bien que la mujer
realice trabajos fuera del hogar pero, si la necesidad lo reclama, reconoce que
habría que legislar para alcanzar ¡igualdad salarial.
El obispo habla de la preparación cultural que la mujer debería tener. Él
dice que la educación, las costumbres, la vida entera de la mujer están llama-
das a transformarse por completo, porque si no ella quedará rezagada mien-
tras todos “emigran hacia la nueva patria de las ideas”. ??? La instrucción de la
mujer debe ser “aroma de violeta, que embalsame tan sólo a los que la ro-
deen”, 2% o sea que debe capacitarse para mostrar sus conocimientos sólo
dentro del hogar. Para Soler la educación de la madre es fundamental, porque
“... las generaciones futuras no pueden crecer arrulladas entre brazos de una
muñeca inconsciente”. ??* Si bien promueve la instrucción de la mujer, esta
debe ser adaptable a la higiene moral y material de la familia.
Como antecedente de los movimientos de las mujeres católicas con fines
no solamente sociales-caritativos, podemos tomar la fundación de la Asocia-
ción de Señoras Cristianas del 22 de agosto de 1884. Entre sus cometidos
figuraron acciones caritativas, similares a las realizadas por las otras entidades
femeninas católicas (talleres para la instrucción de jóvenes pobres, comedo-
res, recolección de fondos para el respaldo de otras obras de la Iglesia, etcéte-
ra), pero además se proponían realizar actividades de orientación política,
como “evitar el escándalo de la realización de matrimonios puramente civi-
les”, 22 o bien recoger firmas.
Comienza así a aparecer una Iglesia militante, activa, comprometida, donde
las mujeres empiezan a movilizarse ante los poderes públicos a favor de su
causa. De esta forma toman conciencia de su número y fortaleza.
Esta demostración de poder femenino se concretó en el momento en el
que las mujeres católicas presentaron una solicitud oponiéndose al proyecto
de ley de matrimonio civil obligatorio. Transcribiendo algunos de los pasajes
de la solicitud, podemos conocer con qué voluntad y firmeza defendieron sus
principios católicos. La carta dice así:
“... nos presentamos [...] para reclamar [... ] nuestra dignidad y nuestros
derechos amenazados con el matrimonio civil obligatorio [... ] los princi-
pios fundamentales a que deben obedecer las leyes de toda sociedad cul-
ta y civilizada: el respeto [...] a la Constitución, a las costumbres sociales
y a la libertad [...]. Contra los tres fundamentos primordiales de legisla-
ción, peca la ley de matrimonio civil [... ] llegará el día en que se declare
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 91
en las condiciones de los demás contratos civiles [... ] esto podrá disolver-
se de común consentimiento de las partes [...] en una palabra podrá
legitimarse el divorcio formal [...] el matrimonio civil obligatorio es la
negación absoluta de la libertad religiosa [... ] respetuosamente pedimos
se digne mantener la legislación vigente respecto al matrimonio”. 228
La carta está firmada por más de treinta y dos mil mujeres, 2?” cifra im-
pactante si pensamos que pertenecían al sexo “débil”, dejando atrás así, la
“inactividad” en la cuestión pública que las caracterizó anteriormente. Plan-
tean así, la inconstitucionalidad de tal ley, ya que no debemos olvidar que
según la Constitución vigente en ese momento la religión oficial del Estado
era la católica.
El miedo que estas mujeres tenían a que se legitimara el divorcio se hizo
realidad, y contra él lucharon fervorosamente, desde 1905 a 1907, durante
el período de discusión del proyecto sobre el divorcio. Se organizaron en
“... un movimiento de opinión contrario al divorcio integrado por mujeres
[...] que obtuvo 93.000 firmas de adhesión”. 22? Basándonos en cifras, si el
movimiento anterior despertó preocupación, este provocó pánico, y más aún,
si tomamos en cuenta que en las elecciones de 1905 votaron algo más de
42.000 ciudadanos. Con esta participación femenina es entendible la oposi-
ción de tantos hombres; los anticlericales temían con razón que la mujer
votara, sobre todo por la influencia que creían que la Iglesia podía ejercer en
su opinión política. González Rissotto afirma al respecto: “Todos tenían muy
claro que en el sector de la sociedad donde la Iglesia Católica tenía mayor
número de adeptos era entre las mujeres y por eso su prevención en otorgar-
le el derecho al voto”. ???
El 15 de agosto de 1906, se fundó la Liga de Damas Católicas del U ru-
guay, cuya primera actuación pública consistió en la oposición ala medida de
retirar los crucifijos de los hospitales públicos, por medio del “uso de peque-
ños crucifijos en el pecho durante un año”. 2% En el primer artículo del estatuto
de esta institución establecen: “Defender, por todos los medios legales, las
libertades y derechos que interesan particularmente a la mujer”. ?! Vemos que
la concepción de la mujer católica relegada exclusivamente al hogar va que-
dando obsoleta, y poco a poco comienzan a interesarse por la defensa de sus
derechos, cada vez que consideraban que estos eran violados.
Estas damas que habían demostrado valor, energía y presencia, cuando
sus principios católicos no fueron respetados, provocaron terror en los hom-
bres que venían luchando desde hacía décadas por la secularización del Esta-
do. Posiblemente hayan visto a estas mujeres como un futuro obstáculo en la
empresa de la secularización estatal.
92 Marla Laura Osta
Es probable que esta fuerza femenina católica explique, en parte, la falta
de apoyo que tuvieron los proyectos de ley presentados en 1914 o en 1917. Lo
que nos llama la atención es que en la Convención Constituyente de 1917 los
representantes de la Unión Cívica, viendo la convocatoria que tenían las mu-
jeres católicas, no hayan apoyado el proyecto de los derechos políticos de la
mujer. Seguramente será un camino a recorrer por los historiadores, e interro-
gantes que quedan para futuras investigaciones.
El temor de los opositores a la Iglesia Católica todavía continuaba en 1932,
cuando un artículo periodístico anunciaba:
“... el anzuelo ya arrojado por los sacerdotes [... ] revela que la gente de la
Iglesia, perdidas las esperanzas de influir en el espíritu de la mujer con sus
propagandas religiosas, ve abierto un resquicio por donde predominar
con tácticas políticas”. 23?
Sin embargo, fueron muchos los legisladores que, subestimando el poder
de convocatoria de la Iglesia en sus feligreses y del peso de estos en la socie-
dad, restaron credibilidad al temor de que ella influyera sobre las mujeres.
Miranda fue uno de ellos y, cuando presentó su proyecto de ley de participa-
ción política de la mujer en 1914, expresó:
“... La influencia del cura, intermitente y breve desde el púlpito o el con-
fesionario, no puede ser nunca más intensa ni más eficaz que la propa-
ganda diaria y constante, en la intimidad del hogar hecha por el esposo, el
hermano, el prometido o el padre [...] tiene que ser forzosamente más
poderosa la del hogar que la de la Iglesia [... ] En nuestro país el catolicis-
mo tiene su mayor caudal entre la clase rica, que es la menos numerosa;
las clases medias y proletarias se han independizado hace rato del poder
omnipresente de la Iglesia”. 293
Baltasar Brum coincidía con Miranda también en este aspecto y expresaba:
“... el vínculo que une a mujer con la Iglesia es, entre nosotros, sumamen-
te superficial. Salvo rarísimas excepciones, las mujeres acompañarán al
marido, al padre, al hermano, al novio o al amante, cuando los intereses o
las pasiones de éstos estén en juego, antes que contrariarlos por seguir las
indicaciones del cura”. ?9*
Una nota que salió publicada en El Liberal dice así:
“Para los defensores de los viejos ideales, y para los que sin creer cometen
por interés la cobardía material de fingir una ley que quedó relegada a los
cerebros enfermos de pobres ignorantes mujeres, vaya esta afirmación
categórica: venimos a combatirlos”. 225
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 93
Evidentemente había una gran cuota de negación de la importancia de la
Iglesia Católica en nuestra sociedad. No sólo querían denigrar la religión cató-
lica, sino también subestimarla, y por eso algunos legisladores negaron que el
Partido Católico pudiera captar correligionarias, ya que creían que la religión
era algo pasado de moda, sin relación con la actualidad y carente de apoyo
humano. “Pocas, muy pocas son las mujeres verdaderamente fanáticas; la gran
mayoría de las mujeres son católicas de nombre, y si practican los actos exte-
riores del culto es por mera fórmula social”. 2%
Pero las movilizaciones masivas de mujeres católicas, seguramente, deja-
ron a más de uno sin palabras.
Algunas consideraciones sobre el “feminismo batllista”
Los católicos veían en el batllismo no sólo a un enemigo de la fe, sino
también a un contrincante político. Esto se reflejaba en artículos escritos por
periodistas católicos:
“El afán monopolista de batllismo es tan desorbitado, que pretende ser el
único defensor de la mujer y el único que merece obtener por tanto sus
sufragios: de ahí su desvelo por detener cualquier propaganda que pueda
influir en el ánimo de las futuras ciudadanas. Un ejemplo lo dio anteayer
el diario batllista de la tarde, en una candorosa exhortación dirigida a las
mujeres. Nada dijo desde luego, sobre la razón que tuvo para no consa-
grar su derecho al sufragio en la legislación nacional, cuando era dueño
del Parlamento”. 23”
En otro artículo, refiriéndose a un diario batllista decían: “Ni acepta, ni
niega El Pueblo el hecho de que en 1914, una cámara con mayoría batllista
negó a la mujer uruguaya los derechos políticos”. 9% Se planteaban que la
ironía de este acontecimiento, es que provenía de un partido que “... quiere
gobernar a título de principismo avanzado y luminoso”. 292
De todas formas, es evidente que el partido batllista impulsó una política
de apoyo a los sectores más débiles de la sociedad. En el caso de la mujer, se
ocupó, mediante una legislación de seguridad social, de “compensar” las ca-
rencias que la mujer tiene con respecto al hombre.
El batllismo aspiraba a que la mujer lograra salir de la dominación mascu-
lina auxiliándola y protegiéndola por medio de leyes, que no siempre busca-
ban ¡gualarla al hombre sino “compensarla”. El programa del Partido Colora-
do vigente en 1928 promovió “el reconocimiento del voto a favor de la mujer,
en todos los casos en que lo ejerce el hombre; la elegibilidad de la mujer para
94 Marla Laura Osta
desempeñar todos los cargos políticos, pudiendo, por tanto, formar parte del
Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y de los concejos y cámaras departa-
mentales, en las mismas condiciones que el hombre”, 24
Muchas son las publicaciones que reflejan el apoyo que dio José Batlle y
Ordóñez, en el diario El Día, a la emancipación de la mujer en todos los
ámbitos. Conocidos son sus artículos firmados bajo el seudónimo “Laura”,
que reivindican los derechos de las mujeres:
“... ¿No son ellas, como el hombre conscientes con derechos que ejercer,
deberes que cumplir, intereses que resguardar? ¿No se hallan tan interesa-
das como el hombre en la buena marcha de la comunidad política a que
pertenecen? [... ] Era natural que su debilidad física las apartara del mane-
jo de los asuntos públicos en la época de la tiranía y de la violencia, pero
a medida que las costumbres se dulcifican, ¿qué inconveniente hay en
que las mujeres ocupen un puesto al lado del hombre en la gestión de los
intereses del Estado?”, 241
La ideología batllista se vio influenciada por varias corrientes, entre ellas
el espiritualismo, el socialismo, el liberalismo, el feminismo, el cooperativis-
mo, el positivismo, el racionalismo, el jacobinismo, el krausismo y el movi-
miento obrero. ?*?
Lo que a nosotros nos compete son las ideologías feministas que influye-
ron en el perfil de José Batlle y Ordóñez. Según los autores Daniel Pelúas y
Alfredo Piffaretti, Batlle se vio influido por el pensamiento de Concepción
Arenal, escritora y penalista española, que se destacó por su trayectoria hu-
manista y feminista. U na carta de 1908, de Batlle a Domingo Arena, expre-
saba: “... En breve le mandaré el libro de Concepción Arenal de que le hablé
en otra carta”. 2%
Batlle, luego de su primera presidencia, viajó a Europa, donde conoció
nuevas ideas y profundizó en el pensamiento de algunos autores, entre ellos,
el de Mill, 2 quien en 1869 escribió Sobre la servidumbre de las mujeres,
donde postula que la naturaleza femenina es un hecho artificial, histórico, que
debe solucionarse a través de políticas de paridad entre hombres y mujeres.
Las ideas de Mill sobre la emancipación femenina encontraron numerosas
adherentes sufragistas en la Inglaterra de fines del siglo XIX.
Algunos historiadores como José Pedro Barrán, Alba Cassina, Silvia
Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza reconocen la influencia del “feminis-
mo por compensación” de Carlos Vaz Ferreira, en la legislación batllista a
favor de la mujer. Este expresaba que no era necesario igualar la mujer al
hombre, sino compensarla por medio de leyes, ya que se encontraba en una
situación desventajosa.
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 95
Vaz Ferreira, docente por vocación, compiló los apuntes tomados por los
alumnos de sus clases con respecto al feminismo y les hizo algunas correccio-
nes, dando lugar así a su obra Sobre el Feminismo, publicada en 1933.
Ya en el prólogo aclara que establece una distinción entre dos teorías: el
“feminismo de igualamiento” y el “feminismo de compensación”.
Afirma que los términos “feminista” y “antifeminista” son palabras confu-
sas. “No son términos buenos en sí mismos, y tienden a engendrar cuestiones
de palabras y a confundir. Sugieren varios sentidos, que a veces infieren un
sentido de “favorecer”, de “igualar” y un sentido de “diferenciar'”. 24
La idea de igualar significa abrir empleos y carreras tanto para el hombre
como para la mujer, dar la misma capacidad civil, pero también disminuir las
diferencias entre los sexos. Según Vaz Ferreira esta tendencia se llamaría femi-
nismo, que tiende a borrar las diferencias de sexo, a poner a la mujer en la
situación del hombre:
“... ahacerla como hombre, este nombre no le va muy bien; hay quienes
las llaman “hoministas'. Esto se completa con que esta tendencia “igualante'
hace a la mujer con tareas más pesadas que el hombre y por consiguiente
no feminista”. 2%
Vaz Ferreira afirmaba:
“... es mejor liberarse de los significados de estas palabras, y tratar de
opinar sobre el problema directamente, sin preocuparse por el nombre de
la opinión, ni de clasificaciones”. 247
Para nuestro autor, el ideal sería una unión monogámica en donde el
hombre trabajara fuera de su casa y la mujer se ocupara de las tareas domésti-
cas, sin perjuicio de su actuación fuera del hogar. En este tipo de familia, se le
daría a la cultura de la mujer una gran importancia, no sólo para la superación
individual, sino también para la educación de los hijos; sobre todo porque
podía ayudar al hombre y hasta llegar a suplirlo. La actuación de la mujer
fuera del hogar no sería obligatoria, sino que se haría como dignificante de la
persona, como placer o utilidad social.
Este “ideal” de familia difiere del de las feministas, ya que no tiene como
meta principal que la mujer trabaje tanto como el hombre. Pero también difie-
re del ideal de los antifeministas, porque no le atribuyen un papel limitado
sólo al hogar. Las personas que se inclinan por el ideal monogámico plantea-
do no aseguran que la mujer pueda llegar al mismo nivel intelectual que el
hombre, pero igualmente le dan la posibilidad de intentarlo por medio de la
educación. Y concluía esta idea expresando: “Este feminismo sería llamado
“feminismo de compensación' y el anterior 'feminismo de igualdad'”. ?*8
96 Marla Laura Osta
Vaz Ferreira señalaba que el primer problema relacionado con el femi-
nismo era el del sufragio, y si bien fue históricamente el movimiento que
más se identificó con el feminismo, en sí mismo se encontraba lejos de ser el
más importante. Decía que para argumentar a favor del sufragio femenino,
viene bien que la mujer y el hombre sean ¡iguales y viene bien que sean
diferentes, pues en los dos casos la argumentación lleva a una conclusión
favorable: si son iguales a los hombres, por eso hay que darles el sufragio. Y
si son diferentes, es mayor la razón para que se completen las diversas mo-
dalidades de ideología y sentimientos. Y concluía: “Yo elijo el sufragio para
la mujer”. 24 Vaz Ferreira explicaba esta elección con los siguientes argu-
mentos: primero porque es bueno en sí mismo (contiene bondad, justicia y
lógica) y lo bueno tiende al bien y por tal, sus defectos tienden a corregirse.
Segundo porque es expresión de libertad y las expresiones de libertad tien-
den al bien. Tercero porque es expresión de igualdad. Y cuarto porque es
dignificante para la mujer.
Otro problema que, según nuestro autor, surge con el feminismo es el de
la igualdad civil. Sin considerar que el ideal pueda ser que la mujer ejerza
las profesiones, carreras y empleos en el mismo grado, con la misma carga y
dureza que los hombres, es fundamental abrirle todas esas actividades sin
prohibirle nada. Y agregaba, que sería el matrimonio el verdadero regulador
del ejercicio de empleos y estudios. Esto será así, porque las mujeres tienden
en general a preferir la unión matrimonial, y la mayoría de los hombres tien-
den a limitar las actividades de sus esposas fuera del hogar. Esto es un hecho
natural y humano. 2
Aludía luego, a que en la sociedad tradicional la mujer tiende a depender
demasiado del matrimonio. Si esta no se casa quedan reducidas sus posibili-
dades de desarrollo personal en el ámbito de una cultura restringida. “La mu-
jer tiene que no estar obligada a casarse, como necesidad, al mal matrimonio,
al matrimonio sin amor”. ?>!
Las feministas -decía Vaz Ferreira- afirman que es compatible para la
mujer el ejercicio de todas las actividades del hombre con las propias de ser
madre o esposa, y consideran que esta situación sería el ideal. O sea, con-
cluía, que el ideal feminista en verdad es antifeminista, ya que pesan sobre la
mujer más cargas que en los hombres.
Los antifeministas, en cambio, sólo conciben la unión monógama basada
en una psicología inferior de la mujer. El ideal preferible para Vaz Ferreira, era
la unión monógama en condiciones de equivalencias (psicológicas, de digni-
dad y de cargas). En cuanto a las cargas, aludía a que el hombre tendría pre-
ponderancia de cargas exteriores al hogar y la mujer preponderancia en las
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 97
cargas interiores. Pero esto no significaba para él que ambos no se comple-
mentaran en cargas internas y externas al hogar.
Otro problema que trató fue el de la educación espiritual: debía ser am-
plia, una educación cultural que sirviera para sí misma y para dignificar la
unión monógama. El hombre elegía su profesión y la mujer debía hacerle el
“acompañamiento” (en sentido musical), es decir que debía ser capaz de com-
prender lo que hacía su marido.
En cuanto al divorcio, expresaba que los feministas de igualación, propo-
nían el divorcio por ambas partes. Y que los feministas de compensación,
defendían el divorcio por la sola voluntad de la mujer. Vaz Ferreira realizó un
proyecto de divorcio por la sola voluntad de la mujer, que constituyó la base
del proyecto que finalmente se aprobó el 9 de setiembre de 1913. 22
El feminismo de compensación partía de la existencia de una primitiva
desigualdad fisiológica de la mujer, lo que se buscaba no era aumentarla sino
disminuirla. Y era doloroso admitir que una parte de esta desigualdad podía
ser atenuada o compensada, pero no suprimida. No se trataba de que la socie-
dad hubiera establecido la desigualdad contra la mujer, sino que la había
atenuado y compensado bastante.
Esta fue la tarea que asumió el batllismo: primero aceptando esa desigual -
dad fisiológica natural de la mujer con respecto al hombre y, en segundo
lugar, tratando de compensarla, por medio de leyes que amortiguaran y mejo-
raran su situación en las distintas actividades de la vida: empleo, educación,
matrimonio, etcétera. Se podría decir, entonces, que el batllismo partió de una
visión limitante de la mujer, en la cual se la veía con carencias naturales que
las leyes debían suplir.
Los liberales y la polémica sobre el divorcio
Según Arturo Ardao, el liberalismo tuvo en nuestro país varias etapas. En
el período que va desde 1880 a 1900, se manifiesta como un movimiento
perfectamente anticlerical, “un movimiento ante todo intelectual que prolon-
ga la polémica del espíritu de la Universidad contra la Iglesia Católica”. 253 Los
grupos liberales de ese momento ganaron en número, pero perdieron en uni-
dad de acción, tan desarrollada en el período anterior. Luego de 1900, el
liberalismo se manifiesta por medio de dos instituciones: el Centro Liberal y la
Asociación de Propaganda Liberal.
Con respecto a la mujer, el chileno Francisco Bilbao -liberal que fue to-
mado como modelo por los jóvenes uruguayos- la mostraba como compañera
98 Marla Laura Osta
e igual al hombre: “Dios [...] ha dicho [...] que el marido y la mujer [... ] se
amen y se ayuden mutuamente”. 25% Y agregaba:
“... ha de llegar para la mujer el día de su emancipación [religiosa ... ]
saludaremos a la mujer libre en su triple aspecto de hija, esposa y madre;
como hija virtuosa y obediente dedicada exclusivamente a procurar la
felicidad y el bienestar de sus padres; como esposa, a ser en su dulce
consorcio con el hombre, la compañera amante y afectuosa, y a estable-
cer con él la solidaridad del hogar; como madre, a cumplir el más grande
y benemérito de sus atributos, a hacer de sus hijos [... ] los grandes solda-
dos de la idea que han de conservar incólume el principio sacrosanto de
nuestras instituciones liberales [...] en beneficio de la estabilidad de la
patria”. 255
Sin embargo, a principios del siglo Xx, el modelo de familia que ellos
concebían era totalmente patriarcal, el jefe de familia ejercía una autoridad
total, sometiendo a sus integrantes a su voluntad. El papel de la mujer en este
modelo se limitaba al cumplimiento de labores secundarias, siempre bajo el
control y la dirección del hombre, recluida al ámbito doméstico, relegada a un
rol pasivo de acompañante de las decisiones maritales, vedándole así toda
participación autónoma en el medio extra familiar. Como vemos, la postura
liberal tampoco presentaba una visión homogénea respecto al tema femenino.
Los historiadores Zubillaga y Cayota creen que los liberales eran contra-
dictorios en algunos aspectos, ya que criticaban alos católicos por ser “atrasa-
dos” y “obscurantistas”, pero a su vez vivían un modelo anticuado y tradicio-
nal de relaciones familiares en comparación con las sociedades modernas.
Afirman que la falsedad de sus razonamientos está basada en tres errores: “a)
la acusación al catolicismo de ser el sustento del orden tradicional; b) el con-
cepto de que el ámbito exclusivo de la acción femenina era el doméstico; c) la
condena de la mayoría de las mujeres por configurar el principal reducto del
poder eclesiástico y, en consecuencia, por ratificar la vigencia del orden tradi-
cional de la sociedad”. 2%
Ramón Díaz, liberal de principios del siglo XX, afirmaba:
“El marido es el jefe de la familia, él le traza rumbos porque él manda y
los demás obedecen. El hogar que se forma hará prácticos los ideales de
su jefe, y la mujer [...] someterá su conducta a esas ideas que deben
prevalecer porque son las del jefe de la familia [... ] deben primar las ideas
del esposo sobre las de la mujer”. 25”
Los primeros enfrentamientos entre católicos y liberales, en el siglo XX,
se dieron por las leyes de divorcio. Ya en 1902 el diputado colorado
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 99
Setembrino Pereda presentó un proyecto de ley consagrando la disolución
del matrimonio por diversas causales y por mutuo consentimiento. La inicia-
tiva no tuvo apoyo pero sembró la polémica. Luego en 1905, el diputado
colorado Carlos O neto y Viana elaboró otro proyecto de divorcio en la mis-
ma línea que Pereda. Esta iniciativa parlamentaria impulsó una discusión
que duró más de dos años, aprobándose el texto definitivo en 1907, que
incluía la causal por mutuo consentimiento de los cónyuges. Finalmente en
febrero de 1912, el diputado Ricardo J. Areco presentó un proyecto de ley de
divorcio por la sola voluntad de cualquiera de las partes. Este proyecto tuvo
muchos opositores, incluyendo a la Iglesia Católica que veía en el divorcio
la disolución de la familia.
Setembrino Pereda, en su obra Liberalismo práctico, criticaba la posición
de la Iglesia Católica frente al divorcio, recordando a la Iglesia de la Edad
Media:
“¿Por qué si tanto les importa la unión conyugal y se vale de la mujer para
llevar a cabo casi todas sus maquinaciones, se declaró tres veces en los
concilios de la Edad M edia que si el hombre tiene alma la mujer carece de
ella?”, 258
A su vez abundaban las críticas de los católicos hacia los liberales, y en
un artículo de El Demócrata, refiriéndose a un tal “Friolito, el tata liberal”,
expresa:
“... Sepa erudito señor, que quién sacó a la mujer del estado de abyección
en que el paganismo la tenía sumida y la elevó a la dignidad de [...]
madre y esposa, haciéndola ya no un mueble de lujo, sino la tierna com-
pañera del hombre, fue la Iglesia Católica [...] Apostamos a que Friolito es
partidario acérrimo del divorcio (amor libre disfrazado) en su más amplia
acepción, del divorcio que quiere, so pretexto de mejorar la condición de
la mujer, hacerla retrogradar al punto de donde el cristianismo con gran-
de esfuerzo la sacara”. 25%
Como hemos visto a lo largo de este capítulo, es difícil identificar a las
corrientes ideológicas de la época, con una postura clara con respecto a la
mujer. Tanto católicos como liberales tuvieron sus diferencias y vacilaciones.
Lo importante es que ni los católicos eran tan conservadores como se creía, ni
los liberales fueron tan avanzados en este tema. Ambos tuvieron sectores pro-
gresistas y conservadores en sus filas, los cuales finalmente arribaron a postu-
ras similares con respecto al papel de la mujer en la sociedad.
También es importante destacar, que a pesar de las oposiciones que
existieron entre batllistas y católicos, las coincidencias fueron numerosas.
100 Marla Laura Osta
Sobre todo en el modelo de familia que ambos impulsaron. Ambos sectores
se inquietaron por darle dignidad a la mujer mediante la educación, ambos
aceptaron el trabajo femenino para protegerla de los abusos de los hom-
bres, ambos confiaron un papel fundamental a la mujer, concibiéndola como
agente social de cambio, como base de la sociedad, como educadora por
excelencia. Ambos, en fin, confiaron a ella el futuro de la sociedad: los
católicos para fomentar una sociedad de valores cristianos y los batllistas
para continuar el modelo de Estado paternalista. Para ambos, la educación
era el instrumento más importante para la transformación social. También
concibieron la corriente feminista como un movimiento masculinizante, ya
que la igualación no sólo de derechos sino también de conceptos y de acti-
vidades llevaba a considerar a la mujer como un hombre, a que perdiera su
“esencia femenina”, cuando era precisamente su diferencia lo que le daba
la dignidad de tal. Tanto el “feminismo cristiano” como el “feminismo
batllista”, si bien muchas veces promovieron la igualdad política, civil y
cultural, siempre marcaron las diferencias que debían tener en sus activida-
des ambos sexos dentro del núcleo familiar, correspondiéndole a la mujer
el lugar dentro del hogar y al hombre fuera de él. A pesar de que estas
corrientes filosóficas tan diferentes entre sí impulsaron la capacitación de la
mujer y el trabajo fuera del hogar, siempre dejaron en claro que ambas
actividades debían estar en función de la familia, ya que su misión primor-
dial era ser madre y esposa.
Pensamos que el apoyar la participación pública de la mujer, en la mayo-
ría de sus casos, tuvo más que ver con el tiempo histórico que vivían, que con
una ideología concreta. Tanto liberales como socialistas, católicos, batllistas,
nacionalistas -entre otros- tuvieron una visión similar de la mujer-madre-es-
posa propia de la época. Hubo quienes comenzaron a sembrar en cada grupo
la semilla de la igualdad, pero ella se resistió por muchos años a germinar.
Igualmente la semilla estaba plantada.
Influencias ideolÚgicas en la aprobaciÚn del sufragio 101
Notas
192.
193.
194.
195.
196.
197.
198.
199.
200.
201.
202.
203.
204.
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206.
207.
208.
209.
210.
211.
212.
213.
214.
215,
216.
217.
218.
219.
220.
102
Entrevista al ministro de la Corte Electoral Rodolfo González.
Gerardo Caetano y Roger Geymonat, La secularización uruguaya (1859-1919), tomo
1. p. 238.
Monseñor Mariano Soler fue el tercer obispo de Montevideo (1890-1897), y el primer
arzobispo de Montevideo (1897-1908).
La Unión Democrática Cristiana, en 1912, fue una de las ramas que se fusionó para formar
el Partido de la Unión Cívica. El Demócrata era un diario dirigido por social-cristianos,
defensores de la clase proletaria del Uruguay. Su director se llamaba Luis Muzio. Este
periódico publicó artículos marcadamente inclinados hacia la emancipación de la mujer.
Tenía escritos referentes a la necesidad de la educación femenina, y a la mejora de las
condiciones laborales de la mujer, en cuanto a salarios y horarios de trabajo. La presencia
de la mujer, en todos los ámbitos, para este periódico era fundamental.
El Demócrata, setiembre 1906.
Ibíd., segunda quincena de enero de 1913.
El Bien Público, 15 de julio de 1914.
El Demócrata, 31 de marzo de 1917.
Ibíd., 20 de febrero 1919.
Ibíd., 5 de abril de 1920.
El Bien Público, 18 de diciembre de 1932.
El Bien Público, 11 de diciembre de 1932.
El Ideal, 20 de diciembre de 1932.
Entrevista al historiador Mario Cayota, 9 de diciembre de 2002.
Mary Larrosa, “Mariano Soler y la educación”. En Autores varios, Mariano Soler y el
discurso modernizado, p. 71.
León XIII, 15 de mayo de 1891. Dicha Encíclica promueve una visión crítica hacia el
marxismo y el capitalismo, iniciando la llamada “Doctrina social de la Iglesia”.
Cit. en: Livia Bianchetti, La mujer católica en las diversas condiciones de hija, esposa
y madre, p. 10-13.
Mariano Soler, Apología del culto de la Santísima Virgen María, pp. 78-79.
Mariano Soler, El matrimonio. Pág.186.
Ibíd.
Ibíd., pp. 214-215.
Sofía Álvarez Vignoli de Demicheli, Derechos políticos y civiles de la mujer. p. 15.
Ibíd., p. 16.
El Demócrata, 5 de abril de 1920.
Cit. en: María Julia Ardao, ob. cit, p. 8.
Mariano Soler, Apología del culto de la Santísima Virgen María, p. 7.
Ibíd., pp. 7-8.
Cit. en: Laura Carrera de Bastos, Feminismo cristiano, pp. 9-10.
Mariano Soler, ob. cit, p. 79-80.
Marla Laura Osta
221
224
229.
230.
231.
232.
233.
234.
235.
236.
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239.
240.
241.
242.
243.
244.
245.
246.
247.
248.
249.
250.
251.
252.
.Ibíd.
222.
223.
Ibíd., p. 83.
Ibíd., p. 85.
. Mariano Soler, ob. cit., p. 85.
225.
226.
227.
228.
Gerardo Caetano y Roger Geymonat, ob. cit., p. 232.
Mariano Soler, El matrimonio.
Cfr. en: Mariano Soler. ob. cit.
Carlos Zubillaga y Mario Cayota, Cristianos y cambio social en el Uruguay de la Mo-
dernización (1986-1919), p. 70.
Rodolfo González Rissotto, ob. cit., p. 61.
Gerardo Caetano y Roger Geymonat, ob. cit., p. 234.
Cit. en: Ibíd.
El Ideal, 19 de diciembre de 1932.
Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Representantes, tomos 231-233, 1914,
p. 231.
Baltasar Brum, Derechos de la mujer, pp. 32-33.
Cit. en: Carlos Zubillaga y Mario Cayota, ob. cit, p. 76.
Ramón P. Díaz, Los liberales y el matrimonio.
El Bien Público, 21 de diciembre de 1932.
Ibíd.
Ibíd.
Cit. en: E. González Gonzi y Roberto B. Giudici, Batlle y el batilismo, p. 1043.
El Día, 12 de marzo de 1912.
Cfr. Daniel Pelúas y Alfredo Piffaretti, ob. cit., p. 70.
Cit. en: Ibíd., p. 122.
Sobre la influencia de Mill en el medio universitario uruguayo, vid ut supra, p. 56.
Carlos Vaz Ferreira, Sobre el feminismo.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd., Prólogo.
Ibíd.
Ibíd., pp. 75, 76.
Ibíd., p. 77.
Según Domingo Arena, Batlle habría manifestado: “Creo... que tiene razón Vaz; me
parece que hace usted perfectamente en hacer suya la fórmula; ella nos lleva hasta
donde queremos llegar, desde que en definitiva nosotros no queremos otra cosa que la
liberación de la mujer dentro del matrimonio”. Cit. en: José Pedro Barrán y Benjamín
Nahum, El Uruguay del novecientos, p. 91.
“Domingo Arena, convencido por la argumentación de Carlos Vaz Ferreira a favor de
la mujer y apoyado por Batlle, presentó una fórmula sustitutiva que fue aprobada:
divorcio por la sola voluntad de la mujer”. (Benjamín Nahum, Historia uruguaya,
tomo 6: Epoca batllista, 1905-192, pág.53).
Influencias ideolÚgicas en la aprobación del sufragio 103
253. Arturo Ardao, Racionalismo y liberalismo en el Uruguay. p. 371.
254. Francisco Bilbao, Conferencias y discursos, Montevideo, 1893, p. 15.
255. Ibíd.
256. Carlos Zubillaga y M ario Cayota, ob. cit., p. 75.
257. Ramón P. Díaz, ob. cit., pp. 4-5.
258. Setembrino E. Pereda, Liberalismo práctico: ser o no ser, Montevideo, 1910, p. 304.
259. El Demócrata, 15 de agosto de 1907.
104 Marla Laura Osta
Proyectos de ley sobre
el sufragio femenino
Desde 1914 hasta la fecha de aprobación del sufragio femenino en 1932, se
presentaron alrededor de ocho proyectos relacionados con la igualdad políti-
ca entre hombres y mujeres. Casi todos estuvieron inspirados en las ideas de
John Stuart Mill. El primero de ellos, el de Héctor Miranda, fue el referente
principal de los demás.
Proyecto de Héctor Miranda
En mayo de 1914, Héctor Miranda presentó como antecedente un proyecto
de ley que planteaba la necesidad de que la mujer ejerciera profesiones como la
de escribano público. En él expresaba: “El programa mínimo del feminismo
militante puede reducirse a la conquista de la igualdad civil de los sexos, paso
previo para la adquisición próxima de los derechos políticos de la mujer”. 280
En el mes de julio, Héctor Miranda, ?** Juan A. Buero, César Miranda y
Atilio Narancio presentaron otro proyecto de ley que establecía que la mujer
tenía los mismos derechos políticos que el hombre. Sobre este proyecto opina
José Pedro Barrán:
“... con la larga e importante (por momentos también curiosa) exposición
de motivos que lo acompaña, reconocía a las mujeres los mismos dere-
chos políticos de que gozan los hombres, en aras del establecimiento de
una sociedad niveladora e igualitaria”. 2
El primer artículo establecía: “Reconócese a las mujeres naturales del país
los mismos derechos políticos de que gozan los hombres”. 263 En su exposición
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 105
de motivos reflexionaba sobre que la capacidad política de la mujer uruguaya,
en ese momento, era la misma que la de los “ebrios habituales, que los delin-
cuentes, que los niños, que los locos”. Y afirmaba que esto no era avalado por
la Constitución, sino por las costumbres. Es contrario “al bien público y al
progreso social ya que tiene mucho que ganar con la incorporación de la
mitad del país al servicio de la República”. 264 El proyecto expresaba que el
derecho político es la garantía angular de todos los derechos individuales (de-
recho a la integridad física, a la libertad de trabajo, etcétera). Los derechos
individuales pertenecen igualmente a ambos sexos.
Rebatía todas las objeciones que existían con respecto al voto femenino:
las constitucionales, las de la influencia clerical, las que se referían al “im-
puesto de sangre”, las que se relacionaban con la “impulsividad” natural de
todas las mujeres, las expresadas por la Women's N ational Anti-Suffrage League,
las referidas a la “debilidad” propia de la mujer en relación al hombre y las
que sostenían su “inferioridad” mental y biológica, las que afirmaban que la
política no es adecuada para mujeres, las que aseguraban que las mujeres no
querían el sufragio, las que expresaban que la mujer influye en la política sin
necesidad de votar, las que decían que el sufragio llevaría al descuido de las
tareas del hogar o que traería discordia al seno familiar. Por último, había
quienes aseguraban que una vez que la mujer tuviera ese derecho, no votaría.
A continuación, sintetizaremos algunas de ellas y la posición de dichos legis-
ladores.
En cuanto a las objeciones constitucionales planteaban cuatro:
1. La primera era aquella que establecía que los constituyentes no pudieron
siquiera pensar en el ejercicio político de las mujeres, porque en 1830 no
podían anticiparse a Mill.
2. Elartículo 7 de la Constitución dice que son ciudadanos naturales todos
los “hombres” libres nacidos en cualquier punto del territorio del Estado.
3. El artículo 8 acuerda la ciudadanía legal a los “extranjeros” y no a las
extranjeras.
4. Enninguna de las naciones que tienen constituciones análogas a la nues-
tra, se ha acordado a las mujeres el goce de derechos políticos.
Ninguna de estas objeciones es fundada, afirmaban los legisladores. La
primera es históricamente falsa, ya que Condorcet, Sieyés, Fouché, Saint-Just y
las francesas de la revolución ya habían planteado el tema del voto femenino.
En cuanto a la segunda objeción, establecen que la Constitución al hablar de
“hombres” no se refiere al sexo masculino sino que lo hace en forma genérica.
106 Marla Laura Osta
La tercera es reconocida como la más fundada, aunque se objeta que se refiere
a la ciudadanía legal y no compete a la ciudadanía natural. La cuarta es la más
infundada, ya que el hecho que esas naciones no establezcan el derecho al
voto femenino no significa que sea inconstitucional.
En lo que se refiere a las objeciones de la influencia clerical expresaban:
“Es probable que haya ciertas regiones de Francia y muchas de España en
que la influencia de los curas católicos sea muy notable, pero esto no
ocurre en nuestro país, en el momento que corre”. 265
Aseguraban además, que la influencia del sacerdote nunca podría ser más
fuerte que la de los miembros del hogar. 2%
Las objeciones del “impuesto de sangre” adjudicaban la posibilidad de
votar sólo a aquellos que hubieran derramado sangre por el país, o sea todos
los varones uruguayos que tenían la potencialidad de hacer el servicio militar,
quedando excluidas las mujeres. Estos legisladores se preguntaban si era posi-
ble que los hombres de 1830 (que nunca habían ejercido derechos políticos)
tuvieran más preparación cívica que las mujeres uruguayas de 1914, que ya
habían conocido ochenta años de régimen democrático. Y agregaban:
“Si la sociedad otorga derechos, como compensación a los sacrificios de
sus componentes [... ] puede pesar más el sacrificio permanente que signi-
fica la maternidad para las mujeres, que el sacrificio eventual que signifi-
ca el servicio militar de los hombres [... ] ellas pagan bien con la materni-
dad el impuesto de sangre”. ?*”
También rebatían las razones de la Women's National Anti-Suffrage League,
las cuales afirmaban entre otras que la fuerza del hombre es la última razón en
toda decisión que se plantea y que desde el punto de vista político, todos los
dominios de la lucha internacional o nacional están reservados necesariamen-
te al sexo masculino (como la marina, el ejército, las finanzas o la industria).
En general, el documento de 1914 planteaba la defensa del voto femeni-
no como un camino hacia la libertad y la democracia afirmando: “el aprendi-
zaje de la libertad, es la libertad misma. El ejercicio de la democracia inci-
piente conduce a la democracia integral”. 28% Expresaba que el voto de la mu-
jer y la facultad de ser elegible era “la garantía de media humanidad contra la
tiranía de los hombres”. 262
Una carta de la Liga para los Derechos de la Mujer y del Niño de Argen-
tina felicitaba a los legisladores por el proyecto:
“... digno de las mentalidades que tanto brillo y gloria dan en estos mo-
mentos a la progresista nación humana. Felicita a los autores del proyec-
to, a las mujeres uruguayas que han sido conocidas e interpretadas como
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 107
se merecen por los representantes del pueblo, y alas Cámaras Legislativas
que lo han acogido con valentía y hace votos sinceros porque dentro de
breve tiempo quede convertido en Ley”, ?%
Nos llama la atención que el proyecto de Miranda no haya sido aprobado
en un momento en el cual las cámaras tenían amplia mayoría batllista, ya que
en las elecciones de las cámaras de 1910 los blancos se habían abstenido de
votar.
La importancia que tuvo Héctor Miranda en el ámbito femenino se refleja
en la presencia del Consejo Nacional de Mujeres en su funeral. El 28 de febre-
ro de 1918, día de su muerte, ese Consejo resuelve “concurrir en corporación
a colocar una modesta placa de bronce en la tumba del ciudadano feminista,
[...] en honor al primero de los legisladores uruguayos que proyectó el reco-
nocimiento de los derechos políticos de la mujer”. 2?
Sin embargo, este proyecto fue concebido en su momento como inconsti-
tucional. Su principal crítico fue Justino E. Jiménez de Aréchaga (hijo de Justino
Jiménez de Aréchaga), quien afirmaba que otorgar el sufragio a la mujer -
como lo había planteado Héctor Miranda- era inconstitucional. Pero no fue el
único en dar esta perspectiva; la misma Paulina Luisi, en un artículo publicado
en la revista Acción Femenina expresaba: “Reconozcamos que dado el texto
de la Constitución entonces vigente, dicho proyecto no hubiera podido ser
aceptado, por inconstitucional”. 2”?
Justino E. Jiménez de Aréchaga parte de un enunciado jurídico, afirmando
que es imposible modificar los requisitos para ejercer la ciudadanía (en este
caso el voto de la mujer), sin antes modificar la Constitución: 2?
“Como las elecciones son los medios por los cuales el pueblo expresa su
voluntad soberana, los requisitos para tomar parte en ellas son general-
mente prescriptos por las constituciones a fin de que no estén sujetos a
continuos cambios de un año para otro por legisladores de opiniones di-
vergentes. Cuando los requisitos son fijados una vez por la Constitución
no está dentro de las atribuciones de la Legislatura agregar o modificar
nada a ellas y así deben quedar hasta que la Constitución sea revisada o
enmendada”. ?”*
Otro argumento constitucional en el que se basa, es que la Constitución
de 1830 atribuye como condición indispensable para otorgar la ciudadanía el
ser un hombre libre. 27% Y son hombres libres, según dicha constitución, todos
los varones mayores de 20 años si son solteros o de 18 si son casados, que
sepan leer y escribir, física y moralmente aptos para obrar libremente, quedan-
do excluidos de la ciudadanía cuatro categorías de hombres: los menores, las
108 Marla Laura Osta
mujeres, los incapaces y los esclavos. ?* “Tal es lo que quisieron nuestros
constituyentes al atribuir la ciudadanía natural, y con ella el ejercicio del su-
fragio”.?”” Y continúa:
“Delo expuesto resulta que la mujer no integra los cuadros de la ciudada-
nía y por consiguiente del electorado, porque ella no ha sido expresamen-
te incluida en aquellos por la Asamblea de 1828 y porque esa inclusión
repugna al texto, al espíritu y a los antecedentes de la Constitución. La
mujer no es en nuestro país sujeto de Derecho Público”. 278
Entonces se plantea: “No incluida la mujer en la sociedad política por el
Poder Constituyente; excluida por el espíritu de la carta, ¿puede el Poder Le-
gislativo sustituir al Poder Constituyente, integrar la sociedad política que re-
presenta, desviarse de las normas constitucionales para cambiar, por exten-
sión, el asiento mismo de la soberanía?”. 2”? Y afirma: “Un acto de la legislatura
contrario a la Constitución es nulo”. 28 “El Poder Legislativo no puede hacer
nada que no esté expresado en la Constitución”. 281
Destaquemos lo que es bastante claro en su tesis: es inconstitucional que
la mujer vote porque no está previsto en la Constitución, y el Poder Legislativo
no tiene la potestad de decretar leyes opuestas a ella. Por tanto, todo proyecto
de ley que se presente a las cámaras, opuesto a la Constitución, aun si se
aprobara sería nulo. Recién en la Constitución del 17 se establecerá una vía
legal para que se apruebe el sufragio femenino. Después de aprobados los
derechos políticos de la mujer en 1932, aparecieron por primera vez en 1934
en un texto constitucional.
Siguiendo este razonamiento el planteo tiene coherencia, sin embargo
hay quienes dicen que los constituyentes de 1830 confundieron dos concep-
tos. Decía Emilio Frugoni en la Convención Constituyente de 1917: “Salta a la
vista [...] que los constituyentes del año 30 [...] confundieron dos conceptos
que para ellos debían ser diferentes: el de ciudadanía y el de nacionalidad”. ?2
Y agregaba: “El art. 72 [...] lo que en realidad define no es la ciudadanía, sino
más bien la nacionalidad”. ?8*
Si interpretamos que el término “hombres” fue utilizado en sentido gené-
rico -como afirmaba Miranda- o sea, que la mujer no estaba excluida del
concepto de ciudadanía en el texto de la Constitución de 1830, o que la defi-
nición que daban de ciudadanía en realidad era de nacionalidad, entonces el
proyecto de Héctor Miranda no habría sido inconstitucional. En materia de
interpretación legislativa, es necesario también, estudiar el contexto histórico
y en este caso posiblemente Jiménez de Aréchaga acierte al afirmar que los
constituyentes del 30 no veían en la mujer a una ciudadana, ya que era un país
políticamente dominado por los hombres. Pero el Uruguay de 1914 no era el
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 109
mismo: en las guerras y en los levantamientos sucedidos durante ese período
habían participado las mujeres en forma activa, ya tenían centros de estudios
de secundaria y preparatoria desde 1912, trabajaban fuera del hogar y conta-
ban con la legalización del divorcio desde 1907, entre otros cambios.
Quizá Héctor Miranda y su grupo, cuando redactaron el proyecto, pensa-
ron que era el momento de presentar una idea que podía parecer utópica a sus
contemporáneos, pero la vehemencia de su defensa nos trasmite la certeza de
que sabían que, en las décadas siguientes, sería aceptada por toda la sociedad.
Discusión en la Convención Nacional Constituyente
En julio de 1916 se eligieron los miembros para la Convención Constitu-
yente, obteniéndose un triunfo anticolegialista. ?8* En cambio, en las eleccio-
nes legislativas de enero de 1917 triunfó del batllismo, pionero del colegiado.
A fin de imponer su punto de vista, el batllismo, a través de sus represen-
tantes Juan Antonio Buero y Eugenio Martínez Thedy, presentó en la Cámara
un proyecto de ley por el cual se establecía la necesidad de la mayoría absolu-
ta del electorado, para aprobar la reforma constitucional, cosa evidentemente
imposible, pues los votos no emitidos se considerarían negativos. Esta manio-
bra del batllismo junto con la presentación de la nueva candidatura de Batlle,
obligó al nacionalismo a entrar en conversaciones. Fue así que, en junio de
1917, se realizó un pacto entre ambos grupos, se nombraron cuatro delegados
de cada sector: Leonel Aguirre, Carlos A. Berro, Alejandro Gallinal y Martín C.
Martínez por el nacionalismo; Domingo Arena, Ricardo Areco, Juan A. Buero
y Baltasar Brum por el batllismo. Esta “Comisión de los ocho” comenzó a
trabajar sobre un proyecto de reforma constitucional presentado por el nacio-
nalista Duvimioso Terra, que proponía un Poder Ejecutivo desempeñado por
un presidente y un Poder Administrador, el cual sería ejercido por un Consejo
de Estado compuesto por nueve miembros. Fue aceptado por la Convención
Nacional Constituyente en sus líneas esenciales. Finalmente en octubre fue
aprobado y sometido a plebiscito, el cual resultó favorable.
El tema relativo a los derechos políticos de la mujer fue tratado a fines de
abril y principios de mayo de 1917, es decir, antes de la firma del pacto. La
discusión de la Convención Constituyente tuvo la peculiaridad de que los 81
representantes batllistas se ausentaron sin aviso, quizá como forma de protesta
por ser la mayoría anticolegialista. Prueba de ello son los diarios de la Conven-
ción, en los que al principio de cada sesión describían los presentes y los
ausentes, con aviso y sin aviso. También los comentarios de los constituyentes
110 Marla Laura Osta
son testigos de ese hecho, que tiene tanta importancia a la hora de explicarnos
por qué la propuesta del Partido Socialista, que analizaremos a continuación,
tuvo tan poco eco. El constituyente M endiondo expresaba: “H abría que averi-
guar por qué es que los oficialistas no asisten a las sesiones”. 285 Por supuesto,
Frugoni nota también la ausencia: “... los elementos oficialistas, que hasta
ahora no han concurrido”. 286
La discusión por los derechos de la mujer comenzó el 23 de abril de 1917
-cuando Celestino Mibelli, representante socialista, pidió la palabra- y termi-
nó el 11 de mayo del mismo año. La discusión fue extensa, ocupó casi 100
páginas del diario de sesiones.
Mibelli expresaba:
“La delegación socialista aspira a que la Constituyente modifique el pro-
yecto de la Comisión relativo a la enmienda que acaba de leerse, estable-
ciéndose en el primer párrafo la modificación de una sola palabra. Donde
dice 'hombres', que diga “personas [...] con esta modificación pretende-
mos incorporar al Código Político del país, a la mitad de la población”. 287
Esta propuesta generó una extensa polémica: los socialistas defendiéndo-
la y los demás constituyentes atacándola. Cortinas preguntó: “El señor consti-
tuyente está seguro de que en el Uruguay las mujeres aspiran a ese derecho
político... ?”. 28% Mibelli le contestó que tampoco los esclavos pedían la liber-
tad cuando se les otorgó. Además agregó que la diferencia de sexos no podía
ser causa de inferioridad intelectual. Pidió la palabra Juan José Segundo, na-
cionalista, quien opinó que la mujer debía consagrarse exclusivamente al ho-
gar y a los hijos. 282
Mibelli reconoció la dificultad de que la asamblea aprobara dicha pro-
puesta: “Nosotros sabemos, señor Presidente, que vamos a tener en contra la
casi unanimidad de esta Asamblea [...] pero [...] continuamos exponiendo
nuestras ideas, porque tenemos la esperanza que dentro de pocos años, otra
constituyente que vuelva ...”.?% Lo interrumpió Juan José Segundo: “No le va
a ver el señor constituyente; ni yo”.?* Mibelli contestó irónicamente: “Vamos
a vivir muy poco entonces”, ??
Se abrió la siguiente reunión con la novedad de un escrito presentado por
el Consejo Nacional de Mujeres, dirigido al presidente de la Asamblea Cons-
tituyente, Juan Campisteguy: en él reafirmaban el interés de la mujer (que
había sido cuestionado por Cortinas) en obtener sus derechos políticos:
“El Consejo Nacional de Mujeres del U ruguay... se dirige a usted, rogándo-
le, quiera dejar constancia ante esa Honorable Convención, de que este
Consejo, que encarna las aspiraciones de una gran parte de las mujeres
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 111
uruguayas, desea para todas ellas la plena posesión de los derechos políti-
cos y civiles, porque considera que sólo en su libre ejercicio podrá la mujer
demostrar el grado de sus fuerzas y desarrollar sin trabas sus actividades,
tantas veces cohibidas por la desigual competencia a la que la obligan las
condiciones de inferioridad en que las colocan nuestras leyes”, 29
Luego de la lectura de la carta, Mibelli tomó la palabra y expresó que
“ahora se siente con más bríos para seguir defendiendo su tesis”, 2% “más
firme y cómodo, por las firmas de estas mujeres”. 2% Posteriormente leyó una
carta de Manuela Herrera de Salterain que apoyaba el voto femenino. Mibelli
expresó:
“Debemos darle el voto a la mujer por dos razones: se lo debemos dar
porque es un derecho... Debe darle también el voto a la mujer esta Cons-
tituyente, porque es una función por medio de la cual la mujer influye en
la vida pública”. 2%
Haciendo alusión a la carta presentada por el Consejo Nacional de Muje-
res, afirmó:
“... Hay ahí cincuenta mujeres, y no mujeres anónimas,... no mujeres so-
cialistas... mujeres que por una parte pertenecen a la sociedad burguesa de
nuestro país, y otras que pertenecen al magisterio... mujeres que en 24
horas han firmado... una solicitud, valientemente... manifestando su pro-
pósito de obtener ese mejoramiento. Yo creo que si las mujeres que dieron
lugar a esa manifestación de opiniones hubiesen disfrutado de una semana
de tiempo, hubiesen contado con la intervención de diarios a su favor, y no
hubiese habido la hostilidad de los maridos... habríamos tenido no cin-
cuenta firmas, habríamos tenido en pocos días quinientas, mil o más muje-
res individualizadas, apoyando la reivindicación que yo defiendo”. ?””
Rodríguez Larreta preguntó que si por el hecho de ser las mujeres ciuda-
danas, también se les exigiría el deber de hacer el servicio militar. Mibelli hizo
una larga exposición de motivos, aludiendo a que no es necesario para nues-
tro país civilizado el servicio militar. Además expresó: “... las mujeres pueden
prestarlo [el servicio militar]: lo han prestado a través de la historia en muchas
ocasiones”. ?% Y agregó: “Yo he calificado este argumento del servicio militar
para la mujer, como un argumento del año 1830 [... ] porque ha sido explica-
ble en aquel entonces; [... ] pero actualmente [... ] yo creo que es un argumen-
to muerto y enterrado el que planteaba el doctor Rodríguez Larreta”. 292
Se planteó una polémica sobre el argumento más utilizado por quienes se
oponían al sufragio de la mujer. Juan José Segundo expresó que si la mujer
fuera diputado descuidaría sus tareas en el hogar. Celestino Mibelli contestó
112 Marla Laura Osta
que las trabajadoras no estaban en todo el día y no por eso los hogares se
destruían, y agregó:
“... La vida parlamentaria se realiza durante dos horas cada dos días”, 3%
“... Sostener que una mujer no puede ser diputado porque en un momen-
to dado puede ser absorbida por deberes ineludibles del hogar, el de cui-
dar un hijo, es una objeción excepcional, ya que [...] no todas las mujeres
pueden ser diputados. Por otra parte, aun en el caso de que una mujer en
esas condiciones tuviera el puesto o el cargo de diputado, y al mismo
tiempo fuera madre de un niño pequeño, podría concedérsele a esa mujer
las mismas facultades que tienen actualmente los hombres, es decir, las
de faltar a las sesiones permanentes, como faltan tantos hombres en nues-
tro país”, 301
Ante la afirmación de algunos legisladores, de que la enmienda que se
deseaba aplicar era excesivamente avanzada para el momento histórico del
país, Mibelli respondió que cada vez que se ha querido introducir a la legisla-
ción nuevos principios siempre resultaron avanzados. En cuanto a la falta de
interés que dicen tener las mujeres con respecto a la cosa pública, Mibelli
aludió a que era un argumento desprovisto de valor. Y en cuanto a la falta de
preparación, dijo que lo mismo ocurría con muchos hombres y eso no les
quitaba el derecho de votar.
Mibelli expuso sus argumentos durante tres sesiones, durante las cuales
fue continuamente interpelado, particularmente por Juan José Segundo. El 27
de abril finalmente se mocionó por la enmienda constitucional propuesta por
los socialistas. Luego de ser apoyada por la mayoría se pasó a discutir su apro-
bación.
Mendiondo, fundamentando su voto negativo, argumentó que la misión
de la mujer es superior a la de hacer leyes. “El hombre hace las leyes y las
mujeres las costumbres”. 3% Admitió que la moción de Mibelli no tenía ningún
valor para U ruguay y que “la concesión de los derechos políticos a las mujeres
no tiene ninguna razón de ser, porque el rol de aquéllas no está en la política
sino en el hogar”. 33
La sesión del 30 de abril, se abrió con el siguiente asunto: “Sesenta y
cinco señoras y señoritas solicitan se incorpore a la Constitución de la Repú-
blica un artículo que consagre la igualdad de derechos políticos y civiles de
los sexos”, 304
El doctor Cachón tomó la palabra y señaló que el tema de los derechos
políticos de la mujer no era de imperiosa necesidad, para él no era el momen-
to ni el lugar para proponerlo. Advirtió que en los discursos de Mibelli: “había
una gran parte de exageración [...] y es una primera exageración la de llamar
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 113
al problema del voto de la mujer “profundamente fundamental”, en los actua-
les momentos de la reforma de la Constitución Oriental”. 39 N egaba que des-
de el punto de vista civil estuviera en inferioridad de condiciones, admitía que
su situación de diferencia sólo obedecía a causas naturales, y concluía: “con-
forme a la ley oriental, la mujer y el hombre en nuestro Código Civil están
completamente equiparados”. *% Entonces Frugoni, muy astutamente, recono-
ció que era una razón más para otorgarle la equiparación política. Cachón
respondió que no debían confundirse los derechos políticos con los civiles. Y
continuó: “por ley mental la mujer tan sólo no puede ser escribano, ni juez
[...] el hecho de que la mujer soltera no pueda abandonar su hogar hasta
pasados los 30 años, no significa de ningún modo una inferioridad, sino con-
veniencia para el mantenimiento de la familia”. 3% Finalmente pidió a la Con-
vención que negara su voto a la proposición del señor Mibelli.
Posteriormente Cachón dió a conocer la opinión de la comisión con res-
pecto a la enmienda constitucional: “... La Comisión considera que no es un
problema del momento y, como tal, no lo recomienda a la consideración de la
Convención, [...] la comisión considera que debe ser aplazado su estudio”. 3%
En el diario de la sesión del 2 de abril se lee: “Ciento ocho señoras y
señoritas se presentan a la Convención, suscribiendo la solicitud de que se dio
cuenta en la Sesión anterior, sobre la incorporación a la Constitución de la
República, de un artículo que consagre la igualdad de derechos políticos y
civiles de los sexos”. 302
En la siguiente sesión el acta del día volvió a iniciarse con la presencia
femenina: “53 señoras y señoritas solicitan se conceda la igualdad civil y polí-
tica”. 31% En esta sesión, Frugoni*** comparó el sufragio de la mujer con el de
los analfabetos, y afirmó que le parecía injusto que los analfabetos votaran y
no las mujeres doctoras o maestras, aludiendo a que la educación civil en las
escuelas públicas era la misma para ambos sexos. Refiriéndose a la crítica que
se hizo a la solicitud de Mibelli por demasiado avanzada, afirmó:
“Yo entiendo, señor Presidente, que no tenemos el derecho de rechazar
por avanzada una reforma si ella es justa y necesaria; que es una necesi-
dad, me parece indiscutible [...] Que es justa, lo ha demostrado
acabadamente mi compañero de delegación [...] Nosotros tenemos [... ]
la obligación, el deber [...] de hacer una Constitución moderna [... ]; si no
lo hacemos habremos malogrado nuestro cometido y defraudado a las
nuevas generaciones [...] Nosotros constituyentes no nos debemos al pa-
sado, nos debemos al presente y al porvenir [... ] Por eso decidir que no
hay ambiente en nuestra República para una reforma de esta naturaleza,
no es hacer un argumento valedero para rechazarlo”. 312
114 Marla Laura Osta
Herrera pidió la palabra y solicitó que el tema se diera por “suficiente-
mente discutido”, pues consideraba que el debate había entrado en un campo
ideológico. “Desde hace un mes [...] esta Asamblea está dedicada a discutir
una enmienda a mi juicio [... ] aosolutamente secundaria”. Terminó diciendo:
“en esta Asamblea, la enmienda que se propone [...] no tiene ambiente [... ]
¡señor! se dedican a discutir el voto utópico, quimérico de la mujer, en la
realidad del momento”. 313
Frugoni interrogó: “yo quiero preguntar cuál sería y cuál es en realidad la
posición de los diversos grupos políticos frente a este problema. De una parte
están los nacionalistas, los riveristas y los católicos, para quienes nada tiene
tanta importancia ni es tan urgente en la actualidad como la conquista del
voto secreto y de la representación proporcional”. 314 Emilio Frugoni aseguró
que el “Partido Colorado oficialista [... ] en su mayoría acepta esta reforma”; *1*
y prosiguió “... la aceptan igualmente muchos nacionalistas, entre ellos, algu-
nos de los que se sientan en esta Asamblea, y hasta hay católicos que aceptan
el voto de la mujer, lo que significa, señor Presidente, después de todo, que
esta causa que nosotros defendemos ahora, está por encima de todas las ten-
dencias políticas y de todas las ideas filosóficas”. 316
A pesar de las acaloradas exposiciones de los socialistas, la asamblea aceptó
la moción de Herrera, dando por “suficientemente discutido el punto”. 317
A pesar de esta decisión, las mujeres no se rindieron y en la sesión si-
guiente:
“16 señoras y señoritas, se presentan a la Convención, solicitando se in-
corpore a la Constitución de la República un artículo que consagre la
¡igualdad de derechos civiles y políticos de los sexos”. *1*
También “la Liga de los Derechos de la Mujer y el Niño de Buenos Aires
se dirige a la Convención (el mismo día), apoyando la gestión de las señoras
uruguayas”. 319
Es importante reflexionar sobre las actitudes de los diferentes partidos. Los
socialistas esperaban que los batllistas asistieran a la asamblea. También te-
nían esperanzas de hacer acuerdos con Herrera que no pudieron realizarse. 32
Los riveristas, los nacionalistas y los católicos tampoco apoyaron la reforma.
Es posible que si los batllistas hubiesen asistido, la propuesta socialista hubiera
sido aprobada. De todas formas, lograron que la aprobación del sufragio fe-
menino estuviera prevista en la nueva Constitución por medio de los dos ter-
cios de las cámaras.
Para las mujeres fue un avance destacado, porque pensaron que el reco-
nocimiento de sus derechos vendría pronto, nunca imaginaron que demora-
rían 15 años en otorgárselos y 21 años en ejercerlo. De todas formas en la
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 115
revista Acción Femenina, se recibió con gran optimismo la noticia: “La ratifi-
cación popular de la nueva Constitución [...] ha modificado de una manera
favorable la situación de la mujer respecto a las posibilidades de su emancipa-
ción política”. 32! Faltaban todavía muchas discusiones, silencios y negativas,
para que los dos tercios de las cámaras decidieran darle a las mujeres sus
derechos.
La Iglesia Católica, *?? representada por su partido, no estaba de acuerdo
con el voto femenino. Reflejo de ello fueron las escasas y nada fructíferas
intervenciones que tuvieron los miembros de la Unión Cívica. Además, por
medio de las palabras del constituyente Celestino Mibelli, podemos observar
cuál fue la postura que iba tomando dicho partido: “Se ha dicho que la mujer,
por su espíritu, que se supone religioso, será, si se le concede el voto, un
vulgar instrumento de la Iglesia, del cura. Para los católicos, también represen-
tados en esta Asamblea, tiene que ser un argumento que los decida a votar el
proyecto nuestro”. 323 Por medio de estas palabras vemos que los católicos no
se habían pronunciado a favor del proyecto y Mibelli temía que votaran en
contra. Secco Illa en la sesión del 2 de abril, pidió la palabra y expresó:
“Señor Presidente: el señor constituyente Mibelli nos ha entretenido
durante tres sesiones consecutivas con una profunda y larguísima di-
sertación en favor del voto de la mujer. Yo creo que se impondría que
respetase en el uso de la palabra al señor miembro informante, para no
hacer interminable esta cuestión en el seno de la constituyente [...]
probablemente interpreto los deseos vehementes de la mayoría de la
Asamblea”. 32*
De estas palabras podemos deducir que Secco Illa no tiene una opinión
favorable frente a esta cuestión, ya que le parece demasiado extensa la expo-
sición de motivos, y pide que se respete el uso de la palabra del señor miem-
bro informante (se refiere a Cachón). Finalmente por medio del diario católico
El Bien Público, podemos conocer la postura del partido católico en esta ma-
teria: en primer lugar es poco lo que se escribe con respecto a la discusión de
la Constituyente referente al tema, en comparación con otros diarios, y ade-
más aparece sólo una nota en la que dan su opinión relativa al voto de la
mujer, y esta no era favorable al sufragio. Dice así:
“... nuestra modesta opinión al respecto [... ] es completamente contraria
al voto de la mujer [... ] ¿existe en nuestro país la necesidad del voto feme-
nino? Creemos que no [... ] En nuestro pueblo, esencialmente batallador y
turbulento [...] el voto femenino aumentaría el partidismo, privándonos
del único elemento verdaderamente conciliador, de la palabra imparcial
116 Marla Laura Osta
de la mujer, desprovisto voluntariamente de toda pasión partidaria [... ] La
mujer política nos resulta una anomalía, un elemento perturbador reñido
con las suavidades propias del sexo y creemos sinceramente que su acti-
tud puede acarrear graves trastornos para el hogar donde ella debe brillar
con luz propia [...] Sus luchas, sus entusiasmos, sus anhelos, deben con-
cretarse a su hogar cristiano [...] a ese santuario donde se forman los
hombres del porvenir [...] al pretender rivalizar con el hombre en vez de
ser su colaboradora, la mujer perdería [...] su feminidad, gala y orgullo de
nuestro sexo. La mujer uruguaya es felizmente, muy femenina. No han
llegado hasta ella los vientos del feminismo, del que somos encarnizadas
enemigas [...] No creemos que la mujer uruguaya esté preparada para la
lucha cívica [...] es demasiado mujer [... ] es demasiado madre. Bien está
que la mujer se instruya, que se ¡lustre todo lo posible para triunfar en la
lucha por la vida, pero no para ejercer los derechos del hombre. Creemos
además, que la mujer por el apasionamiento excesivo con que toma los
asuntos [...] al dejarse llevar por lo que le dicta el corazón, sin razonar
[...] y por su voluntad generalmente más débil que la del hombre [... ]
Dejemos pues, para los hombres las luchas del comicio, y [... ] mantenga-
mos nosotras en el hogar la paz y la unión que es la base de la felicidad de
los pueblos”, 325
Este artículo es revelador de una visión limitante de la mujer, la olvida en
un rincón a puertas cerradas dentro del hogar, para que forme a los hombres.
El derecho político es tarea para los que razonan, y no para mujeres que se
dejan llevar por lo que les dicta el corazón. El voto es concebido como un
enemigo del hogar y de la paz. Estas ideas no son exclusivas de la Iglesia
Católica, como vimos, anarquistas y liberales también compartían esta visión.
El texto constitucional aprobado, como dijimos, fue fruto de un pacto
entre los nacionalistas y colegialistas. En ese proyecto, se establecía la vía
legal para la concesión de los derechos políticos de la mujer, por dos tercios
de los votos en cada cámara.
Proyecto de Emilio Frugoni y Celestino Mibelli
El 12 de marzo de 1920, ambos diputados del Partido Socialista uruguayo
presentaron un nuevo proyecto por el que concedían a las mujeres los mismos
derechos políticos que tenía el hombre. Este proyecto no llegó a ser considera-
do en la Cámara de Representantes, ya que se agotó en la Comisión de Cons-
titución, Legislación y Códigos de dicha Cámara.
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 117
Otras iniciativas del Partido Colorado
ea Proyecto de César Miranda
En octubre de 1920, César Miranda presentó un proyecto de ley que plan-
teaba que las mujeres mayores de 20 años podrían votar en las elecciones de
los gobiernos locales. También establecía que “la calidad de electora com-
prende la de ser elegible para los cargos votados”. 326 El artículo segundo pro-
ponía que “A contar de dos años de la promulgación de esta ley, podrá la
mujer sufragar en las elecciones de los cuerpos Legislativos y demás corpora-
ciones electivas, como también en la de Presidente de la República”. *?”
Este proyecto reproduce sustancialmente el de Héctor Miranda de 1914 y
los motivos allí expuestos. Menciona además un dato que es fundamental para
nuestro trabajo:
“... en el mes de mayo del corriente año el Consejo Nacional de Mujeres
del Uruguay se dirigió a la Honorable Cámara solicitando una ley idénti-
ca a la que presento”. 32
Este proyecto de ley, que presentó el Consejo Nacional de Mujeres, tuvo
el logro de ser expuesto en la Asamblea General en octubre de 1920. Es im-
portante destacar que la presencia femenina, en este caso, impulsó a César
Miranda a presentar el proyecto al Parlamento.
e Proyecto del sector batllista
En 1921 bajo el lineamiento de José Batlle y Ordóñez presentaron un
proyecto de ley que proponía el reconocimiento de la igualdad política y civil
de las mujeres. Pero no contó con las mayorías parlamentarias y fue archivado
como los demás.
ea Proyecto de Baltasar Brum
En 1919, Baltasar Brum ** reconocía que aún existían espíritus estrechos
para discutir el tema de la aprobación del sufragio femenino. Destacaba un
elemento (ya señalado por el ministro inglés Asquiih) que a su entender ayudó
a la mujer en la lucha por sus derechos.
“Ha sido la guerra actual [se refiere a la Primera Guerra Mundial] un po-
deroso aliado de la mujer para la consecución de estos ideales ¡gualitarios,
porque dicho acontecimiento [...] le ha permitido demostrar mejor su
capacidad para todas las luchas [... ] Puede pues afirmarse que si la Revo-
lución Francesa produjo el reconocimiento de los Derechos del Hombre,
118 Marla Laura Osta
la gran guerra [...] ha de provocar el reconocimiento universal de los
Derechos de la Mujer, es decir [...] de los derechos ¡iguales de todos los
seres humanos”, +
Brum califica a la Primera Guerra Mundial “aliada” de la mujer, por-
que en ella las damas tuvieron una actuación destacada, como enfermeras
y como soldados, funciones desde las cuales demostraron coraje y valor a
la par de los hombres. La Primera Guerra cambió la opinión de más de uno
(ejemplo claro es mister Asquiih), con respecto al derecho al sufragio, ya
que muchos vieron que las damas habían participado igual que los hom-
bres y por tal tenían derecho a elegir la conducción de un país por el que
habían luchado.
El 21 de febrero de 1923, los diputados Pedragosa y Perotti presentaron
el proyecto de Derechos Civiles y Políticos de la Mujer *! realizado por
Baltasar Brum, en ese momento presidente de la república. Este proyecto
rebatía varias de las objeciones postuladas en contra del sufragio femenino:
afirmaba que era infundado el temor que se tenía de que el Partido Católico
creciera como consecuencia de darle el voto a la mujer, ya que el aumento
de la cultura era la inversa del fanatismo religioso, y U ruguay era un ejemplo
de ilustración en esa época. Además agregaba: “la intervención de la mujer
en política traerá como consecuencia la de despertar en ella el afán de ¡lus-
trarse”. 332 Ante la afirmación de que los hombres influirían en la votación de
sus mujeres, Brum afirmó:
“La verdad es que no existe nadie, hombre o mujer, que no esté sometido
al ascendiente legítimo de las personas con quienes se vive”. 333
Se decía que el sufragio femenino destruirá hogares: ante esta afirmación
respondía que ningún hogar de los países que ya han aprobado el sufragio se
ha destruido por tal motivo. 33* Además expresaba que no era justo que fueran
los hombres quienes decidieran el futuro de ambos sexos, señalando que la
mujer es un ser con obligaciones pero sin derechos. En cuanto a la reivindica-
ción del tributo de sangre que realizan los hombres en las guerras, Brum res-
pondía con un cuestionamiento: “¿las mujeres no soportan con igual valor el
dar a luz que un guerrero de la patria?”. 335
En cuanto a la objeción de que la mujer tenía menos capacidad que el
hombre, Brum justificaba aludiendo a que si hay alguna diferencia, es debido
a que la mujer desde niña es menos estimulada que el hombre. Afirmaba Brum
que negarle el sufragio a la mujer era una contradicción, ya que si se le confia-
ba la formación del carácter de los hombres era contradictorio que no pudiera
decidir sobre los destinos del país en el que vivía.
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 119
En cuanto a lo que se dice de que la mujer no tiene inclinaciones hacia la
política, Brum aludía a que no puede tener hábitos democráticos quien nunca
ha ejercido la política. Ante el temor a que el voto destruya la feminidad de la
mujer, expresaba que la función del voto no demanda el sacrificio de la belleza.
El documento presentado por los diputados respondía al reclamo enérgi-
co de la mujer uruguaya:
“Asombra, Honorable Cámara, que un país de la cultura del Uruguay,
dueño de una legislación ejemplar en todo lo que beneficia la libertad
civil y política del sexo masculino, no contenga en su articulado un senci-
llo principio que consagre los mismos derechos a favor de la mujer”. 336
Afirmaba que mientras el resto del mundo había avanzado en este dere-
cho, Uruguay se quedaba “a la zaga de este momento universal femenino”,
337 y agregaba que las direcciones políticas del momento delataban una la-
mentable incomprensión. Reconocía que con el Consejo Nacional de Muje-
res, iban camino a la emancipación, aportando cultura y beneficios a la
sociedad. Y agregaba que el feminismo también había contribuido a comba-
tir las “plagas sociales” como la tuberculosis, el alcoholismo, la trata de
blancas, la sífilis.
“Honorable Cámara: creemos que el proyecto del Presidente Brum no
tiene precedentes parecidos en la historia jurídica y parlamentaria de
América y quizás en Europa, tal es la vastedad de las materias que abar-
ca”, 3% porque planteaba modificaciones en el Código Civil, en el Penal,
en el de Comercio y en el Militar.
A nosotros nos compete la modificación que se plantea en el Código Mi-
litar, que en el artículo tercero expresa que en las leyes que aparecen las pala-
bras “personas” o “ciudadanos” se refieren a ambos sexos y no sólo al mascu-
lino. El artículo quinto expresa: “Reconócese a las mujeres que reúnan las
condiciones legales requeridas a los hombres, los mismos derechos que a és-
tos para votar y ser votadas en los actos comiciales que se celebren en el país
para constituir los Poderes Públicos”. 39% Y agrega que “mientras no se reco-
nozca a las mujeres el derecho a elegir y a ser elegidas en los comicios nacio-
nales, se formará un registro especial en el cual se inscribirán las que se hallaren
en condiciones de votar en las elecciones municipales”. 34
Sin duda Baltasar Brum significó un apoyo fundamental para la lucha por
la emancipación de la mujer, no sólo desde el espacio político sino y sobre
todo, en los derechos civiles, plataforma base para la legislación sobre los
derechos civiles de la mujer aprobados en la década de los cuarenta. En febre-
ro de 1923, el Comité Magisterial Pro Sufragio visitó a Brum, presidente de la
120 Marla Laura Osta
república en ese momento, para agradecerle los “esfuerzos realizados a favor
de las reivindicaciones femeninas”. 34!
Su muerte ocasionó gran conmoción entre las mujeres, un testimonio lo
ejemplifica: “Yo vivía cerca, cuando Baltasar Brum estaba en la esquina y
decían que tenía un revólver en la mano y después me dijeron que se acababa
de matar. Entonces yo me puse a llorar [...] lloro por todo lo que se pierde en
este momento [... ] sentía que perdíamos valores fundamentales”. 342
En marzo de 1926 el proyecto pasó a ser estudiado por dos comisiones
parlamentarias y no se llegó a tratar en el plenario.
e Proyecto de Alfeo Brum
El 16 de julio de 1930, el diputado Alfeo Brum*4 propuso que se declara-
ra “grave y urgente” el proyecto de ley de Baltasar Brum: “Art. 1. Reconócese
el derecho de la mujer al voto activo y pasivo, tanto en materia nacional como
departamental”. *“* En la exposición de motivos aclaraba que ya todos los sec-
tores políticos del Poder Legislativo se habían declarado partidarios del reco-
nocimiento de los derechos de la mujer al voto activo y pasivo. Agregaba
además, que se ¡ba a celebrar el primer Centenario de la Constitución, y que
no era posible hacerlo con dignidad si la mitad de la población se mantenía en
incapacidad política. Dicho proyecto no pudo ser votado por falta de quórum.
El 13 de agosto del mismo año, Brum volvió a pedir que se declarara
urgente el proyecto de ley sobre el voto de la mujer. Pero retiró nuevamente la
moción por falta de quórum.
Al año siguiente (1931), Brum volvió a exhortar a la Comisión de Legisla-
ción “para que informe el proyecto relativo a los derechos políticos de la mu-
jer [...] que la Cámara lo trate con toda urgencia”. 34
e Proyecto del herrerismo
El 25 de setiembre de 1931, los diputados herreristas García Selgas, José
A. Otamendi, Bernardo Rospide, Segundo Santos y Aniceto Patrán presenta-
ron un proyecto de ley de enmiendas constitucionales. Estas enmiendas trata-
ban sobre: “La ciudadanía y sus derechos, modo de suspenderse y perderse”;
“Del Poder Legislativo y de sus Cámaras”; “Fecha de elecciones de Diputa-
dos”; “Elección de Senadores”; “Elección y duración del cargo de Presidente”,
“Del Poder Judicial y la Administración de Justicia”, “Del Gobierno y la Admi-
nistración del interior de los Departamentos”, “Del régimen policial”, “Del
Tribunal de Cuentas”, entre otras.
En lo que se refiere a los derechos de la ciudadanía, sostenía: “Todo ciu-
dadano, cualquiera sea el sexo a que pertenezca, es miembro de la soberanía
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 121
de la nación, como tal, es elector y elegible”. *4* Con este proyecto el sector
herrerista se sumó a los grupos políticos que buscaban equiparar políticamen-
te a la mujer con el hombre.
Este proyecto contrastaba notoriamente con la actitud que Herrera ha-
bía tenido en la Convención Nacional Constituyente de 1917. Su postura
anterior se podría explicar por la necesidad de ese momento: debían bus-
car el apoyo de todos los sectores anticolegialistas para impedir que el
proyecto de reforma constitucional, que había sido presentado por los
batllistas, fuera votado. La cuestión del sufragio femenino no debía provo-
car divisiones inconvenientes. 34”
Aprobación final
Senado
El 8 de Agosto de 1932 se reunió el Senado. Entre los temas del orden del
día figuraba el proyecto de ley de aprobación de los derechos políticos de la
mujer, redactado por Baltasar Brum y presentado en esta oportunidad por los
senadores Minelli y Lorenzo Batlle Pacheco. El senador Minelli tomó la palabra
y expresó -dirigiéndose a la “barra” que esta vez se encontraba poblada de
mujeres- que no había razón para que no se aprobara este proyecto: “después
de que fue abolida la esclavitud en nuestro país, los esclavos pudieron votar, y
nadie puede pretender que en ese momento tenían más inteligencia, ilustración
y virtudes que las mujeres uruguayas”. *4 Luego especificó que la mujer se inte-
resaba en la legislación y en la actuación pública. Reconoció que la colabora-
ción de la mujer en el gobierno mejoraría sensiblemente a las instituciones,
porque ella posee el sentido de ciertas necesidades sociales mucho más arraiga-
do que el hombre. O bservó, que Uruguay podría haber aprobado este derecho
mucho antes, ya que a partir de 1914 esta iniciativa había sido solicitada en
varias oportunidades, y no obtuvo apoyo por parte de los legisladores.
Meses más tarde, en diciembre, Minelli solicitó que el proyecto fuera es-
tudiado en primer lugar dentro de los temas del orden del día. Su solicitud fue
aprobada. Y se procedió a su votación, la cual se realizó sin discusión.
El artículo primero establecía: “Reconócese el derecho de la mujer al voto
activo y pasivo, tanto en materia nacional como municipal”. ** El artículo
segundo establecía el reconocimiento de los mismos derechos y obligaciones
que las leyes electorales establecen para los hombres.
El proyecto fue aprobado y pasó a la Cámara de Representantes.
122 Marla Laura Osta
Cámara Baja
El 23 de mayo de 1932, entre los temas del orden del día se encontraba la
solicitud de las mujeres uruguayas, reclamando el pronto despacho del pro-
yecto sobre derechos civiles y políticos de la mujer. 35
El 8 de octubre de 1932, el Diputado Buquetconmocionado por losacon-
tecimientos en Argentina (había sido aprobado el sufragio femenino por la
Cámara de Representantes pero rechazado por la de Senadores) exhortó a la
Comisión Legislativa a realizar el informe sobre el proyecto de ley en forma
rápida. Se votó afirmativamente.
El 12 de diciembre de 1932, Alfeo Brum mocionó para que se declarara
urgente el proyecto de ley venido con sanción del Senado. Agustín Minelli
mocionó por lo mismo. Se votó afirmativamente.
Algunos diputados, como Buquet y Minelli, plantearon que el proyecto
se aprobara sin discusión, ya que el Senado así lo había hecho. Minelli agre-
06: “El voto femenino no puede ser discutido [... ] esta iniciativa se discute
desde hace 20 años[...] por tanto considero que es ociosa toda discusión”.
35 De todas formas la discusión igual se planteó desde los diferentes partidos
políticos. Por un lado el diputado Gómez, representante del partido Comu-
nista, expresó:
“La mujer trabajadora no debe creer que con el voto se emancipará como
pretenden hacerle creer [...] La mujer que tendrá ahora el derecho del
voto, debe saberlo utilizar contra los explotadores; pero debe saber que
su emancipación vendrá por otra vía, es decir, por la revolución de la
masa trabajadora en la cual debe participar”. *52
El Partido Comunista estaba a favor del voto femenino, pero aclaraba que
con el voto no bastaba, la mujer debía organizarse en la lucha contra los que
la explotaban. Advertía que las mujeres deben tener presente que el Parlamen-
to no iba a resolver sus problemas económicos y políticos, sino que esos pro-
blemas los tenía que resolver la masa trabajadora.
Alonso Montaño, diputado por el Partido Nacional, lamentó que no se
aprobaran conjuntamente con los derechos políticos, los civiles. Y agregó: ”...
la agrupación nacionalista en mayoría va a votar complacida la incorporación
de elementos tan preciados al electorado nacional”. 39
El representante de la Unión Cívica, Joaquín Secco Illa, expresó: “El voto
afirmativo que nosotros daremos al proyecto [...] es producto de un íntimo
convencimiento compartido desde el nacimiento de nuestra agrupación ciu-
dadana”. 3** Luego pasó a criticar al partido batllista, lo acusó de que a pesar
de que tuvo mayoría absoluta en el Parlamento (cuando se presentaron pro-
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 123
yectos de ley), olvidó prestar su voto a la aprobación del voto femenino. Y
expresó: “... lo enarbolan hoy pretendiendo reivindicar méritos que no supie-
ron conquistar con los hechos cuando ellos disponían del Parlamento”. 3
Con estas palabras, Secco Illa parece olvidar que ellos mismos tampoco apo-
yaron el sufragio de las mujeres en la Constituyente de 1917.
A pesar de que todos los partidos se expresaron a favor del sufragio feme-
nino, hubo diputados que anunciaron su disconformidad con tal derecho. Tal
es el caso de Arrarte Corbo, Algorta y Buranelli, este último, a pesar de que
votó a favor del proyecto por disciplina partidaria, dejó bien claro su verdade-
ra posición, expresando: “lejos de hacerle un bien a la mujer, le inferimos un
grave mal incorporándola a nuestras luchas políticas”. 33
Por su parte, el diputado batllista Fusco se defiendió de las declaraciones
realizadas por Secco Illa, tildándolas de “injusticia flagrante y manifiesta”. Y
afirmó:
“Tan decidida y tan firme fue la adhesión de nuestro partido [... ] al princi-
pio de la universalización del sufragio, entendiendo como tal la extensión
de los derechos de la ciudadanía a las personas del sexo femenino, que en
1914, en nombre de todo el Partido Colorado [... ] Héctor Miranda propu-
so un proyecto [...] y fue la oposición conservadora la que impidió que
aquel proyecto pudiera sancionarse”., 35”
El Partido Socialista tuvo su voz en Troitiño quien dijo que el Partido
Socialista, desde su fundación, fue partidario del reconocimiento de los dere-
chos civiles y políticos de la mujer. Y recordó que hacía 15 años, los constitu-
yentes socialistas habían propuesto que la nueva Constitución de la República
reconociera el sufragio femenino.
M uy interesantes son las opiniones de Eduardo Víctor Haedo, ya que es el
único en proporcionarle a la mujer un papel protagónico en la aprobación de
este derecho, restándole bastante importancia a los partidos políticos. Haedo
afirmó:
“Este proyecto [... ] es una conquista pura y exclusivamente de las mujeres
y en primer término de Paulina Luisi, a quien habrá de recordar en este
instante como la precursora de esta magnífica conquista del sufragio fe-
menino”, 35
Y continuó diciendo:
“... la conquista del voto femenino no es una conquista que se deba a
ningún partido político, ni a ningún hombre público: se lo ha ganado
legítimamente la mujer, se lo ha ganado en el taller, en la fábrica, en la
Universidad”. 39?
124 Marla Laura Osta
De todas formas “reclamó para el doctor Herrera el honor de haber vota-
do los derechos políticos de la mujer [...] en la Convención Herrerista”, 360
El diputado Paseyro, perteneciente al radicalismo blanco, criticó la posi-
ción del Partido Nacional y recordó que en la Asamblea Constituyente de
1917, Herrera había afirmado: “Hemos padecido lanzados a los abismos de
las guerras civiles, en vez de poner manos a la obra y hacer obra de médula
[...] se dedican a discutir el voto utópico, quimérico de la mujer, en la realidad
del momento”. 39! Paseyro aclaró que su agrupación desde su inicio fue partí-
cipe de otorgar a la mujer los derechos políticos. Según las declaraciones del
diario El Pueblo, las acusaciones de Paseyro con respecto a Herrera produje-
ron el “... silencio sepulcral de los herreristas, pudiendo notarse rostros lívi-
dos, congestionados y hasta verdes”, 32
Durante toda la discusión del proyecto, la “barra” de mujeres se mostró
participativa y atenta a lo que se decía. Por ejemplo, cuando se decidió que la
votación se haría nominal en el artículo cuarto, el diputado Arrarte Corbo
pidió que se ratificara la moción, entonces: “Las damas de la barra le gritan
“veterinario”, lo que provoca una filípica del Diputado Corbo contra aqué-
llas”. 363 Estas damas no pasaron inadvertidas, y hasta fueron blanco de seduc-
ción por los mismos legisladores. Un periodista de El Bien Público expresó:
“Los legisladores olvidaron el papel importante y noble de su cargo, y creye-
ron estar en un recinto donde se debiera dar muestras [... ] de galanterías para
las damas que ocupaban las galerías [...] no desperdiciaron la oportunidad de
hacer fácil y tonto proselitismo”. 34
La aprobación fue recibida en la prensa con gran optimismo, ya mencio-
namos el artículo de “Chig” y las invitaciones para integrar un partido feminis-
ta. La discusión parlamentaria por la aprobación final fue diferente a la de
1917. Sara Rey Álvarez -representante del Partido Feminista- hacía esta apre-
ciación: “¡Que diferencias entre la tranquila y ponderada sesión de ayer y las
sesiones de la constituyente en que se discutió apasionadamente el asunto
para [... ] no llegar a nada!”. 35
No faltaron aquellas mentes, que no sólo vieron derechos en lo aprobado,
sino que supieron adjudicarse también obligaciones y deberes. Una de ellas
fue Sara Rey, quien en un artículo expresaba: “La consagración de los dere-
chos políticos no sólo es el goce de derechos, sino también responsabilida-
des”. 3% Y prosigue enumerando algunas de las obligaciones que tendría la
mujer a partir del derecho al sufragio: pensar concienzudamente cuáles son
los problemas sociales y de qué forma resolverlos. También afirmaba que el
Partido Feminista no quería circunscribir su acción al mejoramiento de la si-
tuación económica, social, legal y moral de la mujer y del niño, “nuestro
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 125
deber es trabajar en nombre de la colectividad entera”. 9 Asumía como otro
compromiso, la situación económica del país, que consideraba como “uno de
los problemas más urgentes, al cual la mujer debe aplicar sus aptitudes de
administradora”. 3% Y finalmente admitía que al igual que los hombres, no
todas las mujeres están capacitadas para gobernar.
Como dijimos, la repercusión de este derecho tuvo diferentes reacciones.
Hubo quienes lo tomaron como una muestra de libertad para la mujer. Tal es
el caso de Esther Vila, quien expresó:
“
. al mirar la estatua que simboliza nuestra Libertad, [la mujer] ya no
tendrá que pensar con intensa amargura que esa mujer con las cadenas
rotas no era más que un símbolo y una esperanza. Puede decirse que aun
las más indiferentes sienten y se muestran felices de la trascendental con-
quista de nuestros esperados y deseados derechos [...] Las hijas de esta
generación serán Libres”. 369
Hubo quienes recibieron el sufragio femenino como un camino para me-
jorar la sociedad. Ellos fueron los católicos de El Bien Público:
“... desde el punto estrictamente jurídico, considerado como un derecho,
el voto femenino no se puede negar. Basta que la mujer lo pida para que
estemos en la obligación de dárselo [...] Necesitamos rever muchas co-
sas, es posible que nuestras mujeres lo intenten desde el Parlamento. Puesto
que los hombres hemos fracasado, saludamos el advenimiento político de
las mujeres, como el renacer de una esperanza de mejoración [sic] fami-
liar y social”. 37
El llano de la sociedad también expresó su opinión con respecto a este
acontecimiento, recibiendo con algarabía y sátira el sufragio de la mujer. M ues-
tra de ello son las letras de algunas murgas que desfilaron por el Carnaval de
1933:
126
La murga Una Gran Muñeca cantó:
“Con besitos y caricias
los votos conquistarán
y la feliz vencedora
al hombre suplantará
Y así los hombres
en cambio modistas serán,
y lavarán los pisos,
harán de comer
y todas sus pilchas
Marla Laura Osta
tendrán que coser”, 371
Y otra letra de Asaltantes con Patente decía:
“Solo: Si ahora la mujer puede votar
también tendrá derecho a gobernar
y nosotros encantados
en las urnas apurados
le echaremos ese voto
tan deseado.
Mujer: pibas jóvenes, casadas
viejas, viudas, divorciadas,
gritarán desesperadas
antes de las elecciones:
arriba las polleras
y abajo los pantalones.
Coro: Si consiguen triunfar las mujeres
viviremos como en el infierno
y los hombres vestidos de diablo
exhibiendo en la frente dos cuernos
pues por eso el que esté por casarse
y ser el padre sean sus intenciones
eviten que nazcan mujeres
que la tierra necesita varones”. 3”?
Notas
260. Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Representantes, tomo 231, p. 382.
261. Héctor Alejandro Miranda nació en Florida el 17 de diciembre de 1885. En 1908 se
doctoró en la Facultad de Derecho, especializándose en Derecho Penal. Fue Profesor
en dicha Universidad, y escribió dos trabajos jurídicos: El clima y el delito, y La Refor-
ma Penal: ambos se destacan por el carácter científico de su autor. En 1914 fue electo
diputado bajo el lema del Partido Colorado por el Departamento de Treinta y Tres. En
este período presentó cuatro proyectos de ley: uno sobre el fomento agrario, otro
relativo a los problemas obreros, otro a la supresión de la herencia colateral intestada,
y el último proyecto fue sobre los derechos políticos de la mujer. Su obra histórica fue
amplia y sustanciosa. Sus publicaciones fueron: Artigas, elogio de los héroes, La fun-
dación de Montevideo, Las Instrucciones del año XIIl, Bruno de Zabala, La Doctrina de
la Revolución, y Los Congresos de la Revolución. Murió en febrero de 1918.
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279
280
281
282
283
284
. José Pedro Barrán, “Prólogo”. En Héctor Miranda, Las Instrucciones del año XIII. p.
XXIX.
Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Representantes, tomo 233, Montevi-
deo, 1914, p. 228.
Ibíd.
ibíd., p. 231.
Ibíd.
Ibíd., p. 235.
Ibíd., p. 233.
Ibíd., p. 235.
Carta de la Liga para los derechos de la Mujer y del Niño al Presidente de la Cámara de
Diputados de la República Oriental del Uruguay, 24 de marzo de 1915.
Paulina Luisi, La Mujer uruguaya reclama sus derechos, p. 52.
Revista Acción Femenina, N21, p. 4.
El art. 72 de la Constitución de 1830 dice así: “Ciudadanos naturales son todos los
hombres libres, nacidos en cualquier punto del territorio del Estado”. Daniel Hugo
Martins y Héctor Gros Espiell, Constitución uruguaya anotada, p. 139).
. Justino E. Jiménez de Aréchaga, El voto de la mujer: su inconstitucionalidad, p. 14.
. Para muchos juristas, como Héctor Miranda, el término “hombre” se refiere a ambos
sexos. Es por eso que para Miranda el sufragio femenino puede ser constitucional.
Aquí radica la gran diferencia con Jiménez de Aréchaga.
La Constitución de 1830 no excluye de modo explícito a la mujer de la ciudadanía; no
obstante, si tenemos en cuenta el contexto histórico, es casi imposible pensar que los
constituyentes hayan considerado a la mujer dentro de los ciudadanos. Por eso, la
condición femenina ni siquiera entra como causal de suspensión de ciudadanía. El
artículo 11 que se refiere a este punto expresa: “La ciudadanía se suspende: 12 Por
ineptitud física o moral que impida obrar libre y reflexivamente. 22 Por la condición
de sirviente a sueldo, peón jornalero, simple soldado de línea, notoriamente vago, o
legalmente procesado en causa criminal de que puede resultar pena corporal o infa-
mante”. (Daniel Hugo Martins y Héctor Gros Espiell, Constitución uruguaya anotada,
p. 149).
. Justino E. Jiménez de Aréchaga, ob. cit., p. 53.
. Ibíd., p. 62.
. Ibíd., p. 63.
. Ibíd., p. 70.
.Ibíd., p. 74.
. Emilio Frugoni, La Mujer ante el Derecho, p. 158.
. Ibíd.
. Los términos colegialistas y anticolegialistas se utilizaron para definir a aquellos que
estaban a favor o en contra del proyecto constitucional de Batlle y Ordóñez. El pro-
yecto, entre otras reformas, presentaba la formación de un Poder Ejecutivo colegiado
desempeñado por una Junta Nacional de Gobierno de nueve miembros, dos de ellos
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elegidos por Asamblea General, que duraban seis años en el cargo; los otros siete
serían elegidos directamente por el pueblo, renovándose uno por año.
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... , tomo ll,
1918, p. 484.
Ibíd., p. 486.
Ibíd., p. 340.
Ibíd., p. 341.
El Siglo, 24 de abril de 1917.
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... , Ob. cit., p.
346.
Ibíd., p. 347.
Ibíd.
Del Plata, 24 de abril de 1917.
El Siglo, 26 de abril de 1917.
Del Plata, 24 de abril de 1917.
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... Ob. cit., p.
367.
Ibíd.
Ibíd., p. 358.
Ibíd., p. 358.
Ibíd., p. 370.
Ibíd., p. 373.
Del Plata, 12 de mayo de 1917,
Ibíd., 29 de abril de 1917.
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... , ob. cit., p.
390.
Ibíd., p. 397.
El Siglo, 3 de mayo de 1917.
Ibíd.
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... , ob. cit., p.
400.
Ibíd., p. 408.
Del Plata, 10 de mayo de 1917,
Emilio Frugoni, fundador del Partido Socialista, afirmó en su obra La Mujer ante el
Derecho, que desde la fundación del partido había tenido en sus objetivos la igualdad
de derechos políticos entre hombres y mujeres. Sin embargo, en la discusión que se
desarrolló en la Cámara de Representantes en 1912, para formar una Asamblea Cons-
tituyente, Frugoni teniendo la posibilidad de plantear la extensión del sufragio tam-
bién a las mujeres, sólo intervino a favor de la elegibilidad de los sirvientes a sueldo y
los peones jornaleros. “No creo [...] que baste dar a los sirvientes a sueldo y a los
peones jornaleros el derecho a elegir miembros de la Asamblea Constituyente, sino
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que es necesario también reclamar el derecho a ser elegidos” (Diario de Sesiones de la
Honorable Cámara de Representantes, tomo 216, abril-mayo de 1912).
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... , Ob. cit.,
pp. 444-445,
Ibíd., pp. 481-482.
Ibíd., p. 488.
Ibíd., p. 445.
Ibíd.
El Siglo, 12 de mayo de 1917.
Ibíd., 15 de mayo de 1917.
Ibíd.
Cfr. Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... , Ob.
cit., p. 486.
Revista Acción Femenina, N* 6, Año 1917, p. 183.
Sobre la postura de la Iglesia Católica, vid. ut supra, capítulo 4, p. 84.
Diario de Sesiones de la Honorable Convención Nacional Constituyente... 0b. cit., p.
351.
Ibíd., p. 420.
El Bien Público, 13 de mayo de 1917.
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 286, año 1920, p. 371.
Ibíd.
Ibíd.
El doctor Baltasar Brum, político, estadista, internacionalista, tribuno, nació el 18 de
junio de 1883. La Asamblea General lo consagró presidente de la república para el
ejercicio 1919-1923. En marzo de 1929 fue designado presidente del Consejo Nacio-
nal de Administración. Nuevamente el 12 de marzo de 1931 reingresó al Consejo
Nacional de Administración, que presidió por dos años consecutivos hasta el golpe de
Estado de 1933. En cuanto a la legislación social, durante su actuación ministerial
fueron promulgadas las leyes sobre “declaración de la paternidad ¡legítima”, “el reco-
nocimiento legal de los hijos naturales”, entre otras. En el ejercicio del cargo de presi-
dente de la república, propuso al Parlamento el reconocimiento de los derechos civi-
les y políticos de la mujer.
Revista Acción Femenina, N** 19-20, 1919, pp. 62-63.
Proyecto de ley de junio de 1921 extraído de Baltasar Brum, Derechos de la mujer:
“Art. 1 Reconócese el derecho de la mujer al voto activo y pasivo, tanto en materia
nacional como municipal. Art. 2. Reconócese a la mujer los mismos derechos y obli-
gaciones que las leyes electorales establecidas para los hombres. Art. 3. La mujer es
igual al hombre ante la ley, sea preceptiva, penal o tributiva. Art. 4. Deróganse todas
las disposiciones que se opongan a la presente ley, con excepción del N2 3 del art.
183. Art. 5. Comuníquese, publíquese”.
Baltasar Brum, ob. cit., p. 32.
Ibíd., p. 38.
Ibíd., p. 39.
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356.
357.
358.
359.
360.
Ibíd., p. 39.
Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Representantes, tomo 305, 1923, p.
123.
Ibíd.
Ibíd., p. 125.
Ibíd., p. 136.
Ibíd., p. 136.
El Día, 25 de febrero de 1923.
Cit. en: Graciela Sapriza, ob. cit., p. 160.
Doctor Alfeo Brum, hermano de Baltasar Brum, nacido en Salto el 22 de marzo de
1898 y fallecido en Montevideo el 25 de febrero de 1972, fue diputado por Artigas
desde el 15 de febrero de 1923 al 14 de febrero de 1926 y por sucesivas reelecciones
desempeñó dicho cargo en 1926 y posteriormente, desde 1929 a 1932. Fue senador
por breves períodos en 1933, sufrió persecución y destierro y fue reelegido senador
por el período 1947-1951, año en el cual ejerció como presidente de la Asamblea
General la vicepresidencia de la república, hasta febrero de 1955.
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 364, 1930, p. 90.
Ibíd., tomo 373, 1932, p. 185.
Ibíd., N2 7562, 1931, p. 182.
Por otra parte, existen tempranos testimonios de la confianza de Herrera en la capaci-
dad intelectual femenina. En 1902 expresaba: “... los que hemostenido la satisfacción
de interrogar, como miembros de tribunales examinadores, a esas estudiantes, sabe-
mos, sin dudas, que ellas sacan fecundos proyectos de sus beneméritos esfuerzos inte-
lectuales... Las ideas dominantes en nuestro país son anticuadas en ese sentido”. Cit.
en: María Julia Ardao, ob. cit., p. 18.
Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, tomo 156, 1932, pp. 12 y 13.
Ibíd., p.109
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 375, 1932, p. 837.
Ibíd., tomo 381, 1932, p. 125.
Ibíd.
Ibíd., p. 126.
Ibíd., p. 126. Sin embargo vimos que en varias ocasiones, como en la Convención
Nacional Constituyente, los miembros de la Unión Cívica no apoyaron el sufragio
femenino.
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 375, 1932. p. 126.
Ibíd., p. 127.
Ibíd.
Ibíd., p. 131.
Ibíd.
El Pueblo, 15 de diciembre de 1932. Se refiere al proyecto de reforma constitucional
presentado en 1931 por el sector herrerista, en el que incorpora a la mujer como
ciudadana.
Proyectos de ley sobre el sufragio femenino 131
361. Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 381, 1932. p. 133.
362. El Pueblo, 15 de diciembre de 1932.
363. Ibíd.
364. El Bien Público, 16 de diciembre de 1932.
365. El Ideal, 13 de diciembre de 1932.
366. El Bien Público, 21 de diciembre de 1932.
367. Ibíd.
368. El Bien Público, 21 de diciembre de 1932.
369. Ibíd., 20 de diciembre de 1932.
370. Ibíd., 11 de diciembre de 1932.
371. Juan Carlos Patrón, Doscientos Carnavales montevideano. p. 10.
372. Ibíd.
132 Marla Laura Osta
Algunas reflexiones finales
Respecto a los planteos iniciales que cuestionaban el protagonismo efectivo
de la mujer en la conquista de sus derechos políticos, en 1932 una articulista
expresaba:
“Frente al sufragio femenino que aún no sé si es una concesión o una
conquista, se levantan los prejuicios [...] La mujer [... ] recoge la ofrenda
con indiferencia [... ] sin saber qué hacer, la mayor parte, conceptúa como
un regalo sin aplicación posible”. 373
Si nos quedamos con esta reflexión, le daríamos la razón a la afirmación
de que el sufragio fue una concesión, un derecho que no se pidió sino que se
otorgó por el mero hecho de ser un país progresista en materia legislativa,
siguiendo los lineamientos de José Batlle y O rdóñez. Pero la reflexión no aca-
ba aquí, y esta articulista apodada “Dyala” continúa: “... No hablo de las
intelectuales, de las mujeres tituladas [...] Hablo de las que temen, a las que se
sonrojan de afrontar la lucha de derechos, a las que creen en su femineidad
como un bien imperdurable”. 374 Según ella, estas son las “prejuiciosas”, las
que prefieren dejar el destino de su país en manos de sus esposos e hijos. Pero
estas mujeres no fueron las que lograron que se les otorgara el sufragio, ya que
no les interesaba participar como ciudadanas, sus intereses pasaban por otro
lugar, muy distinto al de la participación política. Sin embargo, el hecho de
que una parte de las mujeres pensara como las “prejuiciosas”, no impidió que
las demás actuaran creyendo en la verdadera democracia. Como vimos, la
mujer a través de las letras, la justicia, de su presencia en el mundo laboral y
educativo, de las solicitudes en el Parlamento, de los artículos en revistas y
Algunas reflexiones finales 133
diarios, y las manifestaciones públicas, confirmó un papel activo en el camino
recorrido de los derechos políticos femeninos.
Desde el siglo XIX a la fecha de aprobación del sufragio femenino, pudi-
mos constatar que existía en forma subyacente, en el imaginario colectivo
de un sector de la población, la idea de participación femenina en el mundo
público. A través de las fuentes trabajadas, hemos visto cómo desde las dife-
rentes áreas sociales y culturales, la mujer intentó expresarse y hacerse oír.
La idea de participación política femenina no estaba organizada sistemática-
mente en una doctrina, pero lo importante a destacar es que permanecían
allí, esperando ser expresadas en un proyecto político. Recién con María
Abella de Ramírez fueron ordenadas por primera vez, en un programa de
reivindicaciones.
Las movilizaciones formales comenzaron a realizarse después de 1917,
momento en el cual vieron que su voz podía ser escuchada y defendida en el
gobierno. A pesar de que hubo proyectos muy adelantados, como el de Héctor
Miranda, la mentalidad patriarcal pesó mucho y por demasiado tiempo: re-
cién en 1932 logró ser mayoría la ideología igualitaria en el Parlamento. Pro-
bablemente, si las mujeres (las trabajadoras y las sufragistas) se hubieran uni-
do, más allá de sus diferencias políticas y sociales, hubieran logrado que el
sufragio se aprobase mucho antes. De todas formas, es laudable su trabajo:
ambos grupos lograron metas impensables para la mentalidad conservadora
de la época.
Durante el lapso de 1917 a 1932, la actividad de las mujeres por conse-
guir su derecho fue intensa y próspera. Cada vez eran más las que se sumaban
a esta lucha. El tema del sufragio escapó de la esfera del Parlamento e inundó
todos los ambientes. Ya en el año 20, un artículo de la revista Acción Femeni-
na lo confirmaba: “El feminismo y el sufragio fueron el tema del día. En todas
partes, en los talleres y en los salones, se hablaba del voto de la mujer”. 373 No
se trataba de un tema de “intelectuales y tituladas”, como las limitaba “Dyala”,
sino que pasó a ser un asunto de interés general.
Pensamos que el batllismo tuvo gran influencia en estos avances, pero
negamos su actuación exclusiva. Como vimos, el batllismo, en los hechos, no
siempre apoyó el sufragio femenino, sólo lo hizo como partido en 1932. Si
bien la mayoría de los proyectos políticos sobre el tema provinieron de las
bancadas batllistas, no fueron apoyados por sus mismos correligionarios, de
otro modo hubieran sido aprobados en 1914, o en las otras oportunidades en
las que contaron con mayoría colorada. Importante actuación tuvieron otros
agentes de cambio como la Iglesia Católica, la cual si bien no tuvo una postu-
ra homogénea con respecto al sufragio de la mujer, dejó antecedentes de
134 Marla Laura Osta
movilizaciones femeninas de esos años. El papel de los socialistas en la Con-
vención Constituyente de 1917 fue destacable también, y no reconocerlo sería
dar una visión parcializada de lo que fue la historia de los derechos políticos
de la mujer en nuestro país. Tampoco olvidemos al Partido Nacional con sus
proyectos de ley a favor de los derechos civiles y laborales de la mujer, a
principios del siglo XX, impulsados por Luis A. de Herrera y Carlos Roxlo.
Creemos que estos grupos fueron actuando paulatinamente, por distintas mo-
tivaciones y en diferentes momentos, y afirmar que el sufragio se obtuvo gra-
cias a una concesión del sector batllista, es olvidar los proyectos, las
movilizaciones y el trabajo de las mujeres, de los socialistas, de los nacionalis-
ta y de los católicos.
Al respecto Rodolfo González afirma:
“Es claro que la conquista de los derechos políticos y posteriormente de
los civiles, no fue producto de una concesión graciosa otorgada, sino la
consecuencia del esfuerzo y luchas sostenidas durante casi tres décadas
tanto de mujeres que actuaron a título individual como de las organiza-
ciones que crearon para disponer de mayor fuerza y capacidad de movili-
zación”. 378
Reconocemos que el momento en el que finalmente se le otorgó el dere-
cho a votar a las mujeres era crítico para los partidos tradicionales y que nece-
sitaban ampliar su apoyo electoral. También sabemos que el modelo social
que buscaba el batllismo para su continuidad necesitaba de una madre de
familia instruida cultural y políticamente. Pero negamos que estas hayan sido
las motivaciones exclusivas para aprobarlo. Si las mujeres no hubieran reali-
zado manifestaciones, levantado firmas y publicado artículos en defensa de lo
que creían eran sus derechos, difícilmente se hubiera polemizado en el Parla-
mento sobre el tema.
Es destacable el paralelismo que existió entre los ideales de mujer y de
familia impulsados por la Iglesia Católica y el batllismo. Como vimos, ambos
trataron de igualar la dignidad de la mujer a la del hombre, auxiliando o com-
pensando las injusticias que con ella se cometían en los ámbitos laboral, cul-
tural o político. En su visión de familia, ambos buscaron a una madre instrui-
da, que elevara la educación de sus hijos. Proyectaron en las mujeres la res-
ponsabilidad del cambio social: una madre culta que promovería el progreso
de la sociedad. Buscando llegar a la modernización del país al estilo europeo
o a la formación de sociedades moralmente cristianas, ambos utilizaron el
mismo medio: dignificar el rol femenino.
Creemos dejar abierta una puerta que intenta mostrar otra mirada de la
Iglesia Católica con respecto al papel de la mujer en la figura de Mariano Soler
Algunas reflexiones finales 135
y del periódico El Demócrata. Quizá, por el mismo peso anticlerical de nues-
tra sociedad, ha quedado olvidada por muchos de los historiadores uruguayos
de este período. Nos parece importante haber intentado continuar el camino
que iniciaron los historiadores Zubillaga y Cayota, ya que es un campo poco
incursionado y muy rico, que seguramente nos ayudará a dar nuevas interpre-
taciones a los acontecimientos.
También es destacable el papel jugado por los socialistas en la Asamblea
Constituyente de 1917, sobre todo por su representante máximo Emilio Frugoni,
quien defendió desde el inicio la igualdad de derechos entre ambos sexos.
Un aspecto a tener en cuenta en el futuro, esla escasa participación feme-
nina en el gobierno: desde que las mujeres consiguieron el derecho al voto, el
porcentaje de participación no ha superado el 12% ?” del total de legislado-
res. Según un informe de las Naciones Unidas “los mayores obstáculos de la
participación política de las mujeres son las responsabilidades familiares y
domésticas, y el estilo masculino de hacer política”. 378 Y agrega dicho infor-
me: “... la elevada y temprana participación femenina en el mercado de traba-
jo, no se ha expresado del mismo modo en la participación de las mujeres en
el campo político y sindical, la que sigue siendo marginal”. 37? Fue certero Vaz
Ferreira cuando vislumbró que el límite de las actividades femeninas fuera del
hogar estaría regulado naturalmente por el matrimonio. Posiblemente sea por
ello, que la mayoría de las mujeres no se puede dedicar por entero a la políti-
ca, porque todavía su rol en los hogares sigue entendiéndose de una forma
patriarcal: por lo general es la que aún se encarga de las tareas del hogar y de
la educación de los hijos, lo que obstaculiza su desempeño profesional y po-
lítico de la forma que pueden hacerlo los hombres.
Como historiadores sociales debemos tratar de buscar la verdad que ge-
neralmente está más allá de la superficie, y comprender y hacer explícito
aquello que está subyacente en la mentalidad de las personas. Se intentó
hacer visible que el movimiento feminista no surgió en nuestro país por fac-
tores meramente exógenos a la mujer, sino que desde hacía varias décadas
se preparaba en nuestra sociedad un caldo de cultivo favorable que engen-
dró sus reivindicaciones.
136 Marla Laura Osta
Notas
373.
374.
375.
376.
377.
378.
379.
El Pueblo, 20 de diciembre de 1932.
Ibíd.
Revista Acción Femenina. Informe correspondiente al trienio 1916-1919, Montevi-
deo, 1920, p. 12.
Rodolfo González Rissotto, ob. cit., p. 85.
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Ibíd.
Algunas reflexiones finales
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145
Apéndice documental N2 1
Programa Mínimo de Reivindicaciones Femeninas
12 Educación física, moral e intelectual igual para ambos sexos.
22 Quetodas las profesiones que están abiertas a la actividad del hombre, lo
estén, también para la mujer.
32 Que en todas las reparticiones públicas sean admitidas las mujeres como
empleadas con el mismo sueldo y condiciones que los varones.
42 Que se hagan leyes en defensa de la mujer y de los futuros ciudadanos,
¡guales a las que existen en los Estados U nidos de N orte América para que
no haya mujeres deshonradas por el delito de amar hasta olvidarse del
cálculo y niños que vengan al mundo en peores condiciones que los pa-
rias: sin padres, sin fortuna y sin honor.
52 Que en el contrato nupcial pueda reservarse la mujer la administración de
todos sus bienes presentes y futuros y que sea deber del Juez del Registro
Civil advertirle que tiene ese derecho.
62 Que cuando no haya contrato nupcial y reine por consiguiente el régimen
de la comunidad de bienes, siendo, como es aquí el marido el administra-
dor general, ponga éste a disposición de la mujer la mitad de los ganan-
ciales, a medida que se reciban, quedando ella también, obligada a con-
tribuir con ellos a la mitad de los gastos que demande la familia: las nece-
sidades físicas, morales e intelectuales de la mujer no pueden estar a mer-
ced de la más o menos generosidad de su marido.
72 Que la mujer no esté obligada a vivir donde al marido se le ocurra fijar
domicilio, sino que el domicilio conyugal debe ser de común acuerdo: la
mujer, como el hombre, necesita para desarrollar sus facultades de un
ambiente propicio y cuando un matrimonio no puede ponerse de acuerdo
en el punto que ha de fijar su domicilio, eso es una prueba terminante de
que marcharán en todo en desacuerdo porque no tienen aspiraciones se-
mejantes y será mejor que el divorcio absoluto corte esa cadena perpetua.
g2 Que cuando una mujer abandone el domicilio conyugal no se la obligue
a volver a él y mucho menos empleando la fuerza o poder de su enemigo.
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Que la mujer no necesite permiso marital para enseñar y aprender, entrar
o salir del país ni para dedicarse a la profesión que más le agrade porque
esos son los derechos que acuerdan las constituciones liberales a todos
los habitantes del país.
Que la madre ejerza la patria potestad al igual que el padre y que no la
pierda por el hecho de pasar a segundas o ulteriores nupcias.
Divorcio absoluto, bastando el pedido de una sola de las partes, porque si
para unirse en matrimonio se necesita el consentimiento de ambos con-
trayentes, para vivir desunidos en él basta con la voluntad de uno. Y el
cónyuge que quiera separarse no debe estar obligado a expresar la causa,
como a nadie se le pregunta la causa porque se casa: por respeto a la
libertad y dignidad humanas, la ley no debe entrometerse a escudriñar las
relaciones íntimas de los esposos, los misterios de la vida privada. Produ-
cido el divorcio (y como todas las personas deben sufrir las consecuencias
de sus actos) el padre deberá quedar siempre obligado a mantener a sus
hijos y la madre a cuidarlos.
Suprimir la prisión por adulterio, pues éste debe considerarse un delito de
amor, y se ha dicho que por amor no se castiga.
Igualdad de todos los hijos ante la ley.
Suprimir las cárceles llamadas del Buen Pastor, en que se martiriza a la
mujer por el delito de amar.
Que la municipalidad visite mensualmente los conventos de enclaustradas.
Que la prostitución sea tolerada pero no reglamentada. La mujer soltera y
mayor de edad es dueña de sí misma; su cuerpo es lo que más legítima-
mente le corresponde: puede hacer de él lo que quiera, como el hombre,
sin pagar impuesto ni sufrir vejámenes policiales.
Derechos políticos a la mujer argentina y ciudadana.
Último: y que cuando ocurran los mal llamados dramas pasionales, en lo
que, con el mentido pretexto de los celos se ejercen ruines venganzas
sobre indefensas mujeres, la justicia, como medio de evitar el abuso, des-
cargue sobre el criminal todo el peso de la ley.
Presentado por su autora y aprobado por
aclamación en el Congreso Internacional de
Libre Pensamiento, Buenos Aires, 1906.
Tomado del libro de María Abella de Ramírez, En pos de la justicia,
Biblioteca y Centro Cultural María Abella de Ramírez, 1995.
147
Apéndice documental N2 2
Solicitud enviada a la Cámara de Representantes
por las Asociaciones Feministas
Montevideo, Noviembre 4 de 1929,
Al Señor Presidente de la Cámara de Representantes. — Don Guillermo
García. — Señor Presidente:
La Alianza Uruguaya de Mujeres y el Consejo Nacional de Mujeres del
Uruguay, en representación de sus afiliadas, que constituyen una gran parte del
elemento femenino del país, ante ese Alto Cuerpo respetuosamente exponen:
Que siendo una de las más fundamentales aspiraciones de la mujer uru-
guaya el completo reconocimiento de sus derechos políticos, para el cual ambas
asociaciones se han presentado a la Asamblea Constituyente en Abril 25 de
1917; al Poder Legislativo en Junio 21 de 1921, y en Febrero 23 de 1927, y a
la Asamblea Departamental de Montevideo, en Noviembre 24 de 1923, y en
Junio 21 de 1926; y estimando que la sanción de un proyecto de ley que
reconozca esos derechos, sería un alto exponente de progreso cuya iniciativa
corresponde a ese Alto Cuerpo, se presentan ante esa Honorable Cámara, so-
licitando el reconocimiento de los derechos políticos femeninos.
Nuestras Asociaciones se han presentado también al Comité Nacional de
Conmemoración del Centenario, solicitando del mismo modo que incluya
una petición de esta índole entre las gestiones que realizará ante las Altas
Autoridades de la Nación con motivo de ese magna fecha.
Este primer paso hacia el pleno reconocimiento de los derechos de la mujer,
significaría no sólo la adopción de una reforma social incorporada por casi todas
las naciones a su legislación positiva; sino también, y muy especialmente, daría
nuevo vigor a las fuerzas de la nación por el aporte de energías femeninas, cuya
intervención en la solución de los problemas nacionales es indiscutiblemente de
inmenso valor. Así lo ha demostrado en los 34 países donde ellas han cooperado.
Son 23 en Europa, 3 en América, 3 en Asia, 4 en África y 2 en Oceanía,
los que han realizado dicha experiencia, y han sido sorprendentes los resulta-
dos obtenidos desde el punto de vista político y social.
La Alianza Uruguaya de Mujeres entregó recientemente al Presidente del
Consejo Nacional de Administración, una comunicación dirigida a ese alto
148
dignatario por la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino, federación
mundial que comprende 45 países, entre los cuales el nuestro, por intermedio
de una de las asociaciones feministas que suscriben.
En dicha nota, de la cual tenemos el placer de adjuntar copia, se expresan
las resoluciones respecto a derechos políticos femeninos, votadas en Junio del
corriente año por el Congreso Mundial de Mujeres, en Berlín, y en el cual la
mujer uruguaya tuvo su representación y el consiguiente desmedro de figurar
entre aquellas de los países de civilización más retardada, porque conservan a
la mujer en estado de incapacidad política y legal.
Cabe hacer constar con el natural patriótico desagrado, que aún en Amé-
rica Latina, países hay que se nos han anticipado también en este punto, pues-
to que uno de los Estados Unidos del Brasil (1) ha reconocido sus derechos
políticos a la mujer, en el corriente año.
Ocioso sería, en la época presente, argúir sobre la competencia de la
mujer uruguaya en las diversas manifestaciones de la vida pública. Aunque la
prueba no hubiese, como lo ha sido, brillantemente superada por nuestras
mujeres, este argumento sería tal vez de considerar en países donde el ejerci-
cio comicial requiere determinadas condiciones de cultura; pero absurdo de
todo punto es en el nuestro, donde el ejercicio de los derechos ciudadanos
abarca en su extensión hasta al varón analfabeto.
Colocar a la mujer en condiciones de igualdad con respecto al hombre,
su compañero de actividades, es a todas luces una solución de justicia que
pondría término a una situación inconcebible, en una nación que, en otros
campos, ha sabido conquistar las primeras filas por su legislación social.
Existen en las Carpetas de ambas Cámaras, numerosos proyectos relativos
a los derechos femeninos. La experiencia nos ha demostrado, desde que se
presentó el primero por el año 1913 hasta la fecha, que el pretender abarcar
en conjunto la reforma de la legislación civil y el reconocimiento de los dere-
chos políticos de la mujer, dificulta el estudio del asunto por su extrema com-
plejidad, y dá como resultado, según se vió en anteriores legislaturas, el envío
de los proyectos a las carpetas de una Comisión.
Por este motivo, la presente solicitud se refiere sólo al mencionado asun-
tos constitucional, que en la hora presente de la civilización humana, no es ya
un problema ni puede dar lugar a discusiones o modificaciones en cuanto a
texto de ley. El artículo correspondiente de nuestra Constitución es terminante
al respecto, en cuanto establece concretamente la fórmula legislativa que lle-
na las condiciones necesarias a su aprobación.
(1) Río Grande del Norte.
149
Puede ese H. Cuerpo Gubernativo darle sanción o decretar su rechazo, pero
ya no caben por ociosas, las discusiones sobre un tema más que abundantemente
discutido y comentado en el país desde el primer proyecto legislativo en 1913, es
decir durante diez y seis años, lo mismo en la Asamblea Nacional Constituyente
que en diferentes Legislaturas, en la Asamblea Municipal y en la prensa nacional.
Los dos grandes partidos tradicionales que comparten la mayoría de la
representación política del país, han manifestado su opinión al respecto por
boca de sus mandatarios en el Consejo Nacional de Administración, según el
comunicado dado a la prensa por la Secretaría de ese Consejo.
En efecto, al darse comunicación a ese Alto Cuerpo Ejecutivo de la nota
arriba mencionada, el doctor Luis A. de Herrera no sólo se declaró partidario
de esta reforma, sino que declaró “que en algún momento había pensado
presentar un proyecto bien afirmativo en ese sentido”.
En cuanto a la opinión del Dr. Brum, autor de un proyecto amplio sobre
derechos femeninos, está demás insistir.
De las fracciones políticas que tienen representación en el Parlamento, el
Batllismo, el Riverismo, el Radicalismo N acionalista, el Socialismo, el Comunis-
mo, tienen esta reforma inscripta en la plataforma de sus respectivos partidos.
En vista pues de estos antecedentes, nos presentamos ante ese H. Cámara
solicitando quiera incluir en la orden del día de una de sus sesiones del pre-
sente período, la sanción del texto de ley previsto por el Art. 10 de la Constitu-
ción vigente, por el cual se reconoce a la mujer el derecho al voto activo y
pasivo en materia nacional y municipal.
Con este motivo presentamos al señor Presidente las seguridades de nues-
tra más alta consideración.
Por la Alianza Uruguaya de Mujeres:
Paulina Luisi, Presidenta; Fanny C. de Polleri y Adela R. de Morató,
Vicepresidentas; Celia V. de Giuria y Ercilia Dertorchio, Secretarias; María
Devita, Tesorera, Sara Rey Álvarez, Segunda P. de Defazio, Herminia M. de
Brito Foresti, Carolina S. de Griot, Mercedes San Martín de García, Vocales.
Por el Consejo Nacional de Mujeres:
Bernardina M. de De María y Paulina Luisi, Presidentas Honorarias; Carola
T. de Abella y Escobar, Presidenta; María |. Navarra y Teresa Milans de
M anacorda, Secretarias; Carmen O netti, Tesorera; Luisa Casterán, Isabel A. de
Pazos y Teresa Buscazzo, Vocales.
Tomado del libro de Paulina Luisi, La mujer uruguaya reclama
sus derechos políticos, Editorial Apolo, Montevideo, 1929,
150
Apéndice documental N2 3
Entrevista a Nelly Acevedo: primera mujer
uruguaya que obtuvo la Credencial Cívica
17 de octubre de 2002.
Olimareña, de 93 años, se llamaba N elly Acevedo, pero sus familiares le llama-
ban “Nené”. Hija deinmigrante portugués y madre uruguaya, nació en Treinta y
Tres, el 7 de mayo de 1909. Huérfana desde pequeña, fue criada, con sus siete
hermanos, en una familia de parientes inmigrantes españoles, donde encontró
el calor de un hogar, con nuevos padres y dos hermanas más. Su vida fue la de
una mujer valiente, innovadora, amante de las personas y de su fe. Se preparó
para ser voluntaria en la Segunda Guerra mundial como enfermera, se recibió
de Ayudante O dontológico y trabajó durante años en las clínicas del entonces
Consejo del Niño. Simultáneamente confeccionaba camisas, forraba botones y
remallaba medias. N ada estaba fuera de su alcance, y nada era poco, cuando de
darse a los demás se trataba, por eso también se hizo miembro de la Congrega-
ción de San Francisco de Asís y de las Hijas de María.
Fue la primera mujer uruguaya en anotarse en el Registro Cívico para
participar en las elecciones nacionales de 1938. Es interesante que la primera
mujer en tramitar la Credencial Cívica, lo haya hecho en Treinta y Tres. En
1934, luego de aprobada la nueva Constitución donde las mujeres aparecen
como ciudadanas, comienzan a inscribirse en los registros cívicos para poder
ejercer su derecho de sufragio. En las elecciones de 1934 todavía no pudieron
votar, por tratarse de elecciones no democráticas (ya que se presentaba un
candidato único: Gabriel Terra), pero sí lo podrán hacer en las siguientes.
Rodeada de seres queridos, se encontraba en el sanatorio, cuando la en-
trevistamos (jueves 17 de octubre de 2002). Dos horas antes de una interven-
ción quirúrgica, pudimos hablar con ella, que con inmensa amabilidad nos
recibió. Desafortunadamente, su corazón se vio afectado por la anestesia ge-
neral y a los pocos días falleció (miércoles 23 de octubre de 2002).
— ¿Cómo te enteraste que podías sacar la Credencial Cívica para votar?
— Me enteré por la publicación del diario.
— ¿Y qué pensaste cuando leíste esa noticia?
151
— Que tenía que ir, porque era una cosa de mi país, y a mí me gustaba mucho
cumplir con todo lo que mandaba la ley.
— ¿A qué hora te levantaste para ir a sacarla?
— Ah..., muy temprano porque quería ser la primera. Imagínate que el Regis-
tro abría a las ocho de la mañana y yo estaba desde antes, pegadita a la puerta
haciendo cola.
— ¿Por qué querías votar?
— Ah..., yo quería votar porque me gustaba mucho la política. Y como era
muy católica, todos creían que yo iba a ir por los campos a caballo, a luchar
por el Partido Cívico. Pero eso era mentira, yo soy blanca como hueso de
bagual.
— ¿Y al final, fuiste a caballo a hacer política?
— (risas)... A caballo no, pero sí fui muy activista. Date cuenta que ya en las
primeras elecciones que votamos, estuve en una mesa electoral como repre-
sentante de mi partido.
— ¿De qué candidato eras?
— Yo era de la gente de Aparicio Saravia.
— ¿Eras de Saravia antes de votar?
— SÍ, soy saravista de toda la vida, de familia. Porque mi hermano mayor,
Pepe Acevedo, era de Aparicio, y nosotras lo acompañábamos a él.
— ¿Crees que hubo cambios, luego de que empezó a votar la mujer?
— Sí, cambió todo, porque la mujer era la primera en los escenarios, haciendo
política, era una presencia activa en la sociedad.
— ¿Qué edad tenías cuando votaste?
— 29 años.
— ¿Qué recuerdos tienes sobre el día en que votó la mujer por primera vez?
— Los hombres nos bromeaban (risas), porque éramos todos conocidos. Entre
ellos estaba en la mesa mi amigo Macedo, que ya falleció. A mí me encanta-
ban las votaciones, y por eso en las primeras elecciones que votamos, me
quedé hasta las tres de la mañana, buscando unos votos que se habían perdi-
do, bah..., ¡que los habían perdido! Y en casa todas las mujeres me esperaban,
porque yo estaba en la mesa electoral que pusieron en la Escuela Severo Ramírez
de varones, a la vuelta de casa. Y yo no volví porque hasta que no se ubicaran
esos votos, no podía salir. A la mesa nos llevaban comida que hacían en un
campo, una comida riquísima, mayonesa, asado. Por trabajar en las mesas nos
pagaban. Yo estaba en la mesa porque era empleada pública, era Ayudante
Odontológico, y trabajé en las Escuelas Públicas.
— ¿Te hubiera gustado ser candidata de tu partido?
— No, no, ¡qué esperanza!
152
Publicaciones de OBSUR
Serie Espacios de Intercambio
n
Educación popular y condición de la mujer
María Bonino y Mariella M azzotti
N21, OBSUR, Montevideo, 1993, 32 p.
Enchufados delante de la Tv
M. César Kaplún y Joaquín Rodríguez N ebot
N22, OBSUR, Montevideo, 1993, 43 p.
Algunas experiencias donde la participación es posible
N23, OBSUR, Montevideo, 1993, 43 p.
¿Es posible la educación popular en la enseñanza formal?
Rosita García y Jorge Ferrando, comp.
N24, OBSUR, Montevideo, 1994, 93 p.
Serie Análisis
Ser cristianos en el Sur
Patricio Rodé, comp.
N25, OBSUR, Montevideo, 1992, 259 p.
Serie Servicios Sociales de la Iglesia Católica en el Uruguay
n
Interior del país: documento de trabajo investigación preliminar
Berónica Berón y Francisco Centurión
N21, OBSUR, Montevideo, 2002, 40 p.
Relevamiento en la Arquidiócesis de Montevideo
Berónica Berón
N22, OBSUR, Montevideo, 2002, 85 p.
El compromiso social a través de algunas
organizaciones de servicio a la sociedad
Andrea Toyos Pose
N23, OBSUR, Montevideo, 2002, 64 p.
n
Presencia social de los cristianos e identidad eclesial:
de la “cuestión social” a nuestros días
Guillermo Buzzo y Gerardo Garay
N24, OBSUR, Montevideo, 2005, 135 p.
Publicaciones
n
Análisis crítico de la antropología subyacente
al neoliberalismo desde una perspectiva católica
Javier Galdona
OBSUR, Montevideo, 1994, 73 p.
Aportes de las congregaciones religiosas
de origen italiano en el U ruguay (1856-1919)
Carlos Vener y Álvaro Martínez
Apuntes Peregrinos N215, CIPFE / OBSUR, Montevideo, 1998, 93 p.
Breve visión de la historia de la Iglesia en el U ruguay
Daniel Bazzano, Carlos Vener, Alvaro Martínez y Héctor Carrere
OBSUR / Librería San Pablo, Montevideo, 1993, 146p.
Del dicho al hecho hay un gran trecho:
reflexiones sobre educación popular
Jorge Ferrando
OBSUR, Montevideo, 1991, 101 p.
El diálogo interreligioso en el U ruguay:
diversidades y confluencias
OBSUR / CUM, Montevideo, 2005, 205 p.
Estudios socio-religiosos en U ruguay: un primer aporte
Néstor Da Costa, Fernando Ordóñez y Rosa Ana Ciccarino
OBSUR, Montevideo, 1993, 43 p.
Incluidos y excluidos: reflexiones sobre políticas sociales
Jorge Ferrando
OBSUR, Montevideo, 1994, 182 p.
La secularización uruguaya (1859-1919)
Gerardo Caetano y Roger Geymonat
Tomo |: Catolicismo y privatización de lo religioso
Taurus / OBSUR, Montevideo, 1997, 274 p.
Las iglesias y los cambios ideológico-culturales,
una década conflictiva (1984-1994)
Nelson Villarreal
OBSUR, Montevideo, 1994, 87 p.
Los uruguayos del centenario: nación, ciudadanía,
religión y educación (1910-1930)
Gerardo Caetano, coord.
Taurus / OBSUR, Montevideo, 2000, 275 p.
Memorias del futuro: Mons. Carlos Parteli Keller:
recopilación documental
Alicia Díaz Costoff
OBSUR, Montevideo, 2004, 84 p.
Neoliberalismo y fe cristiana
Pablo Bonavía y Javier Galdona
OBSUR, Montevideo, 1994, 111 p.
Para realizarse trabajando: diagnóstico, análisis
y lineamientos desde una perspectiva ético-teológica
Marcelo Fontona M uzikantas
OBSUR / Ediciones Ideas, Montevideo, 1999, 282 p.
Para una historia de nuestro clero diocesano: aportes
Lellis Rodríguez
OBSUR, Montevideo, 2002, 72 p.
Pastoral de Conjunto: mojones de un camino eclesial en U ruguay
Mireya Matonte, Fernando Ordóñez y Nelson Villarreal
OBSUR, Montevideo, 1993, 129 p.
Presencia cristiana en las experiencias de promoción popular
Jorge Ferrando y María Bonino
OBSUR, Montevideo, 1994, 138 p.
Cuadernos de OBSUR
serie La otra mitad del cielo 1
- esde hace veinte años, Obsur está vinculado a las mujeres uru-
guayas a través de investigaciones e iniciativas. Sin embargo, el
proyecto Aportes de las Mujeres en la Construcción de la Sociedad y
la Iglesia Uruguaya, iniciado a fines de 2006, contiene una novedad:
la participación de un equipo de mujeres jóvenes, que provienen de
diferentes disciplinas humanísticas, dispuestas a tomar la “posta”
para identificar y sistematizar la presencia y la incidencia femenina
en la sociedad y la Iglesia durante los siglos XX y XXI.
_nauguramos con este primer título, escrito por María Laura Osta,
una nueva serie de Cuadernos de Obsur que hemos denominado La
otra mitad del cielo. Esta serie es fruto de un proceso de búsquedas
compartidas y se propone abrir una puerta para llegar a otros acto-
res y para la discusión sobre temas que interesan a la sociedad civil.
trabajo de María Laura se centra en los logros políticos que cul-
minaron con la aprobación del sufragio femenino en 1932. Examina
la incidencia de los movimientos sufragistas en el mundo y, sobre
todo, reivindica el papel protagónico que jugó la mujer uruguaya en
esa lucha, junto a otros agentes históricos que influyeron para que
lograran tal derecho. La autora analiza el proceso desde el punto
de vista de la historia social, apoyándose en amplias documentación
y bibliografía.
-L estudio incursiona también en el paralelismo ideológico de ca-
tólicos y batllistas en su imagen de la familia y el rol de la mujer
durante las décadas de gestación de la ley. Rescata además la figura
de monseñor Soler, que hasta el momento no ha sido suficientemente
estudiada, y su aporte a los debates sobre la igualdad de derechos
y la dignidad de la mujer.
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